Abandonados a nuestra suerte
Un día después del debate de política general -esa declaración de buenas intenciones que casi nunca se cumple- un diputado nada sospechoso de criticar las políticas del PP me preguntó:
-“¿Qué? ¿Cómo lo has visto?”
Era la enésima persona que me interrogaba por lo mismo. Señal de que en la fila que sostiene al Gobierno la tropa anda con la moral por los suelos. Con la desgana como epidemia por la escasez de rancho.
No le respondí. No hizo falta. Mi cara lo dijo todo.
-“Ya, te entiendo”, me dijo.
Al instante, inició un razonamiento que fue lo más sensato que he escuchado en Les Corts en los últimos años:
-“A mí no me preocupa la desgana que se puede respirar en la bancada. La falta de actitud. Aquí el problema es la calle, los ciudadanos. Han perdido la ilusión. ¿Y sabes qué es lo peor de todo? Que no nos ven a los políticos como la solución. Al contrario. Sienten que los hemos abandonado a su suerte. ¿Imagina qué hubiera pasado si Churchill hubiera abandonado a los británicos? Todo sería distinto”.
Aquel diputado anónimo pero con un poso mucho más enriquecido que el de los pelotas de turno, me estrechó la mano, me dio una palmada en el brazo y se marchó musitando la mayor verdad que se dijo en el debate de política general.
Winston Churchill
La gente siente que ha sido abandonada a su suerte. En la estacada.
Por eso ya no se apuntan a las listas del paro. Saben que nunca les llamarán de la oficina. Los políticos vociferan medidas a favor del empleo cuando el Consell no ejecuta el 74% del presupuesto para crear puestos de trabajo. No es una invención. Lo publica la cuenta general de la Generalitat.
Abandonados a su suerte con la economía sumergida como único asidero para llevar algún euro a casa. Unos se buscan la vida a golpe de chapuza ilegal mientras otros mueven con maestría su pincho en los contenedores de basura.
Los más afortunados comen de la paga de los padres y los suegros. Porque los mayores nunca abandonan pese a que el Gobierno prometió aquello de no tocar las pensiones mientras hoy apuesta por morder, vístanlo como quieran, del sustento de miles de familias.
Las rodilleras se han vuelto a poner de moda. Los pantalones largos se convierten en veraniegas bermudas con dedal y aguja. El coche familiar, abollado y con el aire estropeado, prolonga su agonía con centenares de kilómetros de más. La leche en polvo se alarga con agua y la caridad se ha convertido en restaurante de lujo.
Los que sobreviven han visto como su sueldo se mantiene a golpe de recorte con la puerta del despido de par en par por obra y gracia del Gobierno. No hay vacaciones. Los libros de texto se cuidan como incunables. Ejemplos hay miles
Mientras tanto, hay cargos públicos que han pasado los más de seis años de crisis abrigados con la piel de su escaño en forma de nómina blindada. No comentaré nada más. No se lo merecen.
Dos días después de la reflexión de aquel diputado, leí la columna “La verdad“, de Enric González. De nuevo me topé con Churchill. González apunta que el político británico cometió muchos errores en su vida. Algunas de sus decisiones fueron desastrosas. Pero Churchill nunca engañó a su pueblo. Con su verdad por delante (la que él creía que era la mejor para los británicos) logró que el país emergiera todavía más fuerte tras los bombardeos nazis. Churchill nunca dejó tirado a su pueblo. No lo abandonó. No le mintió.
Hoy España tiene una situación complicadísima. Como la tuvo el Reino Unido allá por los cuarenta.
La gran diferencia es que aquí, en nuestro país, los políticos engañan, mienten y no cuentan con el apoyo del pueblo.
Los necios quisieron ver en Rajoy un nuevo Churchill con recortes a base de “sangre, sudor y lágrimas”. Patético
Nos han abandonado a nuestra suerte.