MIGUEL A. HOYOS
Editor del Telediario Fin de Semana de TVE
TRES ATAÚDES BLANCOS
Antonio Ungar
Anagrama.
284 páginas
Me gustan las historias de suplantaciones. Esas que hablan de un tipo que es el doble de Franco, de una Audry de barrio que debe hacerse pasar por una princesa y vocalizar: ‘la lluvia en Sevilla es una pura maravilla’. Este es un libro sobre una suplantación.
Me gustan las historias con protagonistas extraños. Me gusta el abuelo de Up, la señora de la Dulce envenenadora. Son más difíciles de escribir, pero abren caminos. Este Pedro Akira, que no lo es, es un protagonista poco dotado. Recuerda alguna vez al de ‘Lo mejor que le puede pasar a un curasán’. Pero no temáis, de aquel solo tiene el humor, la frescura, la irreverencia. Esto es literatura, esto funciona.
Y finalmente, me gustan los retratos de mapas sociales, paisajes humanos que bullen bajo la historia. Aquí lo hay, y aparece contado con una ironía sangrienta, con un humor sin escrúpulos.
La historia engancha, funciona, atrapa conforme van pasando las páginas. El autor se permite veleidades, e incisos y desahogos, y le salen bien. El autor es un tipo de 37 años asquerosamente superdotado (Premio Nacional de Periodismo en Colombia, publica en diarios de medio mundo y se permite irse a vivir a Palestina, que eso comodidad no da, pero currículum progre, mucho). Y se permite incluso darle algún zurdazo antológico en toda la boca del estómago al prestigioso diario El País, de España. Antológico ese momento.
VALORACIÓN: Una buena novela. Te ríes, pero no te permite que te distancies. Está muy bien escrita, sin tratar de parecerlo, y la historia es tan buena que te gustaría copiarla. No descubre nada pero se permite burlarse de casi todo, en la mejor tradición latinoamericana.
BURGUERA
VALORACIÓN: Mi amigo Miguel A. me dice: lee; y leo. Generalmente, coincidimos, pero en esta ocasión, no. El humor es como el optimismo. Decía Galeano que es optimista recién levantado, y luego no, y después de comer, tampoco, pero a mitad de tarde mejoran las esperanzas. Con el humor también la cosa debe ir a ratos, y los míos no coinciden con los tiempos de lectura de esta novela, que me hizo gracia pero poca. Cuando leo los premios de Anagrama y me encuentro con tanto chiste, se me descuadra el asunto. La historia, ya conocida tanto en su vertiente suplantadora hasta en las miserias políticas, gira, de repente, hacia lo inesperado, hacia lo turbio (el declive de los dos; ella, con las figuritas de porcelana; él, con el vodka), pero de repente recupera un tono un punto facilón. Va cargadita de política, pero la caricatura termina por desdibujar la trama. Está bien escrita sin esforzarse en parecerlo, eso es cierto. Lo mejor: la relación con su padre y ciertos aspectos de su personalidad, introspectiva, de antihéroe no por perdedor sino por falta de madera para serlo, pues más que personaje es casi caricatura.