Cómo recuperar los libros no devueltos. O cómo devolverlos porque tan incómodo resulta ver a alguien y recordar que aún obra en su poder una película, aquel libro o ese disco que le dejaste hace tiempo como caer en la cuenta de que eras tú quien contrajo la deuda. Reclamar no es pecado aunque dé un poco de apuro. Devolver tampoco. Si el periodo excede lo razonable el asunto puede cobrar casi casi tintes de affaire diplomático, al menos contigo. Pero ¿qué periodo sería el razonable?.
-Hola, qué tal, cómo estás…
-Bien, me alegra que te hayas pasado. Ahora mismo iba a hacerme un café. ¿Te apetece uno?
-No, gracias, yo sólo pasaba por aquí, tengo prisa… Por cierto…
Y ya saben como sigue la conversación si el visitante ‘casual’ se atreve al reclamo, claro, aunque también podría haber abordado el tema sin rodeos: Mira, he venido a que me devuelvas mi libro. Y ya está. Qué sonrojo por favor. Alguna vez has intentado retornar alguno y qué violento ha sido no recordar en donde lo dejaste por mucho que prometieras volverlo a buscar.
No nos veríamos en esta tesitura si no supusiera todo un esfuerzo moral reconocer que no lo vamos a leer, no lo vamos a escuchar o grabar, que el tiempo pasa, se nos acumulan las ganas y sería mejor devolverlo a su dueño. Que te ha dado pereza y lo has ido postergando o ni tan siquiera te acordabas de que estaba ahí. En tales ocasiones ruegas que haya prescrito el ‘delito’ y que su propietario no recuerde que aquel disco una vez existió. Si además ya no guardáis tan estrecha relación como la que manteníais la situación es doblemente incómoda. O hasta triplemente embarazosa en algún caso, supuesto que imaginarán sin que explique más detalles sentimentales. Y así lo que en principio era un gesto de complicidad de ida y vuelta se convierte en abandono menor en medio de la premura diaria. Yo he perdido una película pero él un amigo -piensas- siendo consciente de que tampoco está la cosa para perderlos y más en la era digital.
Que las buenas maneras acompañan al aficionado a la lectura es una asociación de ideas injusta para los maleducados de per se a quienes sí se ve venir. Suele pasar que el sonrojado también es el agraviado por aquello de la vergüenza ajena pero tampoco hay que torturarse por no saber discernir a quien se dejan las joyas; ejemplos de que letras y formalismos no siempre van de la mano tenemos varios desde Camilo José Cela a Fernando Fernán Gómez o Francisco Umbral. No obstante cómo te hubiera gustado que alguno de ellos te debiera un libro: ‘Yo he venido a hablar de mi libro’ inquiría a Mercedes Milà Don Paco Umbral. Tú, también.
A veces crees que sería mejor proclamar una amnistía con carácter retroactivo si no fuera por lo que te molesta tan olvidadiza desconsideración hacia el apego a unas páginas. Por eso no hay que desistir. Existen mil maneras sutiles y refinadas de recordarle todo ello al amigo o amiga, compañero o jefa sin entrar en plazos o dudar de su memoria, sin rozar ni un ápice la grosería ni cuestionar su innegable sensibilidad.
Hay un lugar fantástico que se repite en las novelas de la Barcelona gótica de Carlos Ruiz Zafón, el cementerio de los libros olvidados. Posiblemente exista otro, quizá no tan grande como el aquí descrito pero en el que se pueda escuchar el eco del reclamo de sus dueños llorando las ausencias. El cementerio de los libros no devueltos.