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Inmersos en lo cotidiano nos dejamos llevar por la vida sin detenernos con frecuencia en reflexiones sobre nosotros mismos o nuestro entorno. Ejercitar esa funcionalidad cerebral, el pensamiento, es un atributo que solo podemos desarrollar los humanos, siendo un entrenamiento sin costo que activa conexiones sinápticas interneuronales que de forma fisiológica se van perdiendo a lo largo de la vida.
La actividad del denominado sistema límbico del cerebro permite relacionar experiencias, vivencias personales, emociones y la memoria, para uso y disfrute de quien lo desarrolla y lo pone en acción para ejercitar el libre pensamiento. Cualquier momento aunque parezca simple puede ser bueno para ello.
Me encontraba ocioso en un reciente vuelo transatlántico, esos que se hacen interminables por mas películas que uno alterne con revistas de ocio o la novela de turno. En esas circunstancias también debemos hacer ejercicios moderados como pasearse de arriba a abajo por los estrechos pasillos laterales, sorteando las rodillas y tobillos de los pasajeros.
Estando en algún momento de pie en la cola del avión, absorto con la mirada hacia adelante, contemplaba el espectáculo curioso de la visión de la casi totalidad de las pantallas que los pasajeros tenían encendidas para su entretenimiento. Las múltiples imágenes multicolores que resaltaban en la penumbra, provocaban un efecto peculiar de atrayentes luces multicolores que recabaron mi atención.
Era curioso apreciar la diversificación de las conexiones establecidas, principalmente películas, y aunque algunas pudiesen coincidir, las diferencias en el momento de su comienzo ofrecían, por las distintas pantallas, una vistosidad peculiar que reflejaban diferentes mundos de gustos e intereses. Todos íbamos en la misma dirección pero cada persona iba en su mundo particular, rico y complejo, como la vida misma.
Además de las películas había otras muchas opciones de pantallas que daban pie a imaginarse al espectador que contemplaba su visión. Por ejemplo unos dibujos animados, supuestamente viéndolos algún niño y, ¿por qué no?, un adulto. Creo que los adultos deberíamos ver mas películas de niños. Otro pasajero estaba haciendo un “Sudoku”, posiblemente un adulto, aunque también deberíamos instruir a los jóvenes en la práctica de juegos de razonamiento, más que los que ahora se prodigan de videojuegos con abruptas respuestas motoras y de violencia.
También se veían a personas con la mirada fija en el plan de vuelo pensando, tal vez, en los datos numéricos tan particulares que daban, como el tramos recorrido o hecho de volar a 800 kilómetros por hora y a una altitud de 10.000 metros, en donde no hay oxigeno. En cualquier caso me llamaba la atención la diversidad de las imágenes que evidenciaban intereses y personajes bien diferenciados, pero con el común denominador del viaje conjunto en el que todos participábamos.
El ajetreo de la vida deja pocos ratos para el ocio con el agravante de que éste se emplea con frecuencia para ponerse enfrente del televisor donde, con un mínimo esfuerzo, uno va absorbiendo todo lo que ve, llegando a crear dependencia. Aparte del ocio deportivo debemos practicar el de la lectura y el ocio del pensamiento, atendiendo más a lo que ocurre a nuestro alrededor.
Activar el sistema límbico de nuestro cerebro es muy barato, coste cero, relajante y hasta entretenido. Además así se potencia el entrenamiento del pensamiento y la memoria en la terapia de la atención temprana que se precisará cuando vaya llegando la involución ineludible de la vida, por lo que su práctica tendrá siempre un activo beneficioso.