Europa necesita considerar a Grecia como un problema aislado que no le afecta pero no lo puede separar tanto como si reconociera que su proyecto de unión es un fracaso.
Para explicar esta situación conviene recordar rápidamente la cronología de esta crisis. En el momento en el que estamos, septiembre de 2011, la crisis lleva más de cuatro años (en 2007 explotó la crisis de las hipotecas subprime). En 2008 quebró Lehman Brothers.
Ahora el problema no es ni las subprime ni Lehman sino que toda Europa está sobreendeduda. Todos los países de la Unión han creado más deuda para poder pagar lo que debían y ahora ni hay quien le renueve las emisiones de deuda (los créditos) ni tienen para pagar sus gastos del día a día.
Es conveniente fijarse en que para las tres crisis (subprime, Lehman, deuda) el motivo es el mismo: desconfianza. No es que el motivo de la crisis actual no sea ni las subprime ni Lehman sino que la desconfianza, como término abstracto, se tiene que materializar con algo más tangible.
A la pregunta “¿por qué no te fías de mí?”, se le contestó en 2007 que era porque se temía que todos estuvieran afectados por las hipotecas subprime. “No me fío porque no sé si estas afectado”. Lo mismo paso con Lehman y ocurre ahora con la deuda.
Por este motivo, sin menospreciar el enorme problema que supone que la deuda pública de los países miembros de la Unión Europa no se sepa si se puede devolver, el verdadero problema es la desconfianza.
Para atajar un problema, lo primero que hay que hacer es definirlo. Europa ha dicho que el problema más acuciante que tiene es que un estado miembro, Grecia (de Portugal nos olvidamos, sí, mejor nos olvidamos), no puede pagar su deuda. Si quieres que alguien se fíe de tí, tienes que reconocerte pecador y anunciar cómo vas a solucionar el problema.
Todo esto ya se ha hecho y sería ideal poder decir con rotundidad: “El problema es Grecia y ya sabemos como solucionarlo. Vamos a hacer un recolecta (plan de rescate) y lo solucionamos”. Pero hay desconfianza.
Tanto que cuando los ciudadanos de cada país reciben de sus políticos que van a ir a prestar dinero a los griegos saltan con un “qué haces tú dando dinero a otro si me estás pidiendo a mí que asuma que no me vas a subvencionar todo lo que me regalabas“.
Llevado al extremo, la opción más rápida para solucionar el problema sería expulsar a Grecia de la zona Euro, lo que permitiría que se dejara de hablar de una buena parte de los problemas de la deuda. ¿Acaso no se ha dejado de hablar ya de las subprime? Si se dejara de hablar de la deuda, la desconfianza no tiene porque desaparecer.
Además, el hecho de expulsar a Grecia de la zona euro supondría un problema a la credibilidad del proyecto de la Unión Europea. Intentar vender que es una rectificación es impensable.
Otro factor a tener en cuenta es que la delicada situación de Grecia no lo es tanto por la quiebra de un país sino por lo que ello significaría para los bancos europeos. Realizar una quita, es decir, perdonar a Grecia el pago de su deuda es perjudicar a Europa. La deuda helena está colocada en bancos europeos y si se realiza una quita se le está provocando unas deudas adicionales a la banca europea.
La opción extremista de expulsar a Grecia de la Unión Europea es por tanto gravemente perjudicial para los países miembros. Si estando Grecia dentro del euro sus problemas de financiación ya están creando un quebradero de cabeza a Europa, eliminar la tutela del país le llevaría a un default (impago de la deuda) inmediato.
De este modo, expulsar a Grecia a la UE supone asumir una avalancha de pérdidas en todos aquellos bancos (ahora se puesto el punto de mira sobre los galos) que compraron deuda helena.
Europa necesita considerar a Grecia como un problema y encontrar una solución pero no puede expulsarlo de la Unión. Éste es el trabajo a corto plazo aunque sin olvidar que el problema de fondo es la desconfianza.
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