El futuro ya no es lo que era
Cada día sales a la calle y has de hacer cosas que no quisieras. La cosa anda mal y el honor y la elegancia se han convertido en lujos tan poco practicables que actuar según lo que siempre has entendido como correcto y moral ya no es lo que era. Cuestión de prioridades, los números mandan y nos arrastran.
El comienzo otoñal ha venido marcado por una casi vertical cuesta de septiembre, aires independentistas, un 25-s convulso y un rescate inminente o no que nos provoca espasmos sin que sepamos ya a estas alturas de crisis eterna si hay algo que esté en nuestra mano hacer. Porque trabajo no hay. Para más inri estos días reaparece José Bono por televisión con su libro de memorias intentando reconciliarnos con su casta. Viéndole en la entrevista llegas a sentirte culpable porque te cae bien este señor. Político. Con perdón.
Amanecido ya el día, que no es poco, te ves obligada de nuevo a realizar mil piruetas para leer el periódico y continuar como si la situación no fuera del todo contigo, para poder trabajar sin perder la sonrisa y sin desfallecimientos pero principalmente con el objetivo de estirar cada euro más que una piel de toro. De seguir a este ritmo te los confiscarán antes incluso de que lleguen a tu bolsillo. Bien pensado tiene gracia, no necesitarías ni cartera, ni bolso, ni banco mira por dónde.
Pero no es broma, no. Hace falta coordinar mucho ingresos con gastos y previsiones fluctuantes en medio de coyunturas desfavorables y repercusiones globales conforme está la vida. No te extraña que no se aclaren los de arriba dado que, si como dice el profesor Leopoldo Abadía la economía de un país debiera funcionar arreglo a la de cualquier casa, la gestión debe resultarles tan ardua e incierta como a ti. Mantener el tipo erguido se está convirtiendo en los hogares en un alarde de equilibrio, una sucesión de piruetas diarias para salir a flote. Tus compañeros de trabajo, familia, amigos y conocidos tienen un extraño poso en la mirada que intentarías arrancar a lo Braveheart si te fuera posible, pero no lo es, o al menos a ti no te lo parece. Tú ya ni te miras al espejo.
La visión positiva llega de la mano de quienes se han resituado con rapidez y sin complejos, quienes osados conservan el humor, eso será de lo poco que nos salve. Y te reconforta verles luchar como fieras conscientes de que somos nosotros quienes hemos de sacar la economía a flote -la común-, la que parece sólo depende de nuestro esfuerzo emprendedor y currelante para llenar el carro de la compra del ciudadano medio. La otra -la escrita en mayúsculas con sus mecanismos y engranajes-, parece ir siempre por delante de las leyes generales.
Quizá, piensas, no estaría tan mal al fin y al cabo el rescate, ese punto de apoyo europeo para salir de una situación que nos desborda aunque las consecuencias serán durísimas a medio o largo plazo y quien sabe si aún en el más allá. No entiendes gran cosa de lo que lees y oyes estos días pero parece ser que si converge la necesidad de que los países del norte se pongan de acuerdo con que nuestro gobierno crea “razonable” el tipo de interés a pagar por los bonos españoles en un periodo de tiempo X, la incógnita lo sea menos.
Además, por si todo lo dicho fuera poco en tan crucial momento, crees con lo que te resta del maltrecho criterio periodístico, ante todo imprescindible una evolución en la sociedad que nos equipare a marchas forzadas con la Europa de pro. Queda tanto por hacer y te duele comprobar que a más ya no llegas.
Sólo cabe esperar. Quizá sea mejor así. Anochece otra vez. Piensas en mañana y recuerdas a Paul Valéry y aquel “el futuro ya no es lo que era”. Aquí y ahora te parece más cierto que nunca.