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Víctor Soriano

Reinterpretando el mapa

12 lugares que no esperas para visitar en 2021

Mazzorbo

En el extremo norte de la laguna de Venecia, la isla de Mazzorbo es un pedazo de tierra olvidado camino de las muy célebres Burano y Torcello.  Un puñado de casas de colores, no tan vivos como en la isla vecina, dan la bienvenida a los viajeros que descienden del vaporetto en la Fondamenta di Santa Caterina, en cuyos dos extremos están el campanario desvencijado la iglesia de lo que fue un pueblo casi aislado en la laguna a cerca de una hora de navegación de la ciudad. El resto de la isla, de forma rectangular, lo pueblan los campos de cultivo tradicionales que le dan un ambiente tranquilo y rural desconocido entre las turistificadas calles de la Serenissima. La Strada del Cimitero, un delicioso camino entre olmos blancos a orillas de la laguna frente a las costas de Burano, con la que está conectada por un puente peatonal es ideal para el pique-nique frente a las tradicionales briccole.

 

El Cementerio de Arlington

Saludando a la capital americana desde el lado opuesto del inmenso Potomac, el cementerio de Arlington es el lugar de reposo de los héroes americanos y, pese a ser un atractivo turístico renombrado y de colosales dimensiones, el profundo respeto que infunde el lugar lo convierte en un espacio de reflexión y silencio. Además de la tumba de los soldados desconocidos, el memorial del presidente Kennedy o la conocida escultura de Felix de Weldon representando a seis marines izando la bandera de las barras y las estrellas sobre Iwo Jima, cualquiera de las praderas pobladas de lápidas de militares fallecidos siempre demasiado jóvenes será un buen lugar para recordar las cosas de verdad importantes, aunque este año nos haga menos falta.

 

Èze

Con una vista privilegiada de la Costa Azul y de la península que ocupa el exquisito pueblo de Saint-Jean-Cap-Ferrat, donde veraneaba la familia Rothschild, la villa medieval de Èze domina desde su promontorio en la Grande Corniche, la carretera costera que une Niza y Mónaco, la parte más deseada de la costa francesa. Èze es un pueblo colgado sobre la montaña, de calles estrechas y muy empinadas, solo transitables a pie y con extrema precaución, que permanece impertérrito a los cambios incesantes que le rodean desde hace más de 1500 años y pasó la mayor parte de su historia bajo el dominio de los Grimaldi antes de integrarse en Francia. Uno de sus más ilustres visitantes, el filósofo Friedrich Nietzsche, que era un visitante habitual de la Riviera francesa, da nombre al escarpado sendero de montaña que une el pueblo con la playa, con un desnivel de 400 metros.

 

La Biblioteca François Mitterrand

 La segunda sede parisina de la Biblioteca Nacional francesa, la más importante del mundo junto con la del Congreso estadounidense, fue uno de los grandes proyectos de renovación de la capital que promovió el presidente Mitterrand, junto con la reforma del Louvre o la ópera de la Bastilla. El conjunto rectangular de cuatro torres de cristal dorado, diseñado por Dominique Perrault y que obtuvo el premio Mies van der Rohe, se abre al Sena por una inmensa escalera frente a la pasarela Simone de Beauvoir y el mítico puente de Bercy. El centro del conjunto lo ocupa un jardín formado por pinos adultos que se transplantaron desde uno de los bosques más bellos de la Normandía. A uno y otro lado, el 13º distrito de París, el más moderno de la capital, con su museo al aire libre inmensos murales, y el bohemio barrio de Bercy.

 

Sirmione

En la provincia lombarda de Brescia, a mitad de camino entre la industrial capital y la romántica Verona, el pueblo de Sirmione es un tentáculo de tierra que se extiende dentro de la costa sur del lago de Garda. Su casco antiguo, en la estrecha lengua de tierra, recuerda de forma incesante a Venecia con el estilo de sus edificios y el trasiego de las barcas del lago. Su inónico castillo medieval, con los puentes levadiso y la dársena para barcos entre torreones, dan una imagen de cuento de hadas a pocos pasos de los lujosos balnearios de aguas termales y de la villa en la que Maria Callas pasaba sus vacaciones.

 

Los dos Baarle

Entre los Países Bajos y Bélgica, los pueblos de Baarle-Hertog y Baarle-Nassau no son municipios fronteridos sino que cabalgan sobre la frontera. Sin más interés que la propia curiosidad, la intrincada trama de la frontera -marcada por cruces en el suelo- que divide en mil pedazos al único núcleo urbano que constituyen los dos Baarle, con enclaves y un caprichoso trazado de la línea divisoria que hace que algunos edificios tengan dos puertas, una en cada país, o que la cafetería local pueda cambiar las mesas de lado para beneficiarse de la mayor libertad horaria del Estado vecino. Aunque no está lejos de Amberes ni de Róterdam y La Haya, y pese a no tener nada de especial, para un amante de las curiosidades geográficas la visita es más merecida que a cualquiera de las grandes ciudades de sus alrededores.

 

El barrio europeo de Bruselas

Aparentemente desolado el fin de semana, el barrio de Bruselas que acoge la mayoría de las instituciones europeas, a los dos lados de la Rue de la Loi, contrasta con el ambiente caldeado del centro histórico de la capital belga tanto como sus edificios de cristal de estilo internacional lo hacen con las exquisitas casas unifamiliares decimonónicas que ansían las familias de los funcionarios europeos en los márgenes de la Square Marie-Louise, un parque consagrado a su lago. Los juegos dominicales de los niños -en un inglés que no destaca en una ciudad francófona- en las calles frente al edificio Berlaymont, desde el que se gobierna la mayor democracia del mundo, se sustituyen el lunes por el trasiego de trabajadores y becarios.

 

Jersey City

El bridge and tunnel con el que peyorativamente denominaban los neoyorquinos a sus vecinos de Nueva Jersey ha dejado paso en el frente costero de Jersey City a otro apodo: Wall Street West. A una sola parada de tren del World Trade Center, el barrio de Exchange Place se ha convertido en otro de los corazones en los que laten las finanzas estadounidenses. Las vistas increíbles del atardecer de Manhattan, las casas de ladrillos de Paulus Hook o el mítico reloj gigante de Colgate, hacen del Waterfront neojerseíta un interesante paseo a orillas del Hudson. El ferry que la conecta con el Brooksfield Place de César Pelli nos puede llevar de vuelta a la ciudad que nunca duerme en pocos minutos.

 

Belfast

Aunque en la isla de Irlanda es la ciudad de Dublín la que se lleva todas las miradas, la capital del Norte es una ciudad tranquila y curiosa, alejada del turismo que inunda a su homóloga meridional. Los murales que recuerdan tiempos pasados menos felices contrastan con la tranquilidad que se vive en las calles de la pequeña ciudad en la que el conflicto que ha padecido durante todo un siglo ha sido tan bien disfrazado en todas las heridas físicas que es casi imperceptible para el visitante. El mayor atractivo turístico de la capital norirlandesa es el museo dedicado al Titanic, que fue construido en un astillero de la isla, en el que se conserva el barco original -una pequeña replica del transatlántico- que emplearon los pasajeros irlandeses para embarcar en el buque durante su escala en Queenstown (ahora, Cobh).

 

Malmö

 A la sombra de la vecina Copenhague, pero accesible desde ella por el puente que cruza el estrecho de Oresund uniendo Dinamarca con Suecia, la ciudad de Malmö es la hermana discreta -y barata- de la capital danesa. Su centro histórico, de pequeñas casas tradicionales del Báltico, en cambio, vence decisivamente a su ciudad gemela de la otra costa, además de estar mucho menos frecuentado. Cruzando el bello jardín cruzado por canales del castillo de Malmö nos conduciremos hasta el Turning Torso, el rascacielos retorcido de Santiago Calatrava que es icono de la ciudad, y al moderno barrio que se abre a sus pies, en la misma costa del estrecho de Oresund, cuyas aguas heladas desafían los locales lanzándose a nadar desde los espigones con la silueta imponente del puente en el horizonte.

 

Girona

Una de las más desconocidas de las pequeñas capitales españolas, la ciudad de Girona, es también una de las más sorprendentes. Las casas coloridas colgadas sobre el rio Onyar son el símbolo más reconocible de una ciudad de la que se habla más por el reciente conflicto político que por sus atractivos turísticos pero que, aun así, exhibe un curioso encanto entre lo provinciano y lo bohemio, que atrae a los artistas y profesionales de Barcelona en búsqueda de precios más bajos.  La trama metálica roja del puente Palanques Vermelles, diseñado por el mismísimo Eiffel, tiene que aparecer en cualquier fotografía de la ciudad.

 

Fertilia

En un extremo olvidado de la isla de Cerdeña, la región más olvidada de Italia, Fertilia es un barrio de la ciudad de Alguer -más conocida en España por ser teóricamente catalanófona, aunque nadie hable realmente la lengua de Ausiàs March-, constuido en 1936 bajo las ideas y el mandato fascistas para reubicar el exceso de población en la provincia peninsular de Ferrara y, más tarde, para albergar el éxodo italiano desde la Istria que se entregó a Yugoslavia. Su arquitectura y urbanismo son una representación perfectamente conservada -y de una clamorosa decadencia- de las teorías de la ciudad de los ideólogos fascistas.

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Sobre el autor

Víctor Soriano i Piqueras es abogado y profesor de Derecho Administrativo. Tras graduarse en Derecho y en Geografía y Medio Ambiente realizó un máster en Derecho Ambiental en la Universidad 'Tor Vergata' de Roma, además de otros estudios de postgrado, y ha publicado, entre otros, el libro "La huerta de Valencia: un paisaje menguante".


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