El hombre pasaba los sesenta. Con una melena plateada, algo descuidada, empujaba como un autómata la silla de ruedas con ritmo mecánico.

El chaval, con guantes de ciclista, ayudaba al que debía de ser su padre con impulsos desordenados en las ruedas. Dos mechones a modo de coletilla le caían por el cogote.

En un instante, el chico se puso a dar gritos. Como enfadado. Incluso intentó tirarse de la silla con un gesto que el padre abortó empujándolo del pecho otra vez contra el respaldo. No se sabe si el chico tenía madre y el hombre, esposa. O algún hermano.

Lo subió a un vehículo ranchera, arrancó el coche y se marchó. El chaval abandonó aquel aparcamiento de playa en el asiento trasero con la mirada perdida arriba y la boca abierta buscando a través del cristal de la ventanilla la nada.

Un niño pregunta: “Papá, ¿qué le pasa a ese chico?”

El padre no contesta.

Luego al llegar a casa hablan en twitter de un tal Pablo Iglesias, el PP de Rajoy se monta su hora feliz con el todo irá bien, en la tele arreglan y desarreglan su vida y la tuya, en unos días sólo valdrá que España gane el Mundial, que coloquen a Rubalcaba al calor de un buen sueldo y recibe la enésima invitación para jugar al Candy Crush.