Los empresarios no paran de pedir a las empresas que ganen tamaño, que apuesten por la internacionalización y que inviertan en I+D+i. Estas máximas no son discutidas por nadie pero he probado en mi propia economía que hay otro modelo que se basa en realizar justo lo contrario y que ni la crisis ni la bonanza le afecta. Es la economía del chapuza.
Todo empieza por alguien que conoce a alguien. El primero es de tu círculo más próximo y el segundo, no lo quieres volver a ver en la vida. El chapucero profesional no quiere ganar tamaño. Él es él y no necesita de nadie. Si le propones un trabajo fuera del entorno que conoce tienes dos opciones: le haces de taxista o te cobra tres o cuatro horas de más porque se pierde. Hay casos en el que el chapuza opta por ambas alternativas. ¿Y la I+D+i? Ni está ni se le espera. Tengo un armario con un sistema muy moderno (creo que sólo se utiliza desde hace dos décadas) en el que para quitar las puertas no hay que desatornillarlas. Él (que es él y no se le puede corregir) quitó todos los tornillos y luego sólo puso la mitad (y torcidos).
He decidido no bajar a hablar con mi amable directora de oficina bancaria. El gasto sé que no la puedo financiar con la tarjeta de crédito ya que el chapucero me sangró con billetitos calientes y sin factura. Lo comento con varias amistades y me dicen: “¿Te ha cobrado el doble que el que te dio presupuesto? Aún te ha salido barato pero ya has aprendido la lección”.
Otro día hablaré de la economía familiar. Es un concepto similar (ni tamaño, ni internacionalización) aunque, en mi caso, sí que hay algo de I+D+i. Para entrar en este mundo, yo empecé así: “Papá, ya sé que me avisaste. Se me ha colado un chapuzas en casa y me ha hecho un desaguisado…”.