Una de las reivindicaciones en las que las inmobiliarias y algún promotor se han quedado afónicos (por eso ya no suenan) en los últimos años es que la banca les hace una competencia desleal al convertirse en un operador de primer nivel. Los argumentos es que la banca ofrece una financiación para sus pisos que no concede para los pisos procedentes de las inmobiliarias. Y es cierto.

Al principio de la crisis, una de las aclaraciones que más exigían los actores del ladrillo es que se diferenciara lo que es un constructor (el que pone los ladrillos), un promotor (el que dice que se pongan) y una inmobiliaria (el que los vende una vez puestos). Ahora, la competencia desleal no existe ya que los bancos son promotores e inmobiliarias. Ellos deciden que suelos tienen financiación para que se construya y, además, se encargan de la venta.

Este cambio de status quo ofrece una ventaja al consumidor. Hace cinco años, el comprador de vivienda tenía que pasar por varias entidades financieras para discutir el diferencial sobre el euribor y decidir quién financiaría su piso. Ahora, por contra, es mucho más sencillo. La vivienda tiene un dueño que es el banco. Da igual si te la ofrece una inmobliaria, una promotora o un banco. En un 99% de los casos está hipotecada por lo que el que corta el bacalao es el banco. Cuando tengas elegido el piso pregunta: ¿de quién es? Esa entidad es la que te dará la hipoteca. Por lo menos, si no es ella no será otra.

Esta situación del mercado inmobiliario también merece otra reflexión. Si el Banco de España pide que la banca sitúe el valor de sus suelos en el balance al precio de mercado (que no existe) y eso le lleva a hacer provisiones para que su valor esté próximo a cero, ¿cuántas plusvalías latentes tienen la entidades a las que se les ha detectado un agujero?

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