Hay una pintada en varios puntos de la A-7, la Autovía del Mediterráneo, en el área metropolitana de Valencia. Ha sido borrada varias veces -imagino que por los equipos de mantenimiento de la Red de carreteras del Estado-, como cualquier otra, supones. Curiosamente, cada cierto tiempo vuelve a aparecer sobre la misma pared de hormigón, o sobre una cercana de las que sustentan los puentes del by-pas. Cuando pasas por ese punto de la Pista de Silla la buscas aunque parece ser hay más. Te hace gracia el guiño y su insistencia y encuentras cuanto menos curioso que alguien se tome la molestia de bajar a pie de autovía una y otra vez a escribir un mensaje atípico.
No es como las demás. No se trata de un acto de espontaneidad nocturna sino de todo un manifiesto que interpela directamente a quien lo lee de forma constructiva. En su día te entristeció ver que la pintada había sido ‘neutralizada’ con pintura y quedaba imperceptible a la vista pero poco después comprobaste que ¡zas¡, ahí estaba de nuevo como un auténtico brote verde, inasequible al desaliento. La han borrado varias veces pero persiste en volver empecinadamente en medio de la grisura asfáltica. Has intentado fotografiarla por la belleza de su mensaje, su originalidad, su nota de exotismo y por su obstinación en no desaparecer a pesar de que no resulta sencillo por el punto en que se encuentra. No obstante has encontrado quien lo haga por ti. (Gracias, Raquel Mestres).
El graffiti en cuestión no apela a políticos, periodistas, ni a financieros, empresarios o sindicatos, tampoco al profesorado, Iglesia u ONG alguna. Carece del cariz artístico, de la vistosidad y el romanticismo de otros que se adueñan de los viejos muros de la entrada a la Estación del Norte, -desde antes incluso del puente de San Vicente-, o de algunos solares del Barrio del Carmen o el nuevo cauce del Túria, por ejemplo. No habla de primarias de los socialistas valencianos, ni del intento de renovación por parte de los barones populares, temas con que ha empezado la semana para la prensa. Ni tan siquiera distingue edad, sexo o situación económica. Apela directamente a tu persona y va directo a la yugular: ‘HABRÁ CRISIS MIENTRAS NO HAYA ÉTICA. Y TÚ, ¿QUÉ VAS A HACER?‘. Apenas una docena de palabras anónimas, impactantes e inquisitoriales.
Y te deja noqueada cada vez que lo ves al ser consciente de que hay un gesto íntimo, que se multiplica por cientos de miles, millones que no es otro que el sentimiento de claudicación que permite al desencanto crecer poderosa e implacablemente sobre cualquier forma de belleza a través de las pequeñas derrotas del día a día, la de aquel que deja que se le avasalle, la de quien acepta algo en pésimas condiciones por los hijos, la de quien cree que no hay nada ya que hacer por regenerar la corrupción dentro de la política o la sociedad. De todos quienes nos dejamos arrastrar por el desconcierto sin oponer resistencia.
Pequeñas claudicaciones desmoralizantes con el sabor amargo de la derrota. Decía la Catedrática de Ética y Filosofía Política en la Universitat de València, Adela Cortina que ‘normalmente creemos que los inmorales son los otros y el moral es uno mismo’ y alejamos así nuestra posibilidad de mejorar las cosas por no practicar un doloroso ejercicio de autocrítica y actuar en consecuencia. Cortina insistía de ese modo no hace mucho en una entrevista televisiva, apostando por la fuerza de los argumentos bien armados y el desarrollo del sentido crítico e incidiendo en la necesidad de mantener empresas, instituciones y organismos ‘altos de moral’ frente a lo desmoralizante, según la terminología de Ortega y Gasset. Procurando por la ‘justicia’ en cada ente, siendo sabedores de su trascendencia social e intentando ‘ser felices’ en ellos y ‘evitar el desfase entre lo que se dice y lo que realmente se hace’. Ahí es nada. Lleva décadas diciéndolo armada de argumentos, cual Pepito Grillo indagando por los resortes de nuestro modelo de sociedad, esa cosa abstracta que construimos entre todos. Todo un manifiesto pintado sobre nuestra conciencia en cada una de sus conferencias, en cada uno de sus libros.