Castellón rinde homenaje a Juan Morcillo, el personalísimo roquero convertido en una de las leyendas con más carisma que ha dado nuestra música
«No sé qué pasa que no puedo adaptarme a este mundo tan serio» cantaba Juan Antonio Morcillo en Hielo. La suya es la historia de uno de los últimos roqueros auténticos que ha dado la música valenciana. Aunque nacido en Godella, su devenir siempre estará unido a Castellón, el lugar desde donde su figura trascendió, a partir de su particularísima filosofía de vida. «Recuerdo estar tocando en una sala madrileña totalmente apartada de los circuitos habituales de conciertos. El público, escaso y de un perfil más bien cabaretero, estaba a sus cosas. Salimos al escenario y ante la mirada perpleja de los asistentes que esperaban más bien un espectáculo de magia, Morcillo agarró el micrófono y dijo: ‘Sentimos molestaros pero tenemos que trabajar, intentaremos ser breves’», recuerda uno de sus colaboradores más fieles, el músico y productor Juan Carlos Tomás Juanki. «Llevaba una de sus uñas pintada de rosa cada vez que estaba enamorado… Y siempre la llevó pintada», rememora Aroa, sobrina de una leyenda cuya estrella comenzó a brillar con mucha más intensidad aquel fatídico febrero de 2015, y una de las responsables, junto al colectivo cultural La Seta Azul, del homenaje que su patria chica le rendirá el próximo 4 de marzo en la Plaza Mayor, en el marco de la Magdalena.
La idea, asegura Pep Navarro, uno de los pilares de La Seta Azul, surge en parte tras la presentación del disco Con M de Morcillo (coordinado por el propio Juanki y José Luis Llorente El Chino), en el concierto homenaje que se realizó en la sala Veneno Stereo de Castellón: «Fue un evento en el que se reunió a familia y amigos. Mucha gente se quedó sin poder acceder a la sala y sin poder comprar la entrada, que se agotó tras anunciarse. Obviamente era tan necesario ese primer homenaje íntimo como el que se ha preparado para el día 4 de marzo, esta vez abierto a todo el mundo, y como Juan Morcillo merece por su importancia en la escena musical de la ciudad».
Durante el evento, Los Rítmicos, plato fuerte de la noche, estarán acompañados de varios colaboradores que irán subiendo al escenario, entre ellos, Juan Nadie, el grupo tributo a Morcillo El Bellaco y Los Rítmicos; Los Náufragos, banda que rememora los años de gloria de otras de las formaciones en las que militó nuestro protagonista, los inmensos Los Auténticos; o Los Dalton, entre otros.
Verdadero referente de innumerables artistas castellonenses que, como la propia Aroa, le consideran todo un maestro («ha enseñado mucho, siempre se podrá aprender de él porque fue un auténtico roquero en todos los sentidos»), hay quien, como Juanki, asegura que buena parte de la banda sonora de estas tierras no se podría entender sin su legado: «Significa el rock castellonense. Su carrera ahora mismo representa el máximo exponente del rock en Castellón, y para algunos, del rock en castellano». Más que nada porque Morcillo vivió como un roquero durante buena parte de su existencia. Su inconfundible aspecto y sus personalísimas maneras se fueron gestando desde que, a finales de los 60 del siglo pasado, comenzó a cincelar su leyenda con aquellos Los Sherpas. A partir de ahí, hizo todo lo posible por mantener viva la llama de los sonidos más directos, primero, con Los Auténticos y, más tarde, ya bajo la marca Morcillo (primero, con Los Rítmicos, y después, en solitario). Además, tuvo mucho que ver en la carrera de otras formaciones castellonenses como Los Romeos (él compuso Mi vida rosa) o Gatas Negras, liderada por su hija Gisela, y Aroa.
Todavía hay muchas voces que siguen preguntándose cómo es posible que una personalidad tan arrolladora no acabara figurando en los libros de historia, como uno de los roqueros más importantes que ha dado la música hispana. La explicación es muy sencilla: Siempre fue reacio («y algo cabezón», añade Aroa) a abandonar su tierra y tratar de convertirse en una estrella a cambio de sacrificar demasiadas cosas: «Totalmente. No sólo no buscaba entrar en la industria discográfica a nivel multinacional y todo eso, sino que, en ciertos momentos, esquivó a aquella misma industria cuando trató de tentarle», asegura un Juanki que, como otros muchos, considera que todavía no se ha hecho justicia a su figura: «No ha sido justamente valorada. En Valencia, tal vez, pero a nivel nacional no creo que se haya reconocido demasiado su talento, ni como compositor ni como cantante, y en esta última faceta creo que ha sido de los mejores. Sin duda tenía una voz impecable; castigada por los excesos, pero impecable».
«No puedo más, yo me siento un extraño, y alguna vez creo que soy un marciano», maldecía un Morcillo cuya inagotable energía era capaz de sorprender al más rodado, al igual que «su sentido del humor, y a la vez sentido del malhumor», bromea Aroa. A finales de la década pasada, editó su último trabajo. Su título resumía, a la perfección, un estilo de vida: 60 formas de molestar.
El disco de la semana
Trilogía fantasma (Hall of Fame, 2016)
El sello valenciano se ha encargado de aglutinar, en un paquete completo, paquete Dwomo, tres referencias imprescindibles del incomparable dúo formado por los imaginativos e incansables Jorge Lorán y Antonio J. Iglesias. Las tres cósmicas patas de este barroco taburete vendrían a ser como una especie de pequeña gran muestra de las infinitas posibilidades artísticas de dos personalidades, sin las cuales, nuestra vida sería muchísimo más aburrida.
En aquel Electroshock Taronger (Hall of Fame, 2013) de tan grato recuerdo para la parroquia valenciana, la pareja sorprendió a la hora de transformar y reinventar, sin ningún tipo de frontera, verdaderos (y variadísimos) himnos de nuestro devenir, como La noche no es para mí (Vídeo), Latino (Francisco), Sí, senyor (Ovidi Montllor), In the city (R.C. Druids) o No tengo nada (In Fraganti). Un año más tarde, era Granja Beat la encargada de editar un mágico directo en el que dos naves siderales (la pilotada por Dwomo y la manejada por la siempre solvente Orquesta Pinha) colisionaban felizmente. Aquel Por el aire incluye algunos de los momentos más épicos de esta aventura inclasificable, a ritmo de polka, ragtime, klezmer, vals, swing…
Cierra esta Trilogía fantasma un El eslabón perdido (Autoedición-DRO, 2015) convertido en toda una perla para los amantes del combo, y una verdadera oportunidad para el neófito que, curioso, pretenda descubrir los incontables senderos frecuentados por Lorán e Iglesias a lo largo de todos estos fructíferos años.
Acompaña tan atractivo y vistoso paquete el llamado Manual de antietiquetas ilustradas, a cargo del artista gráfico Carlos Maiques, que aglutina una treintena de dibujos minimalistas, que casan, como anillo al dedo, con el siempre sorprendente universo Dwomo.