Los períodos iniciales de cualquier proceso o cambio que incida en lo cotidiano de nuestras vidas, suponen la puesta en marcha de reacciones de adaptación de nuestro organismo que se manifiestan por señales no siempre fáciles de identificar.
Cuando algo es adverso o disonante, sobre todo si es sutil, no solemos percatarnos como ello incide en nuestro comportamiento, haciéndolo a veces de forma desproporcionada. En muchos casos son los que nos rodean quienes perciben que algo nos puede estar pasando, atreviéndose a decirnos los más allegados, ¿pero qué bicho te ha picado?.
Evidentemente por mucho que queramos nada nos es ajeno y la sensibilidad particular de cada uno hace que la respuesta sea muy variable. Ocurre incluso que determinadas personas apenas se dan cuenta de lo que pasa a su alrededor, siendo entonces la reacción aún más tardía y compleja, cuando no en otras ineficaz por el desfase del tiempo en la respuesta.
Uno de los períodos vulnerables a un cambio, respecto a circunstancias naturales en nuestro entorno familiar, es el que se produce cuando se pasa de una actividad a otra completamente diferente, como ocurre en los escolares que, tras las vacaciones, tienen que afrontar un nuevo curso académico, con la complejidad que ello supone en la mayoría de los casos.
Algunos niños y niñas no parecen apenas percatarse del cambio y su adaptación es rápida, sobre todo en los mas extrovertidos, acostumbrados a ser dominantes o tener muchos amigos. Pero otros, con una personalidad más bien internalizante en sus comportamientos, se ven sobrepasados por circunstancias imprevisibles como la de encontrarse con los amigos que súbitamente dejaron de verlos dos meses antes, que a su vez pueden haber cambiado mucho según las edades que se trate, o con la aparición de nuevos compañeros o compañeras, o cuando se encuentran de pronto con un cambio de profesor de aspecto o de carácter completamente diferente.
Los padres y su entorno familiar deben estar atentos para tener la sensibilidad de apreciar cambios de humor o la aparición de reacciones particulares que pueden estar ocurriendo en sus hijos en las primeras semanas de cada inicio del curso escolar. Puede ser desde una moderada irritabilidad hasta una apatía sin fundamento, pasando por inapetencia para la comida o justamente todo lo contrario. Pero en la mayoría de las ocasiones las expresiones de júbilo de los padres, solicitadas en los primeros días con intención positiva y a las que se contesta con una condicionante aseveración, no deja ver lo que les puede estar pasando.
Es muy raro que de entrada los niños expliquen a sus padres todos los detalles que les puedan afectar. Cuando vuelven del colegio no todas las chicas o chicos son capaces de expresar sus sentimientos ante las nuevas experiencias que están teniendo. Hay que hacer un esfuerzo y establecer motivos y cauces de comunicación que nos permitan confirmar que la adaptación al nuevo curso escolar se está produciendo sin incidencias negativas relevantes.
La actitud vigilante es válida para todas las edades, no solo para los adolescentes, más sensibles a su entorno y a cualquier cambio que pueda incidir sobre ellos, sino también para los más pequeños. Éstos no saben discernir con precisión ni explicar que es lo que les está afectando, y su única defensa puede ser desde solo manifestar un sutil cambio de comportamiento, hasta tener una actitud más negativista o desafiante, o en casos extremos llegar con una nota del profesor de que ha tenido peleas o agresiones hacia otros compañeros.
Tenemos que aprender a identificar las llamadas de los hijos a través de sus gestos y actitudes, viendo si cambian en sus hábitos de interacción social y de comunicación hacia nosotros o los que les rodean. También si muestran una desgana inhabitual o apatía, mas allá del rechazo normal que pueda haber tras el final del periodo vacacional y vuelta a las obligaciones escolares.
Posiblemente muchos de los problemas se habrían mejorado si hubiésemos empleado parte de nuestro tiempo en adelantarnos al comienzo del curso, hablando con ellos de las circunstancias que supuestamente pueden encontrase cuando vuelvan al colegio. También es oportuno al final de las vacaciones tener un pequeño entrenamiento en retomar hacer algunos deberes, así como en comentar los hábitos de auto entrenamiento pensando en sus pequeñas obligaciones para cuando éstas vayan llegando.
Todos los procesos madurativos y de aprendizajes suponen tiempos variables para cada sujeto, siendo la obligación de los padres preocuparse por conocer perfectamente las previsibles reacciones de sus hijos ante las nuevas circunstancias que se vayan presentando en su vida, como son los comienzos de cada curso académico.
Y si en éste que acaba de empezar no ha sido previsor usted no se inquiete, que van a venir muchos mas cursos posteriores. Al fin y al cabo la vida y sus hijos le van a dar muchas mas oportunidades para esmerarse en ser mas previsor con ellos, en atenderlos para identificar mejor sus signos de alarma o para cuando le llamen, no solo de viva voz sino con su comportamiento o su mirada.