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Fani Fernández

Mil piruetas

Kilo y medio de libros, por favor

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Hoy leerás, verás y escucharás sobre libros hasta la saciedad, día internacional, ya sabes. Fiesta amable de un sector en serias dificultades. Porque el libro agoniza entre dos mundos con la consciente complicidad de todos, políticos, editores, lectores. Y la de los autores, de los que firman en las casetas con la mejor de sus sonrisas. Porque Internet arrasa y arrastra y los nuevos formatos a través de los EBooks se están implantando a velocidad de vértigo a la par que lo hacen otras fórmulas de publicación.

Surge imbatible la Generación Kindle en precario pero con la fuerza imparable de quien tiene el control absoluto sobre lo que escribe. Como semidioses ajenos a los entresijos editoriales y de cualquier otra índole legitimados por las descargas de los lectores, abriéndose un hueco en medio de la actual lujuria autoeditora mientras el papel desfallece agónico. Negar la evidencia sería absurdo. Aunque se precarice la figura del autor y mengüe la calidad de lo escrito, a pesar de que se reduzca la seguridad mínima que ofrece el copyright al creador y se otorgue su poder sobre el proceso a otros es el público quien decide qué leer y cómo hacerlo.

En una historia futurista de ciencia ficción la falta de regulación de Internet obedecería a una conjura de determinados grupos de presión o lobbies que tendrían en la ausencia de canon digital una excusa perfecta. Jugando la baza de la dificultad que entraña ponerle puertas al campo y al vasto ciberespacio, como si no se pudieran vallar ciertos terrenos privados, piensas tú, a fin de protegerlos de los delitos contra la propiedad intelectual. Ciertos contenidos no deberían ser gratuitos por mucho que nos encontremos en tiempos de cambio e incertidumbre. El desprestigio de la SGAE no ayuda mucho pero sí existe una mayor protección de los derechos de autor en otros países europeos aunque nos lleguen escasas noticias al respecto. Hay cabreo justificado y comprensible entre los autores de papel y digitales. Normal.


Son estos tiempos de cambio y redefinición en que escritores y librerías defienden con uñas y dientes el papel mientras los ‘intrusos’ del digital esperan que se les otorgue la dignidad que ofrece el nuevo medio, enemigos condenados a entenderse a la espera de la necesaria regulación bajo el más absoluto desamparo. No te extrañaría encontrarlos a todos entre los saldos de cualquier mercadillo. ‘Me va a poner kilo y medio de libros por favor. Y medio de tomates’. Y los verdaderos causantes de tal desatino saliéndose de rositas.

Reza la imagen de la Fira del Llibre de València sobre como guarecerse de la que está cayendo a través de la lectura. Y no cómo le está cayendo encima el chaparrón al sector del papel. De lleno y sin paraguas. Sólo el tiempo dirá si la revolución de Internet es equiparable a la que supuso hace más de quinientos años la invención de la imprenta. Quien esté libre de descarga que tire la primera piedra parece pensar el público aprovechándose del río revuelto con inusitada avaricia lectora. Nunca fue tan fácil acceder a los libros, alguna ventaja debía ofrecer para la cultura el caos imperante. Hoy, pase lo que pase en ventas e ingresos, la necesidad de contar y de dejarte contar pervive como en cualquier otra época. Intacta. Durante las próximas horas cientos de miles, millones de libros están a punto de apoderarse de cientos de miles, millones de lectores desde las casetas de las Ferias del libro firmados por sus autores. Yo de ti tendría mucho cuidado. Nunca se sabe qué puede encerrar un libro.


abril 2013
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