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Fani Fernández

Mil piruetas

El secreto de las contraseñas


Renovarse o morir. Pues allá que vas. No muy convencida, es cierto, sino más bien por obligación para contigo misma. Hay que estar al día, aunque cada vez ello suponga tener que pasar más y más tiempo ocupada entendiendo los entresijos de estas máquinas insulsas y anodinas, estos mensajes en serie, atenciones despersonalizadas y un largo etcétera con el cual no prosigues porque te estás reciclando y no quieres ser cascarrabias. Quieres ser moderna, eficiente, aparecer en el Google con algo más representativo de lo que ahora tienes y cuando te empeñas te dejas la piel. Puedes, eres de letras, pero sabes que puedes. Y hasta está empezando a gustarte.

No serás tú como el querido padre de una amiga que se negó a utilizar un ordenador, calculando eso sí, que no le era estrictamente necesario antes de jubilarse y conceder el relevo a sus hijos (aunque hay que explicar que a él ni falta que le hacía dado que tenía quien lo hiciera en su nombre). Así que ahí van horas de cursillo acelerado en internet. Desde tu operador telefónico, te recomienda una amable señorita, adornada de un ligero tono que prefieres no catalogar al comprobar tu nivel de conocimientos, que actualices tu versión del Internet Explorer porque “está muy desfasada…”. Claro está que se refiere a la versión del programa, pero te lo coges como algo personal. !Desfasada tú que has sido la avant-garde de la avant-garde!. !Se van a enterar!.

Tu técnico inteligente, paciente y particular no está para sacarte de este embrollo y tus hijos no entienden de necesidades acuciantes en tecnología, sólo de las suyas, pobrets, qué mundo, qué mundo… No sabes que vería él en tí, alguien tan tecnológicamente ineficaz y además insumisa convencida.

De tus primeros días en Facebook, casi prefieres olvidarte. Te bloquearon la cuenta -parece ser por error-, y no había manera, oye. Apurada viendo que no controlabas tu medio, creaste casi por instinto otra, y mira por dónde, parece ser motivo de sanción grave en este rollo tener dos cuentas, no vaya a ser que te suplantes a ti misma. Como preferías mantener la cuenta a nombre de Fani antes que de Francisca -desde aquí oigo las risitas, por favor, un poco de piedad-; esperaste, esperaste y esperaste a pasar varios filtros de seguridad entre iPad, ordenador de mesa… Ni por asomo quieres que alguien tenga que recordarte tu completo y santo nombre por el interné.

!!!Bluf!!!.

Ahora entiendes a tus ex jefes en más de una ocasión en que venga a sacar y decir en el medio en cuestión y ´vive la liberté´!… y tú mientras tanto, sin poder decir ni muú en tu propio medio, que se supone que nadie más que tú controlas, noqueada en el limbo del internet, venga de pedirte identificaciones varias. Que si tu operador no está conectado al  Facebook, que si la calidad de la imagen no es buena, que si queremos saber a ciencia cierta que es quien dice ser…

!!!!!Bluuuff!!!!!.

Con Twitter la cosa ha ido mejor, muy divertida la actualidad con un toque personal y mucho humor. Ahora vas y creas un blog, un viejo anhelo que crees ya vas teniendo tiempo de poner en marcha. O todo o nada, así eres. Descubres maravillada, que ya no necesitas ni el Diccionario de la Real Academia que te regaló tu hermano, porque hay un corrector en el iPad que cuando escribes hemeroteca te cambia inteligentemente tan aburrida palabra por otra hemo…erótica, o algo así, y además reincide en el intento…

Esperas dentro de unos años no recordar más estos días que la primera vez que hablaste delante de un micro. No lo tienes claro. En fin…

Nueva biblioteca de Alejandría

Crees que has librado una dura batalla. Y, como si fueras la guardiana de las joyas de la Biblioteca de Alejandría, te diriges sigilosamente, casi como en trance o ritual, a tu rincón más secreto a fin de guardar cual oro en paño todas las copias, códigos y contraseñas que te abren el mundo a un click. Te harían más daño ahí que si te abrieran la caja fuerte.


octubre 2012
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