Que las personas somos bien diferentes no solo se evidencia por el fenotipo, la expresión física de nuestro genoma humano que se define como genotipo, sino por reacciones propias de cada uno ante situaciones muy diversas que por su cotidianidad nunca nos detenemos en analizar. Ejemplo de ello son la reacciones características de cada uno ante el simple hecho de subir en el ascensor con un extraño o con su vecino.
De entrada hay personas que evitan como pueden coger el ascensor. Padecen de claustrofobia que se pone en evidencia ante situaciones de espacios cerrados, siendo lo más típico y característico el hecho de subir en ascensor. Muchos lo disimulan como pueden, sobre todo si son pocos pisos, con la pequeña excusa de hacer ejercicio, o de dejar a los demás que suban si no caben todos, cediendo con la aparente cortesía de subir andando. En ocasiones la situación se hace mas evidente cuando se trata de subir mas allá del quinto piso, pero no hay persona que convenza en ese momento al que sufre de ésta fobia, llegando muchas parejas a acompañarles sobre todo en las bajadas, aunque eso tenga menos mérito.
Si uno es de los que toma el ascensor sin reticencias las posibilidades que pueden darse son múltiples, a veces incluso desde instantes antes de llegar a tomarlo. Hay personas que esperan solícitas a que venga el prójimo que se encuentra distante y ni siquiera ha visto al que espera, hasta otras que en un santiamén entran a toda prisa dejando al que viene detrás literalmente con la puerta en las narices.
Estos pequeños encuentros en una distancia a veces tan reducida como el ascensor se prestan a afrontamientos sutiles que traducen distintas características de personalidad, que bien merece la pena analizar para conocer nuestras reacciones y con ello conocernos mejor nosotros mismos.
Desde luego la situación varía mucho de ir acompañado por un amigo o persona con la que uno sintoniza, con aquella en la que se juntan a dos personas que aunque vecinas son poco conocidas. Procede entonces un trato cortés y solícito, demandando el piso de su acompañante para pulsar el que sea más próximo, evitando adivinanzas para tratar de ser mas complacientes, ya que pulsar un número equivocado nos deja en evidencia sin necesidad.
En ocasiones el mayor conocimiento relativo de la otra persona puede resultar embarazoso cuando es alguien atrayente para uno de los dos, adoptando posturas forzadas en donde no se acierta a dónde mirar o qué decir. Tal vez entonces se le ocurre a uno la típica tontería circunstancial, como comentar el tiempo que hace, pero siempre justamente cuando el ascensor ha llegado a su primer destino, con lo que se pierde la ocasión.
Otra situación peculiar es cuando uno de los dos viajeros va repleto de paquetes, o la basura, y no acierta a renunciar a quedarse en tierra, con lo cual las molestias y el tiempo se hacen interminables hasta que llega a parar. Estas situaciones de tenso silencio suelen ser las mas frecuentes, en donde uno no sabe que hacer con su mirada, la dirige de forma absurda al techo o al ángulo inferior derecho del suelo, a la par que juega con las llaves del coche o casa. Si se produce un carraspeo inintencionado la sensación de inoportunidad se hace entonces mas evidente, bajo la mirada perpleja del otro, que no acierta que cara poner.
La compañía de otra persona con un niño o con un animal doméstico, salvando las diferencias, puede ser peculiar porque pueden comportarse de forma espontánea e imprevisible. Por ejemplo el niño puede hacer un comentario improcedente o llorar sin motivo haciendo el numerito delante de su progenitor, y en el caso del perrito gruñir de forma amenazante, con lo cual la cara de circunstancias del otro acompañante llega a su máximo esplendor.
Posiblemente sea más relajante subir con un adolescente que fundido a sus auriculares en marcha y absorto en su música, va pasando de todo con la mirada perdida. Entra directo y pulsa su número, tal vez después de una ligera mirada a modo de pausa inquisitiva, pero siguiendo igual a su bola. No hay interrelación y no hay sobresaltos, pero para eso mejor ir solo.
Esta situaciones o parecidas las vivimos una y mil veces sin darnos cuenta, mezcladas con otras de sonrisas e intercambios amigables de miradas o comentarios, que reflejan nuestra empatía o distanciamiento con el acompañante de turno. Hay que aprovechar también estos momentos para compartir algo de nuestro mundo con las personas que nos rodean. Pensemos que el otro está en circunstancias parecidas y es bueno evitar estos pequeños aislamientos, pues su análisis nos permitirá conocer mejor nuestro prójimo y con ello la vida misma.