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A desahuciar con un bolso de Carolina Herrera

Los detalles, en demasiadas ocasiones,  terminan siendo esenciales. Resultan tan definitorios que no puedes escapar de aquello de que no habrá segunda oportunidad para causar una primera buena impresión, la biblia de los comerciales.

Ocurrió el pasado lunes.  Nueve y media de la mañana. La comisión judicial se presenta en un domicilio de Ruzafa.  Se trata de un desahucio, algo tan común que, por desgracia, cada vez es menos noticioso. Ya saben, lo que deja de ser novedad… Junto a los funcionarios,  se presenta ella, rubia -lo añado como un detalle descriptivo sin segundas lecturas-, taconazos, pantalón y bolso. El complemento no es precisamente discreto. Dos son los motivos. Uno, el color rosa chicle que quebrantaría cualquier código de discreción. El otro son dos grandes letras, la ce y la hache que adornan el bolsito de marras. El tamaño de las iniciales permitía conocer la firma desde varios metros de distancia. Alguno casi diría que arrastra un cartel publicitario.  Y no es que la mujer, bauticémosla como Carolina Herrera,  se comportara de manera improcedente o hiciera algún comentario fuera de tono.

No. Fueron eso, los detalles. ‘Carolina’ era la habilitada del procurador del banco.  Vamos, para resumir, la que viene en nombre de la caja. Para colmo  se trata de una de ingrato recuerdo para los valencianos. La víctima del desahucio, que tiene que cuidar de un hijo enfermo, imagino que bastantes problemas llevaba encima para fijarse en que con aquel bolso a buen seguro que ella solventa una letra de esa hipoteca que ahora no puede pagar.

Habrá alguno que ya esté pensando en que esto es demagogia. Pues no. Vaya por delante que no critico las marcas. Cada uno se gasta el dinero en lo que le da la gana, que su esfuerzo le cuesta o debería costarle. Hay quien lo dedica a bolsos, a ropa, a coches, a casas, a hacer deporte, a irse de fiesta o a viajar al extranjero. De lujo. Ahora bien, lo que no me parece de recibo es que a semejante escenario se acuda con ese despliegue económico. Es como si a una boda te presentas en chándal y deportivas. No pega. Eres el bicho raro.  Pues tampoco el bolsito es un invitado agradable. ¿Dónde queda el pudor? Luego surge otro problema. Al ser el representante de la entidad bancaria te conviertes en su imagen. No dejas un buen recuerdo en los domicilios a los que acudes. Te ven como el poderoso y quizá incluso como el prepotente.

¿Y si fuera falso? Pues casi diría que es todavía peor. Querer aparentar en un lugar como aquel no entra en mi cabeza. Cada uno que se compre lo que se pueda permitir. Es mucho más digno.  Por lo menos, seamos auténticos.

@a_rallo en Twitter

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