La deflación es el fenómeno económico que hace que las expectativas de que bajen los precios congele el consumo a la espera de obtener ahorros en las compras que se realicen en el futuro. La definición más habitual habla de una caída constante de los precios de los bienes y servicios en una región económica. Se trata de uno de los mayores temores de la economía porque es un factor que agrava las crisis. En España es un temor recurrente desde que quebró Lehman Brothers y sigue siendo un riesgo latente aunque conforme la recuperación se consolide desaparecerá.
Una de las reglas de la economía es que para confirmar una tendencia deben existir varios datos consecutivos que reafirmen la nueva dirección. En el terreno de los precios, lo habitual es hablar de inflación. La economía capitalista se basa en el crecimiento constante, lo que implica que los precios tienen que subir de manera más o menos vigorosa.
Por tanto, encontrar tasas de inflación negativa debería ser extraño. El hecho de que los meses de julio y enero ofrezcan tasas de variación respecto al mes anterior a junio y diciembre respectivamente es habitual por el efecto que tiene la campaña de rebajas en el conjunto de los bienes y servicios que se venden en España. De hecho, en el análisis de la evolución de los precios es muchísimo más interesante fijarse en el dato interanual (mayo de 2014 respecto al mismo mes de 2013, 2012…) que en el interanual (mayo respecto a abril).
El debate empieza cuando una tasa interanual del Índice de Precios al Consumo (IPC) es inferior a cero. Algunos economistas hablan de inflación negativa o desinflación y deflación. Los primeros dos términos se deberían de utilizar para definir situaciones puntuales que pueden provocar la deflación. La inflación negativa o desinflación es una situación que no percibe la microeconomía aunque preocupe a la macroeconomía mientras que la deflación se agrava cuando la microeconomía se da cuenta que puede ahorrar si retrasa su decisión de compra.
La deflación es tan temida por la macroeconomía porque este fenómeno ralentiza el consumo y agrava la recesión. Sin embargo, existe productos que han sabido vivir con una enorme deflación a sus espaldas. Son los casos de los ordenadores y los coches. Ambos productos se han caracterizado por renovarse cada vez con mayores prestaciones y un precio más bajo y, pese a ello, siguen siendo bienes totalmente arraigados en la cesta de la compra.