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Víctor Soriano

Reinterpretando el mapa

Desmantelar la V-15: una oportunidad (más) para la Albufera

Décimo Junio Bruto fundó Valencia en medio de una enorme área palustre que seguramente se parecía más a la actual laguna Véneta que a la llanura litoral que conocemos. La Albufera es memoria viva de esa historia. Lo que en su día fue un enorme lago ha mudado en el paisaje –más cultural que natural- que fue nuestro primer espacio natural protegido y el pulmón por excelencia del área metropolitana. Sobre lo que fue lago, y antes mar, hoy hay un mosaico de elementos (laguna, arrozales, bosque mediterráneo, núcleos urbanos tradicionales), diferentes entre sí, pero que juntos constituyen un espacio de gran valor ambiental y cultural y todo un referente identitario de la sociedad valenciana. Sin embargo, este paisaje de indudable valor es, como ocurre también con la huerta, de suma fragilidad.

La lucha de la Albufera por sobrevivir ante el avance imparable de la ciudad que la envuelve es uno de esos extraños casos en que David vence a Goliat, si bien no sin dañarse. Aunque no se materializaron algunos de los proyectos más agresivos, como la urbanización de la práctica totalidad de la restinga que ocupa el bosque de la Devesa –prevista por el plan urbanístico de 1966- o la alocada construcción de una autopista en viaducto sobre las aguas del lago, la Albufera no se libró de ser algo así como el cajón de sastre de la ciudad para todo aquello que tenía difícil encaje en el casco urbano, en la que igual cabía una sucesión infinita de discotecas que un autocine o las dotaciones e instalaciones más variopintas. No ha sido hasta tiempos muy recientes en que se han retrocedido algunos de los pasos en la degradación del hoy parque natural, como ha ocurrido con la recuperación de la playa del Arbre de Gos.

Pero, pese a todo, la Albufera no es un lugar olvidado ni mucho menos abandonado. Somos muchos los que recordamos a menudo que su recuperación, preservación y puesta en valor es una de las asignaturas pendientes de Valencia. Durante las recientes fiestas navideñas los vecinos del parque natural han clamado por el apaciguamiento del tráfico en la autopista, construida en la década de 1960, que lo penetra y que, vergonzosamente y sin sentido alguno, todavía sigue existiendo tres décadas después de la declaración del espacio natural protegido. Es una exigencia razonable ante la evidencia de que una autopista cuya única finalidad es servir de acceso al propio parque natural, pues en él concluye su trazado, no guarda coherencia con la necesidad de protección que la figura exige.

La conocida autopista de El Saler es hoy un monumento a los desmanes del pasado y a una visión del territorio y del turismo totalmente opuesta a la que hoy en día es unánimemente aceptada. Una vía de esas características, por la que circulan vehículos a gran velocidad, que segmenta el territorio y no es permeable a los tráficos peatonales –ni decir tiene que menos todavía a los faunísticos-, y que está ampliamente sobredimensionada, no tiene sentido en el marco de un espacio natural protegido, no sólo por motivos ecológicos, sino también por la calidad de vida de los ciudadanos de su entorno inmediato y porque supone un obstáculo a la proyección turística de la Albufera. El simple apaciguamiento del tráfico que reclaman los vecinos como solución más rápida al problema que sufren, aquí, no basta, sino que debe recurrirse a una opción mucho más ambiciosa: el desmantelamiento de la autopista y su sustitución por una vía parque que permita el acceso a velocidad moderada de los vehículos y dé continuidad a la CV-500 hasta la ciudad de Valencia, pero en la que los peatones y los ciclistas cuenten con espacios reservados y que permita los recorridos peatonales transversales, a través de la carretera, hoy imposibles salvo por pasarelas como la que une El Saler con su puerto.

El desmantelamiento de la autopista, totalmente necesario, y su sustitución por otro tipo de vía más vivible resolvería, además, la conexión peatonal y ciclista de la ciudad de Valencia y de los demás núcleos del área metropolitana con el parque natural de la Albufera, hoy marginalizada en pro del automóvil, y contribuiría notablemente –sin duda, más que ninguna otra medida posible- a la mejora de la calidad paisajística y ambiental de la Albufera, poniendo fin al error histórico que supuso tanto su construcción como el trato que todo el parque natural recibió en las décadas centrales del siglo pasado.

Las grandes decisiones en materia de política territorial nunca son fáciles ni poco controvertidas, y ésta, sin duda, sería una de ellas; pero huir de la polémica no puede ser una razón para no abrir el debate de la preservación de la Albufera, en cuyo orden del día el desmantelamiento de la autopista puede ser un buen primer punto.

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Sobre el autor

Víctor Soriano i Piqueras es abogado y profesor de Derecho Administrativo. Tras graduarse en Derecho y en Geografía y Medio Ambiente realizó un máster en Derecho Ambiental en la Universidad 'Tor Vergata' de Roma, además de otros estudios de postgrado, y ha publicado, entre otros, el libro "La huerta de Valencia: un paisaje menguante".


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