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Fernando Mulas

Mi hijo me llama

SALTIMBANQUIS

            Estaba absorto con la mirada perdida en la hilera de coches que me precedían detenidos ante el semáforo en rojo, cuando vi unas bolas en el aire por encima de los coches que tenía delante. Luego fueron unos grandes aros y finalmente unas aparentes mazas. Fué algo rápido, casi instantáneo, cuando enseguida apareció por mi lado de la ventanilla un chico con pelo rizado y cara sonriente que me tendía su maltrecho sombrero bombín con la cara hacia el cielo.

            Imposible resistirse a la sorpresa y curiosidad del mini espectáculo que acaba de producirse, no siendo raro que algo caiga dentro de la copa del sombrero si es que uno consigue reponerse del sobresalto, pues acaban casi justo a tiempo de que cambie el color del semáforo, cuando los impacientes ya arrancan. Viene entonces el apuro de pensar que uno está bloqueando la luz verde a los de atrás, sobre todo de los que, en el amarillo de los peatones, ya tienen el pié en el acelerador.

            Alguna vez tengo la suerte de que me toca en la primera fila, lo cual es como sacar butaca de patio preferente en el teatro. Entonces puede uno contemplar con detalle como los chicos o chicas, y a veces no tan jóvenes, actúan dando piruetas y en ocasiones como verdaderos profesionales malabaristas, siendo fácil disculparles cuando fallan pues se sobrentiende que es una necesidad la que les lleva a esa actividad de la que todavía no tienen la suficiente experiencia.

            En alguna ocasión después de darnos las gracias mutuamente he tenido el tiempo justo para preguntarles algo, como que de donde son, o de cómo les va, y siempre han respondido empáticamente. Es factible que en algunos casos puedan realizar esta actividad como un medio de vida habitual, pero no creo, y nunca he visto un mal gesto cuando pasa la riada de coches de un semáforo y el sombrero pesa lo mismo. La verdad es que es de agradecer que estas personas hagan su trabajo y luego pidan lo que sea, pero sin necesariamente esperar nada a cambio ni reprocharte si los ignoras.           

             Cuando los veo me parece que no son de esta ciudad sino de cualquier sitio, son generalmente chicos jóvenes de aquí o allá que se buscan la vida para conseguir unas monedas, pareciendo incluso que se divierten cuando intentan aprender algo de esos malabarismos. En todo caso aunque a veces tengan pintas que no parecen de fiar lo que hacen es mucho mejor que la actitud pedir a pelo, sin hacer nada o como se dice coloquialmente “con la gorra”, incluso sin utilizar al menos un cartel explicativo, aunque es evidente que se puede pedir con solo un gesto, un determinado aspecto físico o una mirada, como cuando llaman a veces los niños.

            Sin entrar en la problemática de lo de pedir limosna, pues es harto complejo y muy desgarrador, prefiero hoy empuñar una lanza por estos novedosos saltimbanquis que ponen su interés en hacer esos juegos de malabares, o cualquier otra gracia, mostrándose solícitos ante las personas y sus poderosas máquinas que, impacientes y a veces desconfiados, esperan a que les dejen abrirse paso.

            Que nadie les trate con desdén. Recuerdo que una profesional de carrera superior, ya con trabajo, me dijo que tras acabar sus estudios estuvo una temporada de camarera en un restaurante y en una ocasión fue levemente golpeada de forma involuntaria por un comensal, el cual solo hizo el ademán de exculparse a la vez que comentaba por lo bajo a sus acompañantes que si hubiese estudiado no tendría que hacer ahora de camarera. Llegó compungida a la cocina para jolgorio de sus compañeros, pues uno de ellos era licenciado, y el otro estaba acabando ingeniería.

            Así que cuando veamos a estos simpáticos saltimbanquis de semáforo que sin forzar a nadie piden algo por su pequeña dosis de entretenimiento, recuerde que con su actitud comprensiva y apoyo tal vez, en los más jóvenes, está usted ayudando a ese futuro profesional que un día diseñará su casa o que salvará la vida de su hijo.

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Blog sobre los retos del desarrollo neuronal de los niños en una sociedad cada vez más exigente

Sobre el autor

Neuropediatra, Doctor en Medicina y Cirugía. Fundador y Director del Instituto Valenciano Neurología Pediátrica (INVANEP). Ex Jefe del Servicio de Neuropediatría del Hospital Universitario La Fe de Valencia (desde 1978 hasta 2013). Ver CV completo


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