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Fernando Mulas

Mi hijo me llama

DIARIO POLÍTICO DE A BORDO

Lo que nunca se pensó estaba ocurriendo. Llevaban muchos meses achicando la nave, pero las medidas de contención no frenaban la inundación de la embarcación ciudadana a la deriva. Ocurría poco a poco, como el agua que fluye con lentitud por la bocina del eje de la hélice y acaba llenando la sentina del barco. La escora iba en aumento y hasta los oficiales de a bordo presagiaban un desenlace fatal.

Quince años atrás, el proyecto de la nave se basó en una línea de flotación con un alto francobordo. Se conjuraron armadores de reconocida valía cultural y profesional reivindicando un espacio de centro progresista para frenar las posiciones nacionalistas en la región más organizada para ello. Curiosamente eligieron para pilotar el buque a un joven inexperto, pero con valía, como demostró en su destreza para dirigirlo.

El capitán apareció desnudo como un recién nacido pero se hizo con el sueño y la ilusión de muchos. El salto al océano abierto del ámbito nacional, supuso un crecimiento exponencial vertiginoso y el bipartidismo se abrió como en las aguas bíblicas del Jordán. La navegación fue tan certera que se llegó a la mayoría donde se había comenzado con las cuadernas del barco, pero no hubo decisión para intentar tomar ese mando.

La empatía y habilidad del patrón de la nave capitana se juntaron para embelesar también a los desencantados por la corrupción reinante. Muchos votantes se mostraron deseosos de acabar con el bipartidismo pertinaz, hasta casi llegar a la gloria eterna de ocupar un destacado lugar en la historia de la política nacional.  Se estuvo a punto de un suspiro para desbancar al que en sintonía iba a estribor, pero, al intentar superarlo, el estrecho margen se hizo un océano.

La negativa a cambiar el rumbo y navegar en formación de flota, tras el rebufo de quien iba destacado, llevó a pique de forma implacable la mejor oportunidad jamás soñada de la nave. Hubo intentos de amotinamiento, y los más atrevidos fueron los primeros manifestarse, pero también en saltar por la borda. Algunos disconformes aguantaron indelebles en el barco, contra viento y marea, pero ya iban lastrados y han tenido que seguir batallando por el ideario a contracorriente.

El impacto de proa de la nave contra el faro de los resultados electorales fue de tal magnitud, que pasó lo contrario de lo que se tiene en el pensamiento ante el hundimiento de una embarcación, pues el capitán fue el primero en abandonarla. Los mandos que quedaron, fieles al rumbo de colisión, se hicieron con el sextante, pero las brújulas de la bitácora de a bordo mostraban unas agujas sin magnetismo. Había dos opciones, reconsiderar la travesía y rectificar, o mantener la misma dirección.

La decisión fue aferrarse al timón con fuerza aunque vibrase por los desperfectos del barco. Se puso cuarentena a los insumisos pero no se les envió a galeras. La oficialidad diezmada se apuntaló con los incondicionales y afrontaron, corriente arriba y con una capitana de carácter, la embestida del oleaje de unas primarias que superaron con recelos.

Lo que siguió es ya el presente, tratando de encontrar el mejor rumbo de supervivencia de la nave, virando unas veces a babor y otras a estribor. Nunca se navega a gusto de todos. Pero siempre debe hacerse teniendo en cuenta por dónde viene el viento, pues lo residuos que se tiran por barlovento acaban ensuciando la amura correspondiente.

Los pasajeros que permanecen están expectantes en los camarotes. Salen a cubierta los que aceptan las reglas de a bordo. El oleaje zarandea la nave y en las galerías inferiores, cerca de las cuadernas de la estructura, la cinetosis empieza a hacer estragos. Los mareos hacen sentirse mal a muchos que se plantean subir a cubierta y saltar por la borda, aunque luego sufran el mal de tierra.

Nadie hubiera pensado en un diario de a bordo así hace pocos años. Los chalecos salvavidas se controlan recelosos, porque no hay para todos. Algunos parecen prestos a saltar a los botes de rescate para pasarse a otros buques donde continuar la navegación, aunque sea en distintos rumbos. En el subconsciente parece estar latente la voz del «¡Sálvese quien pueda!».

Pero un barco no se hunde fácilmente y menos aún la esperanza de recuperar su línea de flotación. España se merece el empeño de un potente centro liberal progresista para equilibrar los bandazos de la marejada política, apostando por ese futuro, recuperando a los náufragos, a los que saltaron a las aguas y a los que siguen con el mal de tierra. Querer es poder y la catarsis es siempre sana y la mejor forma de reivindicarse y fortalecerse. La travesía por ahora sigue, ¡bienvenidos a bordo!.

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Sobre el autor

Neuropediatra, Doctor en Medicina y Cirugía. Fundador y Director del Instituto Valenciano Neurología Pediátrica (INVANEP). Ex Jefe del Servicio de Neuropediatría del Hospital Universitario La Fe de Valencia (desde 1978 hasta 2013). Ver CV completo


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