ILDEFONSO RODRÍGUEZ
Periodista y profesor de Filosofía del Cine en la Universidad Católica de Valencia
CAPESIUS, EL FARMACÉUTICO DE AUSCHWITZ
Dieter Schlesak
Seix Barral
400 páginas
20 euros
Un nuevo viaje al infierno interior del ser humano. Un recorrido por la barbarie y la sinrazón, un paseo estremecedor y escabroso por uno de los episodios más horribles de la historia de la humanidad y que sigue representando el nivel más bajo al que ha llegado el instinto asesino y la crueldad del hombre. Por mucho que hayamos leído, escuchado o visto sobre los campos de exterminio organizados por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, nunca deja de golpearnos el alma cualquier testimonio relacionado con aquella masacre de personas organizada y sistemática. En esta ocasión los ecos de tales sucesos nos llegan de la pluma de un escritor alemán nacido en Transilvania que recoje a modo de reportaje los testimonios de personas involucradas en la vida y acontecimientos que tuvieron lugar en los campos de Auschwitz y Birkenau. Mediante el montaje y yuxtaposición de narraciones y declaraciones en el juicio de 1964 a algunos de los responsables de las matanzas, Schlesak cuenta lo sucedido a los judíos húngaros que fueron deportados, exterminados y torturados durante 1943 y 1944 en el citado campo de concentración polaco. Como hilo conductor y nexo de unión elige al doctor Capesius, un alemán de Transilvania, como el propio escritor, que se vio en la tesitura de mandar a los hornos crematorios a miles de sus paisanos que nada más desembarcar en el infierno vieron en él un rostro amigo.
Prisioneros, médicos, guardias SS, miembros del Sonderkommando, trabajadores del campo; entre todos ellos van tejiendo un relato monstruoso que convierten al ser humano en el más terrible de los habitantes de nuestro planeta. La lucha por la supervivencia donde no se podía sobrevivir lleva al ser humano a su límites, a unas fronteras oscuras y demenciales. Los propios prisioneros, condenados a morir en vida llegan a alegrarse por la muerte de sus semejantes porque significa más para cada uno, a participar en las torturas de sus amigos porque aporta un día más de vida. Los médicos alemanes suspiran por trabajar en un laboratorio gigante con seres humanos con los que les está permitido realizar cualquier tipo de experimento. La muerte y exterminio de millones de personas significa el enriquecimiento de unos pocos, la puesta en marcha de toda una industria de la muerte que da de comer a familias enteras y que entra pues en una dinámica imposible de parar.
Y todo ello desde la frialdad y el cálculo científico y económico de los matones, de los asesinos que a la hora de declarar en el juicio siguen hablando de números, de cifras, de porcentajes, de razas, como si no hubiera nada humano en todo aquello. Lo peor es que sabemos que aquello fue muy humano y fue perpetrado, maquinado y llevado a cabo por personas, personas con mujeres, hijos, familias. Buenos vecinos que cuando vieron regresar a los judíos de la muerte, escuálidos, famélicos, dementes, no les dejaron volver a sus casas porque ellos ya las habían ocupado.
Sin embargo, lo que más sorprende es comprobar como un gran número de estos sádicos torturadores se libró de la cárcel o en su defecto pagó con unos pocos años entre rejas.
Schlesak toca tangencialmente un tema espinoso y escondido, el del destino de los millones de alemanes que vivían en Europa del Este cuando el Ejército Rojo invadió aquellas tierras. Muchos ejecutados, otros deportados a los campos de trabajo en Siberia y el resto condenado a vivir en la indigencia y el vagabundeo por media Europa.
El autor de este reportaje, por ejemplo, vive en Sttuttgart, muy lejos de su Siguisoara / Schässburg (Rumania) natal.