“Mi buena yaya,
tanto me quiere a mí,
que con mirarme,
es ella feliz”
Mi yaya, Los Diapasons (1966)
El inicio de La orfebrería según los místicos es, sencillamente, arrebatador. Volverás es uno de esos temas que no consigues quitarte de la cabeza por mucho que lo intentes, aunque sea enfrentándolo a todos los grandes éxitos de Georgie Dann y Ray Barretto. Pablo Maronda y Marc Greenwood publicaron este año una de las referencias pop más redondas y cristalinas que cualquier apasionado de los nuevos sonidos añejos pudiera imaginar. Tras comprobar que su matrimonio con Absolute Beginners, con quienes editaron su primer larga duración, El fin del mundo en mapas (2011), no acababa de (digámoslo así) fructificar, la pareja decidió montarse la película por su cuenta, y construyó, en varios meses, un tratado de melodías, dignas letras y arreglos, que convergen en un mismo punto: el buen gusto. Además, viendo cómo se presentaba el panorama, y sacando cuentas, Marc y Pablo se convirtieron al Juanpalomismo, y demostraron que, definitivamente, ésta ha devenido una opción tan válida (al menos si quieres mantener el mayor grado de libertad posible) como cualquier otra.
De esta manera, en Maronda reflexionaron, y consideraron que la mejor manera de brindar su flamante nueva criatura sería: a) autoeditar una tirada limitada de vinilos para los más sibaritas, y b) permitir que cualquiera que lo deseara pudiera obtener este La orfebrería según los místicos, asegurando una mínima calidad sonora, desde la propia página web del grupo y de forma totalmente gratuita (sí, esa medida tan aplaudida como denostada por la profesión). El caso es que, este mes de noviembre, la propia banda anunciaba a través de las redes sociales que se han superado las 5.000 descargas. Además, no busquen los vinilos; se los quitaron de las manos.
A partir de aquí, del resto, de difundir la palabra, se ha encargado el dúo y, sobre todo, el bueno de Pablo, posiblemente, uno de los músicos valencianos que más se prodiga en los incontables locales y garitos de diversa índole que pueblan nuestro territorio. Seguramente, el hecho de que no exista una formación fija y continuada que integre el conjunto, facilita las cosas. Por regla general, es el propio Pablo, acompañado de su guitarra (exceptuando algunas puestas en escena llevadas a cabo por ambos), quien visita cada uno de esos locales interpretando, tanto temas del conjunto, como versiones, improvisaciones o ensoñaciones propias. Además, también suele encargarse de los vídeo-clips del conjunto; unas producciones tan personales, como evidentemente inmersas en el universo Maronda.
Un universo construido, no sólo, pero sobre todo, por sus composiciones. Unas composiciones que inspiran y huelen a agridulce angustia, desazón y melancolía, pero también a camisa y rockys, a sandalias de goma color carne, a tarde de verano en la piscina del pueblo. A Gainsbourg, sofisticaciones varias y ciertas reminiscencias elitistas (muchas de las inspiraciones literarias), pero también a noche de digna y mágica verbena, a Brincos, a Íberos y a Los Ángeles (esas trompetas de Volverás).
¿Que qué hace tan especial este La orfebrería según los místicos, aparte de su acertadísima fusión sentimental entre acordes y letras? En primer lugar, que con el paso del tiempo (vio la luz en los primeros meses del año) sigue abierto a provocar sonrisas de complicidad en el melómano capaz de seguir sacándole punta a detalles y pinceladas. ¿Que qué más? Pues el mencionado inicio de Volverás o los de El ruido eterno o He hablado con ella; las exquisitas colaboraciones (ajustadas, ninguna sobra) de Sandra Belda (ese diálogo de inspiración afrancesada en La recriminación), Jorge Pérez, Alfonso Luna, Jordi Montero (esencial en La piedra negra) y Ernest Aparici; la resultona y clásica combinación pop de acordes menores y mayores; unos coros, en ocasiones, para enmarcar; esos teclados eclesiásticamente sesenteros; la sapiencia de condensar elegantemente, en dos minutos y medio, un buen puñado de historias convencionales; unas deliciosas rectas finales de batería (El ruido eterno o Las luces resplandecen); estribillos como los de Me fui antes de verte llegar o, de nuevo, He hablado con ella; la ambientación de La recriminación; el dramatismo de El pájaro cuco y la muerte; esa guitarra de La cristiandad, que vuelve a trasladarnos al universo Ángeles (¿Momentos?); la esencia de finales de los 60 de una justamente evocadora Los últimos días de Arcadia… Pablo, Marc y amigos, la verdad, lo tendrán realmente difícil para igualar o superar el nivel alcanzado con esta docena de temas. Si lo conseguirán, o no, se supone, no tardaremos muchos meses en saberlo, ya que Maronda andan metidos de lleno en la preparación de su tercer elepé.
Y el caso es que todo esto venía a que, la noche de este viernes, 29, Matisse vive dos acontecimientos a tener en cuenta. En primer lugar, que Maronda actúan en formato grupo. Vamos, algo que no se ve todos los días. Se unen a un Pablo, que en las últimas fechas ha seguido recorriendo con su guitarra algunos puntos de nuestra geografía, el ya mencionado Alfonso Luna (Tachenko), a la batería, Paco Beneyto (Midnight Shots), al bajo, y, por supuesto, la otra cabeza de este águila imperial bicéfala, un Marc recién retornado de tierras mexicanas, después de la enésima aventura por aquellos lares (donde se les quiere, y mucho) de La Habitación Roja. La formación nacida en L’Eliana se ha tirado por el país americano un mes, en el que apenas ha tenido tiempo para el respiro: promoción, conciertos, apariciones televisivas… y un broche de oro en el imponente Plaza Condesa del D.F.
Y el segundo acontecimiento destacado de la noche de viernes en Matisse (que nos vamos por las ramas), bueno, de hecho, el que propicia que Maronda se suba a las tablas del local de la calle Campoamor de la capital valenciana, no es otro que el (¡agárrense!) 35 aniversario de existencia de la emblemática y, para muchos, sentimentalmente legendaria Discos Oldies, resistente como pocas, y verdadero centro de peregrinación para los amantes del coleccionismo, al igual que otros clásicos de la capital valenciana que nos acompañaron y (afortunadamente, algunos todavía nos) acompañan como Amsterdam, Harmony, Acetato, u otros de vida más corta, pero intensa, como Monterey.
Ante todo, Oldies ha sido y es el paraíso en el que innumerables melómanos han cultivado su pasión por el vinilo, las rarezas, la segunda mano y, sobre todo, la historia del pop y el rock españoles. Sus atestados cajones han sido revueltos por incontables dedos que han acabado negros de tanto escarbar en nuestra memoria musical surgida desde principios de los 60. La misma memoria que tratará de despertar y hacer gozar uno de los pilares de la histórica tienda de discos, Vicente Fabuel, que se marcará una pinchada de las que crean afición (a los vinilos, suponemos).
Porque todas las referencias musicales aquí citadas, y muchísimas más, las podrán encontrar en Oldies, y en las combatientes tiendas de discos repartidas por nuestro territorio. Así que ya saben, vale la pena consumir cultura y, si es cercana y de calidad, mejor que mejor. Por regla general, no se arrepentirán.