Mad Robot desembarcan en el Loco Club el 7 de noviembre para presentar su último y combativo trabajo, I declare war
Desde la Valencia de los 90, Furious Planet llegaron a tocar el cielo en aquella España indie que, cual burbuja sobresaturada, acabó estallando en mil pedazos, dejando como triste legado, centenares de carteles roídos de otras tantas bandas en los muros de incontables ciudades. Desencantada, una de las cabezas visibles de aquel proyecto, Mike Grau, decidió colgar la guitarra en 1998 («supongo que acabé muy harto de todo y ahora vuelvo a tener ilusión por hacer música y tocar en directo»), y no volvió a fijarse en ella hasta 2011. Lo hizo, precisamente, para mostrar, a través de la música, su vena más crítica contra casi todo aquel que se mueva, en general, y contra la industria sonora y todo lo que le rodea, en particular. Así nació Mad Robot, recuperando acordes heredados de los mejores Pixies, Nirvana o Weezer: «No soy uno de esos músicos mansos a los que parece gustarles todo y son todo pose en redes sociales, para luego rajar a todo el mundo en privado. Me gusta poder decir lo que me dé la gana; a mí no me gusta todo, ni todo me parece bonito, soy sincero», sentencia un Mike que, evidentemente, carece de pelos en la lengua: «No soporto el mamoneo, no vivo de esto, sólo hago canciones, no tengo que seguirle el rollo a nadie. Apoyo a la gente sana que no se dedica a mirarse el ombligo; no idolatro a críticos. Para hablar del trabajo de los músicos de tu ciudad, has de conocerlos, saber cómo funcionan las cosas, saber lo que les cuesta hacer música, y no hablar por hablar. Es fácil para algunos decir que los músicos valencianos somos perdedores y que no apostamos por nuestros proyectos. Toco en una magnífica banda, no soy mejor que nadie por ello, pero tampoco menos».
Esa banda es la formada por Su, Roberto Timón, Borja Boscà y, más recientemente, Carolina Otero. Los mismos que grabaron I declare war (Endoftheworld–Borx), la última criatura del combo, continuación de aquel Blacklisted (Endoftheworld, 2013), que ha contado con la colaboración de viejos conocidos como Cristóbal Perpiñá (Seguridad Social, Club 430), Nick Simpson o Dani Gurrea, y que será desgranada el 7 de noviembre en Loco Club, en un concierto en el que también subirá al escenario Césped de Verdad, el particular dúo que llega con larga duración recién editado bajo el brazo: «No tenía ninguna intención de volver a montar una banda, ni hacer discos. Tan sólo hacíamos canciones semidesnudas en casa y poco más. Lo demás ha sido absolutamente natural. Manolo Tarancón (no sería justo no mencionarle) nos animó y ayudó a publicar Blacklisted. A partir de ahí, todo vino rodado. Roberto siempre estuvo ahí (para mí, es el mejor batería), Borja es el mayor agitador de la escena valenciana, y Carol fue la que realmente me volvió a subir a un escenario con su banda. Hago las canciones pensando en ellos, en que se diviertan tocando, e intento sacar el máximo partido de las cualidades de cada uno, que son muchas. Soy afortunado de tenerles y de que todos tengan ganas de hacer cosas juntos. No cambiaría por nada ninguna pieza de esta banda. Una de nuestras gracias es ser cada uno de un palo», añade un Grau que, inmerso en la cultura del juanpalomismo, prácticamente gestiona todos los procesos habituales de la grabación desde su propia casa, la verdad, con unos resultados finales más que dignos: «Son malos tiempos: a veces tienes discográfica y ésta no hace su trabajo. Hoy todo funciona con promotoras a las que pagas para que te metan en revistas y blogs; está todo muy mezclado y confuso. Esto es un circo; siempre lo ha sido. Grabamos en casa sin medios, lo producimos y hacemos el diseño de nuestra obra. Todo lo controlamos nosotros, y nosotros marcamos los tiempos. Nos gustaría poder grabar en mejores condiciones, salir en revistas y sonar en radios, pero la radio ha muerto prácticamente; y, en cuanto a la prensa, pocos periodistas se interesan por las bandas que empiezan. Además, ser número uno en Valencia no ayuda a ninguna banda fuera de aquí. Por lo tanto necesitamos combatir. Hay mucho que decir sobre todo esto y siendo neutros y mansos no vamos a mejorar nada».
Ante tamaño panorama, y parándose a analizar los explícitos textos (Kill the mainstream, Death of criticism, I am a fake) a los que acompañan las vistosas guitarras en las que surfea Mad Robot, es necesario preguntarse cómo miran al futuro Mike y los suyos: «Sólo pensamos en nuestros proyectos y en los de gente sencilla que está haciendo un montón de cosas, cada uno a su manera y como puede. Muchos no salen en revistas, no suenan en la radio. Lo hacen por necesidad y placer, sin tener que darle explicaciones a nadie. El futuro es de todos. El arte es imparable. Falta gente joven, pero es imposible que unos chicos de 17 años puedan abrirse camino alquilando pubs por 350 pavos para tocar. Se ha perdido la cultura de ir a bolos. Pese a todo, los músicos valencianos son cojonudos, hemos mejorado todos mucho y hay bandas que nada tienen que envidiar a las de fuera, pero también suelen ser muy creídas y poco generosas a la hora de apoyar propuestas ajenas».
Mientras tanto, el quinteto continúa, impasible, su senda. Y lo hace a partir de varios condicionantes que convierten a Mad Robot en una aventura peculiar, que es capaz de plagar sus discos de singles potenciales; que, consciente o inconscientemente, aplica un atractivo grado de compensación entre lo pop y lo punk, o que, sin complejos, ajusta en vistoso equilibrio su espíritu contundente y ese toque de elegancia que supone el concurso vocal de Su. ¿Todo esto es buscado, o nace más de la intuición y del dejarse llevar? «Empecé tocando punk y hardcore, siempre he escuchado de todo, pero hay un fondo de toda aquella época: el tocar a volumen desorbitado, las baterías enormes, bajos con distorsión y cambios loud/quiet/loud… Además de eso, siempre me gustaron los temas tarareables. No somos un grupo pop, pero las melodías vocales le dan ese punto. Creo que es cuestión de jugar con las bazas que tienes».
Los discos de la semana
Ventajas e inconvenientes del amor libre (Comboi Records, 2015)
Resulta extraño asegurar, a estas alturas de la película, que Sergio Sanz parece haber encontrado, definitivamente, la senda ideal para ofrecer de la manera más digna sus creaciones. Más de dos décadas de carrera le contemplan, desde que buena parte de los 90 del siglo pasado se los pasara dando forma a La Caramba, uno de los proyectos musicales valencianos con más posibilidades de aquellos años. Varias aventuras y criaturas después, y rodeado de un excepcional equipo, con este Ventajas e inconvenientes… da la sensación de que se ha topado con la alfombra mágica perfecta para sobrevolar las infinitas posibilidades que ofrece cantarle al amor, desde un punto de vista desenfadado, pero apoyándose en lo emocional. Recordando en ocasiones al Ariel Rot más lúcido, es capaz de facturar temas (algunos de ellos, tal vez, alargados sin necesidad) tan pegadizos como Una chica zen.
Trae tu cara (BCore, 2015)
El valor de Cuello no radica tanto en lo innovador de sus discos, a medida que son estampados contra nuestros cerebros, como en la maestría que sigue demostrando el combo a la hora de mantener el tipo. Si el lector quedó boquiabierto con aquel magnífico Mi brazo que te sobre, y permaneció ojiplático con el certero Modo eterno, con Trae tu cara esbozará una sonrisa inabarcable dejándose llevar por esas conocidas melodías veloces y directas, esas letras absolutamente imaginativas («Serpentina de trapo, límpiame desde abajo para desinfectar el cuerpo frágil de tu alma»), esos vertiginosos riffs de guitarra, y ese inconfundible registro vocal que hacen de Cuello un ente único.