Por la noche hay dos problemas: la cantidad de tontos que salen de fiesta y la cantidad de tontos que trabajan en ella. (Vale también para ellas). Esto resulta, por desgracia, una regla casi sin excepciones los viernes y sábados. Y si a eso se le suman dos copas de más o de menos -quién sabe- ya tenemos un festival montado en el garito.
Durante años he visto clientes maleducados -muchos- pero también seguratas que se apresuraban a sacar la manita a pasear sin justificación o aprovechaban el mínimo pretexto para llegar a ser crueles. Lo dicho, los tontos lo son más todavía por la noche. ¿Y cuántos de estos casos terminan después en los juzgados? Pues algunos, que no todos. ¿Cómo denunciar una agresión si no tienes identificado al que te puso la cara como un mapa? Suele ser complicado.
Pues por eso mismo quiero resaltar la actuación de uno de estos porteros, profesión que goza de mala fama. Ocurrió el sábado, a una hora todavía prudente. Una joven se refugió en un local de El Carmen porque decía que otro joven la había robado. El ‘mazas’ dejó pasar a la mujer e impidió que el otro accediera al interior. Y todo esto lo logró sin una mala palabra, un mal gesto. Nada de encararse o miradas desafiantes. Menos todavía eso de aguantar la respiración y sacar pecho como si le fuera a explotar el torso. Le dijo que no y fue que no. Sin más. Pese a su buen trato, el joven todavía reaccionó: “Como me vuelvas a tocar, te arranco la cabeza”. Esto fue más o menos textual.
No obstante, el portero se mantuvo en su actitud. Nada, pasando… Todo se solucionó sin su intervención o mejor dicho precisamente por cómo actuó. Luego, explicó que no pensaba que el joven hubiera robado. “Se habría marchado; no se hubiera quedado por aquí”. Igual que criticamos, también es bueno reconocer aquello que lo merece. Ahí va el mío, a ese chaval joven, con barbita pelirroja y de traje negro que en la madrugada del sábado curraba en la puerta de Ghecko.