La Cámara de Comercio y la CEV van a tener que cerrar una gran parte de sus oficinas comarcales porque la subvención que las mantenía desaparecerá. La lógica aplastante con la que explican esta actuación contrasta, sin embargo, con la alegría con la que se abrieron.
¿Nadie pensó que no tenía lógica alguna que en Gandía, Paterna o Xàtiva se estuvieran soportando los costes de dos oficinas y que con una sola era suficiente? Culpa tiene el político que lo subvencionó pero doble culpa el que recibió la ayuda. La primera, por decir que no hacía falta, y la segunda por no convertir en útil y necesario lo que nació como un derroche.
El cierre de oficinas comarcales, sin embargo, no es lo más grave. El dineral que se invierte en formación debería tener, en muchos casos, calificación de bono basura. ¿Para que queremos ser la autonomía con más titulados en Word? Ese deroche también hay que eliminarlo.