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Julián Larraz

Activos y pasivos

Elección: empleo o buena vida

Un cartel en Andorra me llamó poderosamente la atención hace una par de años. Clamaban los comercios por poder cerrar cuatro domingos al año ya que aseguraban que no era necesario estar siempre abiertos. Lo decían desde el país de las compras.

El nuevo Gobierno andorrano, elegido en primavera, lejos de secundar esta petición ha incrementado la libertad de horarios. De lo de cerrar cuatro domingos al año, se ha pasado a cerrar cuatro días al año (el 1 de enero, el 25 de diciembre, el día de la patrona y el día de la constitución). Todos los domingos abiertos. Sin excepción.

Entre los partidarios de aquella reducción de horarios (trabajadores y oriundos del lugar), la reivindicación se justificaba con la conciliación de la vida familiar y la pretensión de que los empleados del comercio tengan una jornada laboral similar a la del resto de trabajadores.

Sin embargo, el Gobierno ha visto otras bondades en la liberalización de horarios. Más horas abiertos implica más negocio, más empleo y más recaudación de impuestos. “¿Cómo le vamos a cerrar las puertas a los turistas que nos visitan el domingo?”, se planteaban parte de los andorranos.

La liberalización de horarios supone, en un primer momento, empleo e implica un nuevo atractivo para el turismo pero también tiene su parte negativa. Abrir los domingos obliga a trabajar los domingos. Esta obviedad es tanto como decir qué ya no volveremos a vivir como antes de la crisis, que los años de color de rosa se esfumaron.

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