Desde que me ingresaron en el reformatorio laboral intento hacer terapia reflexiva. Analizo con pausa. Y por eso concluyo que me he sentido utilizado por el ego de una diputada con camiseta que a costa de su minuto de gloria ha pisoteado la colaboración de 66.000 personas (yo también firmé) para aspirar a la gratuidad de las guarderías para nuestros hijos. Y me produce pena el político que se jacta de su estrategia para hurtar debates. Y detesto ver cabezas abiertas a golpes de porra cuando las concentraciones, manifestaciones o protestas legales e ilegales se pueden disolver de una manera mucho más pacífica. Y lamento leer y escuchar cuando se intenta demonizar a policías que en ocasiones tienen que lidiar con indeseables que apuestan por la violencia en un conjunto sin ganas de guerra.
Y me dan asco las soflamas a favor y en contra, de grises, verdes, rojos y azules. Y vomito ante la política interesada que intenta colar en cuestiones de interés social mensajes de acomplejados de tiempos pasados que la mayoría ya ha superado y no entiende. Y cuestiono también por qué mi hijo ha estudiado casi todo este curso en barracones o aulas prefabricadas, según me cuenten el cuento, sin poder elegir centro pese a las promesas de un alcalde bobalicón que buscó mi voto y no se lo di. Y reniego de banderas que se enarbolan en peticiones que afectan a todos, a buenos y malos, según se vean ellos mismos. No me identifico con ninguno de esos colores que se exhiben, ni con blau ni sense blau, ni con coronas ni himnos de Riego. Ni con países, països, reinos, regiones o entelequias. Y me da la risa cuando me dan lecciones aquellos que se bajaron los pantalones por un plato de lentejas.
Y me apartan a manotazos de las ideologías los soberbios que creen que la mayoría les permite el todo vale y la minoría carroñera de esa minoría que aprovecha cualquier rendija para colar mensajes que no tienen el soporte de las urnas. Y reniego de los diputados y diputadas con carné en la mano y chalé para el descanso. Y de aquellos cargos públicos anclados a la contra que se llenan la boca de lo público mientras sus hijos no pasan frío ni calor porque pueden tirar de chequera para acunarlos en el privado. Cosas de la vida.
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