El orgullo suele ser una mercancía cara y pasada de moda. Esteban, el protagonista de “En la orilla”, de Rafael Chirbes, lo muestra claramente en el retrato en negativo de su propia vida, de su entorno más inmediato, del pueblo de Olba, del Levante feliz a través de una narración tan cruda, tan dura, ponzoñosa y putrefacta, que no cabe forma de autorealización, altruismo o ensoñación alguna, ni la más mínima épica de la resistencia.
La realidad subyacente en todo sin fiorituras ni adornos, mostrada por el escritor de Tavernes a través de una estilo opresivo, asfixiante, le ha valido ganar el Premio Nacional de la Crítica, el segundo que logra en seis años. El primero le fue concedido en 2007 por ‘Crematorio‘, novela acerca de la burbuja inmobiliaria. El segundo, -estos días- por ‘En la orilla‘ una crítica feroz sobre la falta de moral y de valores de la sociedad actual, libro que también ha recibido el premio Francisco Umbral. Al autor no le gusta que se la defina como la novela de la crisis aunque trate sobre los negocios en apuros, el paro, la pobreza y la mentira. Sobre las miserias de la inmigración, sobre Esteban y el fracasado amor de su vida, Leonor. Sobre la vejez y la aparente felicidad familiar, sobre la asfixiante vida de pueblo y sobre la soledad.
Sobre la mezquindad y el fondo oscuro del hombre. Sobre el poder, los advenedizos, los nuevos ricos, los nuevos arruinados. Sobre la España de los grandes eventos y los pelotazos. Pero también sobre las pequeñas tretas diarias de vendedores de crecepelo, barrenderos, fontaneros y carpinteros. Sobre las mafias, los clubs de alterne y el hampa. Flota entre todos estos un personaje atrayente, fangoso, que sirve de cuarto trastero, lugar donde se abandona y se esconde todo lo pestilente sumergido en una oscura podedumbre: el pantano. Todo de un modo u otro acaba hundiéndose en la ciénaga, engullido en medio del olor nauseabundo de la descomposición. Chirbes no concede tregua ni respiro a la esperanza y se ocupa de forma pertinaz de purgar y drenar cada enser inservible, cada crimen, cada arma arrojada al presunto olvido, en ‘limpiar’ el pantano de las inmundicias de Olba.
El hechizo del mar y todo lo que atrae hasta sí, el turismo masivo tampoco escapa a su mordacidad, y es que :’el dinero tiene entre otras virtudes infinitas, una calidad detergente. Y múltiples cualidades nutricias’. Alrededor suyo se teje una telaraña de influencias que llaman sinergias, sinergias multiplicadoras. En el Mediterráneo del boom, no obstante el exceso de luz agosta los misterios: ” Hay que cuidarse de no exhibir los sentimientos, que pierden matices bajo esta luz desvergonzada”. Valiéndose de Esteban realiza un siniestro viaje hacia el interior de uno mismo: “No hay hombre que no sea un malcosido saco de porquería” dice. Francisco, su mejor amigo, es el contrapunto, el hombre de éxito, el que se lleva a la chica y triunfa en Madrid y a quien nada amarra al suelo de la historia reciente, que es pura vulgaridad. Él parece flotar por encima, boyante: “Nadie quiere una vida como la de los demás. Nadie quiere una esquela que diga nació, vivió, trabajo, se reprodujo y murió. Así que la gente se afana en hacer cosas para llamar la atención. Es así desde que el mundo es mundo”.
Aunque el mundo que rodea el pantano revela ese negativo irrevelable desde el realismo más atroz, Chirbes preserva la infancia como único terreno virgen mientras apunta en varios momentos cómo a “la felicidad se la espera, se la busca” sin que parezca existir en tiempo presente. Honestidad intelectual o pesimismo irredento. Ni siquiera los nenúfares del pantano se escapan de mostrar -tal cual es- el hedor de su aparente belleza.