Se abre el telón y ves a X millones de personas humanas alzando la voz en grito, pidiendo ser escuchadas, pero sin público abajo para contemplarlas. Están todas arriba, subidas sobre el escenario. ¿Qué situación es ésta?. ¿La reconoce?.
Podría parecer un monólogo absurdo en el que nadie escucha desde la platea, tampoco -aunque resulte extraño-, se ve a nadie en el gallinero, ni siquiera simulan estar ahí las incólumes pero fieles figuras de los palcos, a pesar de la reciente remodelación para que éstos les resulten más cómodos.
¡Está claro!. Se trata de un chiste de Internet, el ejemplo de los ejemplos, o tal vez se está hablando de algo más serio como el estado de las autonomías. Podríamos estar ante una abstención colectiva, un “no nos interesa lo que nos estáis contando” provocada por el descrédito aunque bien podría tratarse de una nueva subida del IVA a las artes escénicas (una más, por qué no). Qué horrible conjuro estaríamos presenciando si se tratara de todo ello a un tiempo si no fuera porque de vez en cuando entra una ráfaga de talento fresco como el de la soprano y compositora Pilar Jurado quien dice que las crisis se resuelven con mucha más cultura, aunque a efectos prácticos sirva de bien poco.
Y parece increíble el hecho de que algo que siempre te ha alucinado, el afán de la gente de trascender de lo propio, acabe resultando ridículo por muchas razones. Increíble que la necesidad de lo público, de ese “ven, quiero enseñarte algo” que mueve la comunicación como tal se volatilice y pierda en ninguna parte. Quizá la libertad de ser y de decir esté engullendo la capacidad de escuchar convirtiéndose en acto vano y fatuo, una sucesión de monólogos en donde no cabe el diálogo ni por supuesto, -qué atrocidad no sabes ni por qué has llegado a pensarlo-, hay espacio para el consenso y el interés general o mínimamente común.
Con la era internet la frontera entre lo público y privado se diluye de una manera que te parece revolucionaria pero también un auténtico follón. La criba ahora es otra, la hipersaturación lleva directo a la dispersión a pesar de los montones de filtros. Y a la falta de profundidad que es justo lo que nos faltaba para abundar en el, temido para unos y recurrente para otros, CAOS. No se asimila el fracaso ni se analiza o reinterpreta. No hay tiempo, hay que ir probando a ver… No hay feedback auténtico.Tampoco interesa ver o hacer ver. Y claro, el patio de butacas está vacío.
Hablando de ver o hacer ver, y para demostrar que a la gente sí le interesa la política, hay quien sí cuelga el ‘no hay entradas’: Jordi Évole ha batido su propio récord de audiencia al combinar una fórmula de éxito con un tema que de tan candente abrasa. Nada más ni nada menos que casi tres millones de personas de cara al televisor para escuchar al enfant terrible de la pregunta y a Artur Mas el mismo día en que gallegos y vascos han elegido a sus representantes autonómicos. Compitiendo con Aída, ahí es nada. Algo querrá decir el dato, uno más.
Pero no pasa nada, nunca hay que ir por delante, siempre sobre hechos consumados. El público mira desde casa pero sólo alguna vez se atreve a ponerse el abrigo y salir para expresar su disconformidad. Mejor capear el temporal hasta que el fango nos llegue a las orejas. Y a ellos, los de La Situación, tanto les da mientras desde la atalaya del escenario continúen encaramados a su triste gloria. Porque es para ellos una necesidad vital, por interés económico algunos, muchos de ellos no digo que no, por compromiso, vocación o vanidades varias. Y a destacar para no hundirse, ‘importantes’.
Desaparecido el miedo escénico gracias al abotorgamiento de la platea, que finalmente según has podido saber ha decidido presentar sus excusas, contemplas La Situación desde las bambalinas y te parece cada vez más ridícula, la mires desde donde la mires, puro espectáculo zafio, enésima crónica del bochorno.
¿Para qué vibrar de emoción, de empatía?… Aunque se caiga el telón y hunda el teatro de aburrimiento o peor aún, de desesperación… Nos ofrecen monólogos, no coros.
¿Recuerdas?
One, “A Chorus line”: