Un paseo de 400m desde mi riad hasta la Plaza Jemma El Fna me fue suficiente para percibir la esencia y recopilar multitud de sensaciones que te hacen entender lo que significa viajar a Marruecos.
Un riad es una antigua casa árabe reconvertida en “hotel”. Pero un hotel con un encanto divino, con 100% sabor marroquí y de muy pocas habitaciones. Todos tienen un patio central en el que la voz del agua reúne el mayor interés. Yo me hospedé en el “Riad Samsli” y siempre será mi primera opción de alojamiento si tengo la oportunidad de volver otra vez.
Estar en el riad es pura tranquilidad, con ese relajante sonido de un pequeño chorro de agua continuo y montones de pequeños pajaritos entrando en el patio a picotear por los árboles que envuelven las paredes de éste.
La puerta del riad actúa de frontera hacia la aventura; una vez cruzas esa pequeña puerta de madera no hay vuelta atrás.
El recorrido hacia la plaza comienza por la Medina, que son laberínticas calles estrechas, y que por lo general son muy tranquilas. De vez en cuando te cruzas con algunos niños correteando detrás de un balón y ataviados con las camisetas de sus equipos preferidos. En ellas abundan mujeres vestidas con largas túnicas y cargadas con grandes bolsas repletas de verduras que acaban de comprar en los mercados.
Esas tranquilas callejuelas hacen de afluentes de alguna calle principal que desemboca en la plaza. A medida que te vas acercando a la plaza la tranquilidad desaparece para dar turno al ruido y al bullicio; carros empujados por burros, ir y venir de motocicletas a toda pastilla, comerciantes promocionando sus productos… y turistas. Muchos turistas.
Nada tiene que ver con la armonía del riad. Los comerciantes llaman tu atención con grandes sonrisas pero sobre todo, con frases hechas muy graciosas para tratar de engatusarte y llevarte a su tienda para que les compres algo. Son algo pesados pero fueron muy respetuosos tanto conmigo como con mi pareja. Lo que sí que hacen es sobrepasar tu espacio personal. A veces te hablan muy cerca o te dan la mano durante un minuto entero.
Conforme le vas ganando metros a la calle principal se empieza a escuchar levemente un sonido de tambores y flautines que ya no se te va a poder quitar de la cabeza y que se acrecenta cuando por fin llegas a tu destino. La Plaza Jemma El Fna es el auténtico corazón de la ciudad. Mires donde mires, siempre está pasando algo. Ruido, jaleo y gente, mucha gente. Unos cuentan historias, otros practican boxeo, muchos tocan instrumentos y otros tantos cantan. Sencillamente es en la gente donde radica el encanto de esta plaza. Recomiendo que te tomes un refresco en una de las terrazas elevadas de la plaza y que disfrutes de un buen atardecer.
Vivir el constante cambio de la plaza y sus calles a lo largo del día es el verdadero sentido del viaje a Marrakech.