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Héctor Esteban

El francotirador

El marido de Carmen Montón

Fui el primer periodista en conocer a Carmen Montón. Todavía me acuerdo de aquellas palabras. Las tengo grabadas porque fue un proceso a la inversa. La lógica invita a que sea el plumilla el que pregunte. En este caso fue al revés: “Hola, ¿eres periodista no? “Sí”, contesté. Fue frente a la fachada del Ayuntamiento de Burjassot. De noche, después de un pleno municipal. A finales de los noventa. Yo era un colaborador que trataba de ganarse su primer contrato. Carmencita, como la llamaban los pesos pesados de la agrupación socialista de Burjassot, era la hija de Pedro Montón, un concejal que cerraba filas en aquel grupo que dirigía José Luis Andrés Chavarrías.

Carmencita solía acudir a muchos plenos municipales. En compañía de otra joven postadolescente, también hija de concejal a la que nunca le pronostiqué larga carrera en política. La hija de Pedro Montón era otra cosa. Se le veía a la legua. La actual consellera de Sanidad quería vivir de esto y desde el inicio  supo cobijarse bajo las mejores sombras. Al menos, bajo aquellas que le evitaran achicharrarse al sol de la políticas.

Aquel plenario de Burjassot era un buen master para conocer de cerca el arte de la guerra política. Mi querido Andrés Chavarrías era uno de los alcaldes de la vieja escuela, con Pepe Ruiz a su derecha como elemento de presa para atizar y contener los ataques de la oposición. En el PP lideraba el grupo Vicente Burgos, uno de los íntimos de Francisco Camps, Gerardo Camps y Esteban González Pons, miembros de la tertulia política que se daba en el bar El Agujero. Burgos vivió la vida subido en una montaña rusa con más descensos que subidas y terminó en prisión después de liquidar RTVV. En Izquierda Unida, un larguirucho Ricardo Sixto era un enfant terrible junto a Iván Castañón con las poses propias de un guerrillero que alborotaba cada pleno sin llegar a digerir que una tránsfuga de Nova Esquerra le hubiera dado el gobierno al PSPV. En ese ambiente político se crió Carmencita. Con gente de primera fila, curtida en la política municipal, a imagen y semejanza de concejales que hoy siguen viviendo de la política.

A partir de aquellas primeras palabras en la puerta del Consistorio, mi relación con Carmen Montón ha sido como un guadiana. Idas y venidas. Algún encuentro esporádico y llamadas discontinuas de teléfono.Con un aroma de desconfianza de su parte, como si siempre la quisiera pillar en un renuncio.

Carmencita, que asumió el papel del padre en el Ayuntamiento de Burjassot, se abrigó al calor del lermismo. Pura estrategia. Mientras la mayor parte de la agrupación de Burjassot jugó a caballo perdedor, la joven se posicionó para ser elevada por Ignasi Pla al Congreso de los Diputados. Carmencita pasó a ser Carmen Montón.  Como nuevo referente del joven socialismo valenciano controlado por los dinosaurios de siempre. La niña de los ojos del lermismo de Pla. La diputada Montón se implicó de lleno en los temas de igualdad, lo que valió una gran popularidad los días en los que Bibiana Aído convirtió en “miembras” a todas las féminas del Congreso.

Clásica en el vestir, displicente en la actitud y dulce en su tono de voz, volvió a Valencia por la puerta grande. Aprobó pediatría para exhibir la licenciatura que le valida como consellera de Sanitat sin haber ejercido. El título es lo de menos. Por la cartera han pasado consellers ajenos al ramo. Hasta Rafa Blasco fue titular del área.

Con Carmen llegó al polémica al Consell. La primera, cuando casi a la búlgara colocó a la señadora del PSC Mónica Almiñana como directora de La Fe. Ahora, el enchufismo le explota en casa con la colocación de su marido, Alberto Hernández Campa, como gerente de Egevasa. La madre de Hernández fue persona de máxima confianza de José Bono y el chico, líder de los yogurines manchegos del PSOE. La política enamoró a la pareja Hernández-Montón. Alberto es un buen tipo. Noblote. Siempre bajo el dintel del tirón público de su esposa. Tiene puesto en Bancaja, pero siempre le ha gustado más lo de la política y lo público. Integró uno de los núcleos duros de Ignasi Pla en calidad de asesor. En los años de la última derrota. Antes de que Ignasi saltara por los aires por culpa del alicatado de la cocina.

Los trifásicos familiares están a la orden del día. No es estético, como dijo Mónica Oltra sobre el caso del marido de Montón. Aquello del César. Pero ningún partido está libre de pecado. Ni siquiera Compromís. Montón ni es la primera ni será la última. Blanquerías siempre ha tenido la etiqueta de cierto pesebre alejado de la pregonada regeneración política.

No me sorprende lo del marido de la consellera. Lo que de verdad me irrita es la reacción de Carmen Montón: “Pasado el tiempo volverá la normalidad al Gobierno”. El matrimonio, bien colocado, rubricará su compromiso al calor de unos 120.000 euros al año entre los dos. Viejos vicios para los nuevos tiempos. Piedras en el camino del cacareado cambio. Normalidad antiestética para un mal uso de la política. La vida, a derechas e izquierdas, sigue igual.

Por Héctor Esteban

Sobre el autor

Periodista. Me enseñaron en comarcas, aprendí en política y me trastorné en deportes. No pretendo caer bien. Si no has aparecido en este blog, no eres nadie.


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