La elegancia construye. Lo pensabas hace poco en el tren cuando viste pasar un ángel en forma de chaval de unos veintitantos cediéndole el asiento a un señor visiblemente achacoso mientras conversaban de algo trivial animadamente. Y te retrotraes en el tiempo a cuando estabas embarazadísima y mareada y eras tú quien sonreía agradecida.
Pero no es ese el tipo de gestos al que te refieres a pesar de que te cautiven cada vez y aunque deberíamos llevarlos incorporados de serie cual airbag al nacer (tanto adelanto y no hay manera, oye). Es la conducta que observas cuando alguien se sobrepone por encima de situaciones incómodas o la actitud vital de quien construye inteligentemente, con emoción. ¿Están referenciados en algún lugar los momentos de apuro?, ¿alguien habrá hecho un listado?. De esos de ‘trágame tierra’. Hace poco con motivo de la muerte de Concha García Campoy, decía su ex el sociólogo, hombre de radio y escritor Lorenzo Díaz, que ella seducía al entrevistado y entraba a matar con guante de seda, que estaría enamorado de ella siempre dado que era imposible no estarlo y que había sido afortunado porque entre todos le eligió a él. ¿Elegante? ¿Inconveniente?. No eres quien.
¿Tiene sexo la elegancia?. A las chicas se nos enseña a no rascarnos ni bostezar en público pero sí a contener hasta lo irrespirable ciertas actitudes. Del mismo modo que un hombre está educado para no llorar, nosotras lo estamos para no demostrar mala leche y mostrarnos siempre comprensivas, empáticas, tiernamente cándidas y discretas. Y te preguntas si no habrá excepción posible a eso. Para los caballeros debe ser igualmente duro ¿no?, porque un hombre de bien no lloriquea, no se queja, no patalea cada vez que deja de funcionar la calefacción o se reinicia el router. Un hombre de bien aguanta, calla y soluciona.
Y es que fondo y forma jugados con habilidad y destreza dan mucho juego. Los señores elegantes como Sean Connery o Nicolas Cage tienen mucho adelantado a pesar de que los rumores apunten a que tal fama no se corresponde con la realidad. Mitos vivientes como ellos deberían comportarse con igual finura ante todo el mundo y en cualquier lugar, sin cínicas distinciones ni cansancios una vez llegados a casa. Y ese buen gusto del que hablabas el otro día lo necesitamos todos tanto como respirar porque ya nos las comemos crudas de puertas hacia afuera. Hay que esquivar mucha basura cada vez que se atraviesa el quicio así que mejor hacerlo vestida a la moda flotando etérea como un sueño, como la ropa de Alex Vidal en Madrid estos días: ‘No es la apariencia, es la esencia, no es el dinero, es la educación, no es la ropa, es la clase’, decía Coco Chanel.
Porque la gran modista a buen seguro sabía que no sólo el amor y la clase mueven el mundo sino también de una parte oscura, tejida de crímenes íntimos y miserias que arrastran lo suyo. Hasta en las redes sociales -ese gran foro para la amistad y el compañerismo- existe el mobbing. Querías hablar de ello pero te niegas a dar cabida al mal gusto (te da grima y ardor al mismo tiempo), aunque tienes a punto el guante de seda y prefieres quedarte con la imagen del actor alicantino Fele Martínez. Si etimológicamente elegancia proviene de elegir, poco lugar le queda hoy por hoy en medio de esta jungla de apariencias y vanidades, dobles morales, recelos y demás fealdades inherentes a la circense condición humana. Circo te gusta el de otro Fele, el Gran Fele, bajo cuya carpa se entremezclan glorias y pequeñeces para ser lloradas y reídas al mismo tiempo.