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César Campoy

Banda sonora

Brasil mediterráneo

Oriunda de Paraná, pero arraigada en tierras valencianas, Thaïs Morell presenta su nueva aventura discográfica, Amaralina

 

 

Pecaríamos de poco originales si afirmáramos que a Thaïs se le puede considerar ciudadana del mundo. No obstante, tal vez ésta sea la mejor manera de definir a esta brasileña, original de la bella Curitiba, que se ha cruzado el planeta de norte a sur y de este a oeste, tanto brindando su arte y conocimientos, como tratando de empaparse de culturas variadas que, eso sí, en común tienen aquello del goloso acervo. De Granada, a París; de Estonia, a Ghana. Hasta que, hace unos años, decidió fijar su residencia en tierras valencianas: «Además de que encontré aquí a gente muy amable, la ciudad también lo es: muy buen clima, la playa, ni demasiado grande ni demasiado pequeña, buena cocina…», asegura, mientras muestra su orgullo por haberse convertido en un miembro más de la familia Sedajazz, uno de los colectivos con más solera y prestigio de nuestra cultura sonora: «Es un gran honor. Soy una gran admiradora de [Francisco] Blanco Latino, y de todo su trabajo como dinamizador del jazz en España. Vengo de una escuela distinta a la del jazz, pero creo que tenemos ideas musicales muy parecidas: el mismo cuidado y respeto hacia la música, la búsqueda de unos sonidos creativos».

 

Elegancia

Esta incontestable conexión ha supuesto para Thaïs, tanto su concurso como docente en la Escuela Sedajazz, como el favor del sello que posee la factoría, a la hora de publicar sus trabajos. Si en 2012 fue la propia Sedajazz Records la encargada de editar aquel Cancioneira, ahora ha hecho lo propio con Amaralina, un disco en el que ha contado con la participación de músicos de la altura de Alberto Palau, Javier Vercher, Nacho Tamarit, Carlos Sanchis, Ales Cesarini o Andrés Belmonte. Una colección de canciones que suenan y huelen a naturaleza. De esencia netamente brasileña, pero que desprende, ante todo, aires folclóricos que se mecen, en ocasiones, en el jazz más sutil. Un tratado de elegancia colorista y delicadeza, en el que la propia artista ha tenido que ordenar y dotar de coherencia y alma sus incontables influencias: «Recojo ideas de canciones mías, de otros compositores o del folclore; melodías que me llaman la atención. Entonces, pruebo a cantar y tocar con la guitarra; hacerlas a mi manera. Algunas ya están muy cerca de mi estilo, a otras igual les doy alguna vuelta armónica o rítmica, para que queden más coherentes con mi forma de cantar y tocar. Si consigo que suene bien así, se la enseño a David [Gadea], que aporta sus ideas percusivas, siempre buscando también combinar influencias. A partir de ahí, la instrumentación casi viene sola. La canción pide un instrumento u otro, una textura sonora u otra».

 

 

Todo ello para tratar de amasar y mezclar con delicadeza, los incontables ritmos y culturas sonoras de los lugares que ha visitado Thaïs. Tanto los más lejanos (esas esencias africanas o turcas), como los más próximos. En este disco, por ejemplo, Morell da una curiosa vuelta de tuerca a una pieza tradicional de la herencia ibérica: Los mozos de Monleón, de Lorca: «Conocí este tema ya con este arreglo a cuatro voces, en 2003, en Brasil, cuando era integrante del grupo Bayaka. No llegamos a grabarlo, pero el arreglo me pareció precioso y nunca me olvidé de él. Viviendo aquí conocí las otras estrofas y la historia del tema. Este año, cogí la guitarra y probé tocarlo a mi manera. Elegí sólo tres estrofas ya que la letra es muy larga, pero creo que resumen bien la historia, que es trágica: De un chaval al que mata un toro. ¡No podría ser más español! El Rhodes de Alberto Palau le da un toque moderno en relación a la versión original con piano de Lorca. La flauta baja de Andrés fue perfecta para la atmósfera del tema. Por cierto: Aún no he conseguido descubrir de quién es el arreglo a cuatro voces».

 

Puro vivo

Y tanto ha ido acercándose y amoldándose Thaïs al contexto en el que se desenvuelve desde hace varios años que en este Amaralina, que presenta el próximo 20 de noviembre en La Rambleta, también ha optado por incorporar, a su vena más mediterránea, parte de una letra en valenciano, además, con el concurso de Carles Dénia, en Amo (Fam): «También fue algo que surgió de manera natural. Conocí esta canción de Rafa Arnal en 2012, y toda la banda quedamos encantados con su fuerza. Le hice letras en portugués y un nuevo arreglo, y muy pronto la incorporamos al repertorio de nuestros conciertos. Para la grabación llamamos al gran Carles para cantar la parte en valenciano. Es un artistazo, y hacía tiempo que habíamos hablado de hacer algo juntos. Me hacía mucha ilusión oír nuestras voces, tan distintas, combinadas, además, ayudándose de esas percusiones étnicas y esa flauta turca».

 

 

Horizontes que vencer, fronteras que deshacer, aromas mil de los que empaparse, todo ello, tratando de mantener una línea, un canon, una estabilidad. A primera vista, conseguir tal equilibrio no parece demasiado sencillo. ¿Existe algún tipo de contención, consciente o inconsciente en todo ese universo que envuelve el proyecto Thaïs Morell? «Un artista independiente siempre tiene limitaciones, principalmente las generadas por el tiempo y el dinero. Muchas veces, tu creatividad se tiene que adaptar a esas circunstancias, lo que no es del todo negativo: Si no existieran esas limitaciones, algunos estaríamos toda la vida buscando la perfección en un solo disco. También está lo de equilibrar el hacer música para uno mismo y para los demás. Al final, tenemos una función social, que yo intento cumplir sin perder mi esencia: Si sólo hiciera música para los demás, estaría grabando discos estilo 40 Principales, y si hiciera música sólo para mí, no grabaría discos».

 

 

Los discos de la semana

 

Carolina Otero & The Someone Elses

Diastema girls (Malatesta Records, 2015)

No sabemos de dónde saca el tiempo Carolina Otero para andar embarcada en tantas aventuras. El caso es que, entre idas y venidas, ha tenido tiempo para idear y crear el mejor trabajo discográfico de su carrera. Ha contado con la ayuda del afamado Paco Loco, en las cuestiones técnicas y, por supuesto, de su banda, la compuesta por José Montoro, Nick Simpson y Dani Gurrea; una formación rocosa y homogénea convertida en seguro de vida para dotar de vida a unas canciones que, global y filosóficamente, parecen huir, por momentos, de anteriores ambientes sombríos y pesimistas, para ser servidas a base de una rabia que oscila entre el pop más fiero y el rock alternativo más digno. De la sección rítmica de Sick and bored, a la ampulosidad de The greener grass dreamer, pasando por la rotundidad aplastante de Daphne calling, la Otero y los suyos tienen motivos para estar orgullosos.

 

The Last Summer Story

Farm (Autoeditado, 2015)

Enamorados del espíritu guitarrero que lustros atrás cultivaron con acierto Weezer, Foo Fighters y, sobre todo, The Posies, Dave Greenwood, Manu Martinez y Diego y Mat Entraigues, antes en bandas como Loveless, Scorsese, Modelo de Respuesta Polar o Costaverde, han acabado convergiendo en un combo que se estrena con este EP en el que solos luminosamente distorsionados (Smile to nowhere) conviven a la perfección con esporádicos acoples y coros que huelen irremediablemente a Teenage Fanclub e, incluso, a Oasis (Keep calm and drive far). Como parece que madera hay, esperamos posteriores entregas que definan la personalidad definitiva del proyecto.

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Sobre el autor

Curioso por naturaleza. Más de media vida escribiendo.


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