Los juicios con jurado son una lotería. La expresión es común entre fiscales y letrados cuando afrontan un proceso de estas características. Se refieren a lo imprevisible del veredicto. Lo mismo en un caso con suficiente prueba para un tribunal, el acusado sale absuelto que al contrario. De ahí que muchos prefieran siempre que su destino se encuentre en las manos de un juez. Especialmente si son inocentes. Pero la expresión, quizá tras lo ocurrido en el último juicio, pueda aplicarse también a los componentes del jurado. Una de las integrantes -en su descargo aclarar que era una persona mayor- disfrutó durante las sesiones de la vista de una reparadora siesta. Al menos durante dos días se evadió de manera plácida ante los interrogatorios del fiscal y/o los del abogado defensor. Ni siquiera algún que otro codazo suave y cómplice de su compañero de tarea lograba despertarla de manera duradera. Un abrir y cerrar de ojos y, al cabo de unos minutos, de nuevo rendida en los brazos de Morfeo. También se utilizaron otras estrategias para mantener despierta a la jurado. Por ejemplo, alguna pisada más fuerte de lo habitual o un ataque de tos, sorpresivamente más poderoso que la media, para tratar de lograr una sacudida de la víctima. Imagino que aquel que eligiera a la mujer como integrante -las partes pueden vetar hasta cuatro candidatos- estaría pensando qué mal ojo tuvo en esa ocasión.
La realidad es que en la mayoría de los casos ser jurado no suele ser una tarea entretenida. Existen excepciones, claro. Aquellos que llevan interiorizado el papel que se les atribuye. Son pocos, una especie casi en extinción. Vaya, como ocurre en la sociedad en general. De hecho, lo primero que uno trata de hacer cuando se entera de que ha sido seleccionado como posible jurado es la forma de escaquearse. Tampoco la gratificación económica que reciben estimula a ejecutar la tarea de la manera más eficiente posible. Algo más de 60 euros al día para un proceso que requiere cierta concentración y que se convierte en algo excesivamente pesado para gente de la calle. Y, para colmo, los dos años que tarda en pagar la Conselleria de Justicia. En este sentido, el juicio más pesado en la Comunitat fue el de los trajes de Camps. Más de un mes, incluso en sesiones de mañana y tarde, metidos en el TSJ, para ver si la muchachada de Gürtel regaló trajes a Camps y Costa. Si algún jurado ha tenido derecho a dormirse, fue el de aquel proceso. Tostón terrible. Incluso a los periodistas nos costaba mantener la concentración a lo largo de toda la sesión.
Pero bueno, lo de que se duerma un jurado tampoco es tan importante en una Comunitat donde algunos diputados son capaces de cortarse las uñas en el pleno, dormirse, jugar con los móviles, hacer la lista de la compra o los deberes de francés. O incluso recoger firmas para que indulten a un compañero de bancada. Para eso sí que hay que estar despierto.