Como candidato al senado por Ciudadanos (C´s) considero oportuno hacer partícipes a todas las personas sobre estas reflexiones relacionadas con las elecciones, permitiéndome por ello reproducir mi tribuna de opinión del diario Las Provincias. Solo se ama lo que se conoce.
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La vida es tan larga, aunque nos parezca a menudo muy corta, que es difícil no encontrarnos ante situaciones que el azar nos brinda y se repiten durante la misma, para errar de nuevo o subsanar con éxito determinadas experiencias previas.
Bien es sabido que el ser humano tiene una aparente desventaja respecto a los animales que es la posibilidad de que sus múltiples aferencias sensoriales, moduladas por un lóbulo cerebral frontal con capacidad inhibitoria racional, le permiten crear mecanismos de respuestas distintas e imprevisibles, lo que le posibilita el dudar y fallar ante la repetición de una prueba. Esto no suele ocurrir en los seres irracionales, pues su memoria implícita es asumida inconscientemente por su cerebro y difícilmente comenten el mismo error. Por otra parte la propia epigenética hace que esos aprendizajes queden grabados en los códigos genéticos de memoria de los animales y sean asumidos por sus descendientes.
Es sorprendente como las aves cubren miles y miles de kilómetros en sus migraciones para alcanzar destinos remotos a los que llegaron sus predecesores. Los salmones remontan río arriba desesperados al encuentro con su muerte, a la vez que logran su descendencia. Más chocante resulta a veces el comportamiento de las ballenas, siendo noticia cuando alguna bandada embarranca en una tranquila playa al perder inexplicablemente sus referencias orientativas, como ocurre con los documentos no guardados cuando apagamos el ordenador.
Los humanos nos esforzamos en buscar ejemplos para corregir errores de experiencias posteriores, pero es bien conocido el dicho de que “el hombre es el único animal que tropieza en la misma piedra”. Efectivamente ello no ocurre nuca con aquel burrito ornamentado que, al filo del precipicio y por la ladera escarpada, sube al sufrido turista amedrantado que va pensando si el animal dará o no algún traspiés fatal.
Un ejemplo de la segunda oportunidad se popularizó en España en los años 1977-78 con un programa de televisión española que se titulaba como el encabezamiento de esta tribuna. Los distintos capítulos fueron repuestos muchas veces, dirigidos por el prolijo Fernando Navarrete, presentados por Paco Costas, muy conocido en el mundo del motor, y contaban con la intervención arriesgada de un gran especialista en cine, el francés Alain Petit. Se trataba de la conducción de coches, un bien muy apreciado en aquel entonces que había que conservar de la mejor forma posible, puesto que los impactos eran muy espectaculares y los coches siempre quedaban destrozados.
El planteamiento era muy simple, se veía una secuencia con una conducción imprudente exagerada y también de inmediato el fatal accidente con las funestas consecuencias para el conductor y sobre todo para su vehículo. A continuación venia “la segunda oportunidad”, siendo entonces la conducción impecable o no temeraria, sorteando en las imágenes de cabecera el enorme peñasco situado en el medio de la calzada. De esta manera los televidentes se quedaban estupefactos de como se podría haber evitado el horrible accidente de haber tenido una segunda oportunidad.
Todo lo anterior viene al hilo de la situación política en que nos encontramos desde hace cinco meses ante la tesitura, y ya la evidencia, de tener que repetirse las elecciones generales en nuestro país, pues todos los partidos políticos disponen de una segunda oportunidad para tratar de emendar sus propios errores o de sacar a la luz los del contrario y sus contradicciones.
Por lo que respecta a la política su complejidad viene dada porque difícilmente pueden verse de inmediato las consecuencias de una equivocada decisión por parte de los electores. Sería muy ejemplarizante disponer de una maquina del futuro, como la de la célebre película producida en 1985 por Steven Spielberg, que nos permitiese ver las consecuencias de tal o cual elección, posibilitando así corregir de antemano la decisión equivocada.
Pero nuestro cerebro humano como sabemos es demasiado complejo para actuar siempre con la coherencia y racionalidad debida. Hay decisiones que se toman por principios, sin atender a la sensatez de las evidencias que deberían orientan hacia una u otra decisión. Ya pocos se extrañan de que sin un raciocinio equilibrado previo, algunos congéneres lleguen a inmolar su existencia por una cuestión de principios y bajo un concepto ideológico, con consecuencias destructivas sobre su vida o la de los demás,
Deberíamos por tanto ejercitar mejor nuestras funciones ejecutivas de planificación y pensar con más interés en las consecuencias de lo que suponen nuestros votos sobre la vida futura de nuestro propio entono, y de los que nos rodean. Tendríamos que trascender de nosotros mismos pensando mas en las consecuencias para nuestras familias y amistades, así como en las consecuencias para el oportuno equilibrio social y económico de los ciudadanos.
Cuando vote no lo haga por un impulso inconsciente que no controla bien de donde proviene. No lo haga por costumbre o tradición familiar, sino meditando las consecuencias de su voto. Dele la importancia debida, aunque tienda usted a infravalorarlo, pues un voto aislado unido a muchos miles más, pueden ser decisorios en su vida y en la de sus hijos.
Piense en el programa de televisión al que nos hemos referido y póngase en el lugar de una situación irreversible de consecuencias imprevisibles. Dispone usted de una segunda oportunidad para votar, y ante todo no se abstenga de hacerlo. No deje que decidan los demás por usted, ya que es igual de responsable con los resultados, vote o no vote.
Aproveche la opción que tiene y recapacite si debe de dejar de comportarse como muchos de los seres humanos, aquellos que acaban tropezando en la misma piedra, pues ahora tiene su “segunda oportunidad”.