WENDOLIN KRAMER
Laura Fernández
282 páginas
18 euros
Wendolin Kramer, una joven peculiar, que rinde culto al mundo del cómic, se mete a detective y embarca en su delirante periplo a un joven, también amante de los cómics. Wen contacta con un tipo que le encarga seguir a una persona que chantajea a una importante editora con desvelar un secreto fundamental que amenaza con arruinar su negocio. Las constantes confusiones entre la realidad de Wen y la del resto del mundo, y la trama disparatada construida por la autora propician situaciones cómicas.
VALORACIÓN: Si en la contraportada se tiene la ocurrencia de asegurar que ‘Wendolin Kramer’ es “la novela que hubiese escrito un Raymond Chandler adolescente”, la bodega se abre, la barra está libre y todo es comparable, y a mí, la historia de Wendolin Kramen me recuerda a las que filma Santiago Segura sobre Torrente, con su Atleti de fondo. Es decir, un personaje, la tal Wen, que, ajena a la realidad, transita por ella dejando al resto del mundo con la boca abierta. Ella es fan de los superhéroes y habla de ellos como si fuesen personas reales (algo que, por cierto, cuando ocurre en la vida real, te conviertes en un freak de tomo y lomo). Si Torrente es un guarro hasta lo desagradable, Wen es una inocente que roza la tontería; si Torrente cree que su Atleti es sagrado, Wen considera que tanto su principal ídolo, Super Chica, como todo lo que la rodea en las historietas, es venerable y trasladable al mundo real. Esa falta de discernimiento entre lo real y lo imaginario es una patología muy estudiada por los psiquiatras. Ya se sabe que un drama, generalmente después de pasar un tiempo, es suceptible de convertirse en comedia, que es lo que hace la autora, reírse un rato, no se sabe si de obsesiones propias o ajenas. El problema del humor en la literatura es el mismo que el de cocinar arroz: cogerle el punto, lo que depende del comensal, y no del cocinero. Junto a los variados granos están los distintos puntos de cocción, con lo cual, el concepto de ‘gracioso’, igual que el de un ‘arroz sabroso’, es muy personal. A mí no me hace gracia esta novela; y el arroz me gusta suelto y un punto duro. Quizá sí guste a los que disfrutaron de ‘Cosas que hacen BUM’, por ejemplo. Personalmente, trasladar a la literatura los ritmos, el humor y algunos registros propios del cómic me parece tan fallido como llevar al cine un concierto musical. Los fanáticos de las historietas de superhéroes pueden reconocerse en algunos tics de la historia. El retrato de la familia de Wen es divertido, y algunas de las situaciones que plantea (la supervivencia de la economía familiar gracias a la belleza de su perro) es brillante, así como la amoralidad miserable de algunos personajes (la madre, Marion, podría ser un personaje muy ‘torrentiano’, tanto por su actitud frente al sexo como ante del dinero), pero un libro no se sostiene con un chiste. Ni con dos, ni con tres…
BURGUERA