“A veces no me contuve y le dije al juez un par de cosas tan fuertes que después me iba riendo yo solo en el coche”. Imagino que compartiría risas con Landecho, hombre de su confianza en el Palau, y que ejerció de chófer durante las sesiones. Esta es una de las perlas de la entrevista de Francisco Camps en la revista Telva. El expresidente de la Generalitat dejó pasar una magnífica oportunidad para deslizar al menos una disculpa acerca de su comportamiento durante el juicio de los trajes. Recientemente, una de las personas que estuvo en el juicio -y no de público- comentó que tampoco le había extrañado tanto la actitud, los gestos, los comentarios del expresidente. Al fin y al cabo, estaba sometido a mucha presión y que era normal que, en cierta medida, montara un poco el numerito. Vaya, que se lo esperaban. La verdad es que me sorprendió el resumen porque más que un numerito, aquello fue casi un circo. En alguna ocasión se llegó a dirigir al propio magistrado Juan Climent para decirle que él sabía perfectamente que no tenía poder en las contrataciones porque había trabajado para el PSPV de Lerma. Luego, no dudaba en consultar su móvil constantemente e incluso mandar algún que otro mensaje. Los saludos al público, besos y arqueos de cejas eran el pan de cada día. Se llegó a llevar incluso un libro, aquel que contaba la historia del Santo Job y de cómo fue repudiado por su pueblo. Su abogado, Javier Boix, tuvo que leer incluso los fragmentos que le indicaba su “patrocinado” pese al poco interés que le despertaba. Vamos, lo nunca visto en un juicio. Y todo esto, además, de sus interrupciones, de sus susurros y el caso omiso a las incontables advertencias del juez de que se iba a ver obligado a expulsarle. Motivos tuvo más que de sobra. Otro magistrado lo más probable es que no le hubiera consentido ni una cuarta parte de lo que allí se vio. Pero no quiso Climent hacerlo. Se mantuvo en aquellas advertencias interminables que nunca se materializaron en nada. Pudo ser porque de haberlo hecho le ofrecía el escenario perfecto para convertirse en víctima, en un político perseguido por un juez socialista. Por eso, en la entrevista, entre perchazo y perchazo en la barca, no hubiera quedado de más un “me arrepiento de…” Pero no. Nos enteramos ahora de lo del coche, como el adolescente que ríe contento tras una travesura sin castigo.