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Fani Fernández

Mil piruetas

Caer con estilo

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Perdonarán que no te desmayes. Has perdido la capacidad de asombro. En el Romanticismo estaba de moda desvanecerse en sociedad. De haber vivido en aquella época hubieras podido caer y convertirte en un ser desvalido centro de atención por unos instantes o fingir estado de shock o preocupación por algo. Caer mareada era muestra inequívoca de sensibilidad de espíritu cuya fragilidad y delicadeza no podían soportar desde la consciencia determinadas situaciones. Tanto es así que incluso se pusieron de moda los desvanecimientos fingidos, enlatados, con las sales a mano y una otomana cerca por si acaso. Se formaba inmediatamente un revuelo en torno a la sincopada o sincopado que durante unos minutos no volvía en sí.

El desvanecimiento podía deberse a un golpe de calor, los ‘rigores’ exigidos por algún acto social o ceremonia incluso por el impacto y el alcance de una noticia. O la pesadez de algunas compañías, tal vez. Ayer casi ves caer fulminada al suelo a Angela Merkel que acompañaba estoicamente a Mariano Rajoy mientras respondía a las preguntas de la prensa sobre el caso Bárcenas en el encuentro bilateral entre ambos mandatarios. Este sería un buen momento para un buen desmayo -pensaste-, una caída digna de película. La alemana parecía querer dejarse llevar por una pérdida súbita y breve de la consciencia mientras escuchaba al Presidente del Gobierno español. Y que se la llevaran de allí cuanto antes. Su cara era todo un poema y no de los del ‘Sturm und Drang’ precisamente. A veces hasta a ella le cuesta fingir y se la ve desfallecer por momentos.

El desmayo contemporáneo parece tener causas menos refinadas que las que pululaban por los salones franceses. Cuestión de proximidad tal vez. Pero cuando el desplome contra el suelo es involuntario puede tener consecuencias insospechadas. Hace sólo unos días las cámaras de seguridad del Metro captaban cómo un policía rescataba a una mujer que acababa de caer a las vías del tren en Madrid. No ha mucho tampoco, Justin Bieber se desplomaba en mitad de un concierto en directo y un piloto de las líneas aéreas chinas fingía desmayarse -dicen- para no tener que atender las reclamaciones de los pasajeros ante la pasividad de sus compañeros de pasaje momentos antes del embarque. No le concedieron el beneficio de la duda, debió hacerlo fatal. Menos mal que no sucedía en pleno vuelo, no hubieran llegado a tales extremos a buen seguro.Cuan ridículamente absurdo es el fingimiento y cuan terriblemente necesario a veces. O no.

Pero hay un punto en el que el dolor le dice al cuerpo y a la mente ‘¡para!’, poca gente es capaz de superar ese umbral. Es muy duro porque la vida le da siempre más a uno del máximo que pensaba que podría soportar. Hoy los únicos desmayos de ATS que trascienden son los que origina el visionado de ‘Lo Imposible ‘ la película sobre el Tsunami. Por cierto, hay que diferenciar entre desmayo, síncope y pérdida de conocimiento. Aunque esto último parece abundar en estos tiempos en otra de sus acepciones.

Habrá que ventilar un poco. El ambiente parece muy cargado. ¿Estaremos a punto del colapso, del yuyu, del jamacuco o desplome colectivo?. Puestos ya a obsequiar los periódicos deberían regalar el frasco de las sales. Anti-patatús.


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