Educar a porrazos no es bueno
La violencia, venga de donde venga, no es un buen método para educar. Y menos a porrazos. Aquello de la letra con sangre entra, y en este caso a borbotones con cabezas abiertas, es propio de tiempos pasados que, afortunadamente, muchos no vivieron y otros tantos lo pasamos enganchados a la teta. Crecí con la imagen del Cojo Manteca con chupa de cuero y muleta en mano a mamporros con el mobiliario urbano. Fotografías de finales de los ochenta que para mí ya son en blanco y negro. Imágenes casi desterradas que ahora vuelven con fuerza y a la fuerza en pleno centro de Valencia con el tsunami de las redes sociales.
No comparto el todo vale con cortes de tráfico a las bravas. Pero detesto el abuso de la violencia a tortazo limpio contra adolescentes que atisban un futuro sin futuro. Las porras o defensas en este caso son ofensas. Lamento la intromisión de antisistemas, de estudiantes sin estudios, de alborotadores incontrolados que prostituyen una protesta que despierta a una juventud adormecida que, en definitiva, son los que tendrán que sacar a este país de la crisis con cerebro o cojones. Me asusta que el máximo responsable de la Policía Nacional aluda a los estudiantes como “el enemigo” como un Gila sin gracia, mientras el presidente de la Federación Valenciana de Estudiantes ejerza de descerebrado al grito de que seguirán quemando las calles de Valencia con la única consecuencia de que el contenedor volcado le estropeará la cena a más de un parado. Una declaración de intenciones de un tonto de baba. Y lamento que no haya una decisión conjunta de los partidos políticos e instituciones valencianas para intentar que termine la batalla campal. Y no entiendo que se hayan pasado el fin de semana a la sopa boba, de paella familiar o en menesteres más íntimos sin intentar que el lunes no se repitiera lo del viernes.
Esta mañana, tras dejar a mi hijo en el colegio, una madre, a título personal, me ha entregado un escrito en que el pedía lo movilización de padres y madres por la calidad de la enseñanza pública. Para que el comedor se pague, para que los nanos no estudien en aulas provisionales y para que el antiguo almacén del centro no sea la clase de música. Los profesores, a los que se les ha tocado el plus de la antigüedad del sueldo, han acordado ceñirse a un horario que lo primero que se ha llevado por delante es la fiesta de carnaval del viernes. La madre, voluntariosa ella, pedía un esfuerzo. Invitaba a los padres a llevar a sus hijos disfrazados y a los profesores a participar del desfile. Aún a riesgo, visto lo visto, de que los guardianes del orden la emprendan a discreción con Bob Esponjas, princesas, Supermanes sin superpoderes, ninjas con espadas del todo a 100, padres, hermanos y abuelos mientras los antisistema vestidos de Heidi y Marco revienten el derecho a protestar. Una fiesta en una cabalgata ilegal que, a este paso, no terminará en paz.