La vida entera puede pasar por un paso de peatones igual que pasaba por una esquina en ‘Smoke‘. Es hasta divertido contemplar en acción a algunos viandantes poseídos de cierto espíritu torero a quienes sólo les falta la muleta y la capa a expensas del encontronazo con un conductor agresivo de los que van imponiendo su ley a lo largo y ancho del asfalto. Dime cómo conduces y te diré quien eres o dime qué tal peatón eres y sabré de qué pie cojeas porque es cierto que habla mucho de la gente cómo enfoca ciertas situaciones, dices tú como si estuvieras junto a Harvey Keitel con su cámara. A diario, en medio de las prisas en ese preciso lugar de franjas blancas y semáforo, entre el depredador al volante y el animal de a pie indefenso, van a arañarse unos segundos al tiempo. Cruciales.
Por definición el peatón no es ruidoso ni insolente, no amenaza ni atropella. Pero haberlos haylos. Parte del problema viene de arriba porque quién programará los semáforos. Seguro que el concejal en cuestión los amaña a su antojo justo por donde pasa su familia. Si en algunos lugares te juegas el tipo en otros mientras parpadean el rojo o el verde te daría tiempo a estrecharle la mano a todos con quienes te cruzas. Y a la entrada y salida del cole todo vale. No obstante a pesar de ser esta tierra de picaresca distamos mucho aún de parecernos a EE.UU. en atropellados profesionales, abogados especializados y collarines de por medio. Aquí los transeúntes puede que sean ligeramente audaces o incluso algo chulescos pero poco más.
Ayer mismo sin ir más lejos te volviste a encontrar a un señor a quien llamáis en casa el ‘torero’ y con quien te cruzas a la puerta de la escuela prácticamente a diario. Acompaña a dos niñas del último ciclo. Bueno, pues el buen señor es de los que están a la espera del mínimo descuido del conductor, debe ser que está ocioso. Tu Dominguín particular se crece provocando al coche que viene y osa cruza en ámbar o aparca apresuradamente, exigiendo civismo a los demás pero montando bulla y echándoles un rapapolvo a la mínima ocasión. Hay quien va en bici y hay quien abronca conductores con vocación de municipal. Una afición la suya como cualquier otra.
No es espacio para excesivas cortesías pero tú también alguna vez le has dado al claxon o incluso dedicado un gesto mohíno a quien se cree que es el único o única que llega tarde al trabajo. Además, hay que disfrutar del entorno. Un buen paso de cebra casi borrado es a las calles lo que las pinturas a algunas bóvedas góticas, le dan cierto aire de patrimonio artístico porque además requieren montones y montones de horas para su repintado. En según que casos piensas -siempre para tus adentros- ‘ I quina parsimònia que té‘ o ‘quin nervioset‘. De todo hay.
Es cierto que el peatonismo es casi una especie en extinción dado que prácticamente todo el mundo circula en coche y salimos a un promedio de peatón por cada diez conductores o personas al volante (estadística ficticia, es un decir). Cuidémosles. Son como los arbolados paisajes de la carretera pero de a diario, pret-a-porter en urbano y con piernas.