Una de las quejas más repetidas en el ambiente externo al mundo fallero es que las comisiones celebran sus actos y sus fiestas de puertas hacia dentro del casal o la carpa. Los falleros, por contra, defienden que durante un año han pagado religiosamente las cuotas para poder celebrar de la mejor forma posible la semana grande de las fallas. Pero el asunto no es tan espinoso como se pinta desde ambos bandos. Al fin y al cabo, la única nota discordante son aquellos que odian la fiesta fallera. Quizás en este caso sea el más peligroso.
Veamos. Un fallero, como decía, cumple con las obligaciones de pagar las mensualidades de la comisión, trabaja por la falla ofreciéndose para cualquier cargo o tarea en la que pueda ser útil y el único fin de todo ello es poder disfrutar de la fiesta fallera. Cierto es que las comisiones falleras son entes que, pese a la naturaleza privada, necesitan del público externo para subsistir, para obtener mayores ingresos y para hacer una fiesta más completa. Algún fallero nos podríamos encontrar negando que todo el esfuerzo realizado durante todo el año pueda ser servido y degustado por gente que simplemente pasaba por ahí en el momento se celebraba una fiesta (bien sea durante todo el año o en la semana de Fallas).
Quizás nos podemos encontrar más falleros de los que están encantados con los que el barrio, en el que se ubica la comisión, participe de los actos previstos por la falla, pero para ello las comisiones deberían realizar un ejercicio de apertura que podría traer más problemas que beneficios.
Hoy en día vivimos una de las peores épocas en cuanto a las quejas vecinales por la actividad fallera y en cierto modo el Ayuntamiento de Valencia ha claudicado ante las protestas. Un vecino puede quejarse y siempre acabará provocando que la comisión fallera salga perdiendo. Es decir, por un lado pretendemos que las fallas se abran al barrio pero por otro lado se limita (en ciertos casos bien hecho) la actividad de la comisión. Está claro que muchas fallas se han acogido a celebrar cualquier fiesta y eso por parte de las comisiones tampoco debería ser frecuente, pero es que todas las acciones llevabas a cabo tienen como resultado que una falla prefiera, le salga más rentable y se evite disgustos si celebra los actos para sus falleros.
Decía anteriormente que las comisiones falleras, o algunas de ellas para no generalizar, se han visto ante la oportunidad de celebrar cualquier acto cerrando las calles próximas a su casal. Hablando con franqueza, tampoco es lo apropiado. Es normal que desde las administraciones se impida que una falla pueda cortar el tráfico de una calle reiteradas ocasiones que pueden contarse en casi una decena de días durante el año y la pretensión de tener una vía totalmente cortada al tráfico durante más de una semana en los días grandes de Fallas. Las comisiones deben ser controladas para no exceder en sus actos en las calles, pero nunca ahogadas imposibilitando cualquier acto festivo. Hoy en día sólo se permiten un par de cortes de calles fuera de la semana grande de fallas. Esa visión de la comisión fallera como un terrorista de la conciliación no favorece a nadie.
Hay que buscar un punto de encuentro entre ambos colectivos. La fórmula de la prohibición quizás no sea la más apropiada, así que una vía hay que encontrar para que las quejas vecinales desciendan y los actos falleros se puedan celebrar en las calles contando con la participación de la gente del entorno.
Al César lo que es del César. También hay que destacar que existen un gran número de comisiones falleras que sí se abren sin problemas al barrio y barrios que acogen sin quejas a las fallas.
La fallas son para los falleros. Claro, obvio, ya que así lo han querido todas las partes. Los vecinos con sus denuncias y los falleros con sus actos. Habrá que entenderse porque sin integración entre comisión y barrio las Fallas perderán su esencia histórica.
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