La política se divide entre los del sistema y los antisistema. Al menos, eso es lo que nos hacen creer. Dentro de los antisistema están los legales y los ilegales. Estos últimos son esos imberbes embozados que se afanan en romper lunas de comercios, quemar cajeros y demás absurdeces típicas de veinteañeros con acné que sin darse cuenta lucen zapatillas de marca cosidas por asiáticos explotados por el sistema. Lo legales, por lo que me hacen ver, deben de ser esos grupos de izquierda de algarabía provocadora que tienen representación democrática porque han participado de un proceso electoral pautado por el sistema.
Los del sistema nos hacen creer que hay antisistemas que a su vez defiende que ellos son parte del sistema pero que se siente encantados con la etiqueta de antisistema.
Los que son sistema y los que son antisistema legales al final se mueven por derroteros parecidos al calor del hornillo público para sobrevivir tibios los días de frío.
Hoy en día, y que nadie les engañe, sólo hay un sistema. Un modelo de prebendas y lujos amparado bajo el paraguas de la democracia que no figura ningún programa electoral.
Diputados con nómina pública de más de 3.000 euros al mes. Con pluses pactados por todos, presuntos antisistema incluidos, y con subvenciones millonarias para funcionamiento de grupos o rancho para personal eventual.
Puesto a dedo para amigos, familia y descolgados que esquivan la cola de la oficina de empleo por el carné de militancia. Personajillos que matarían por ser asesor. Juveniles formados en pegadas de carteles y peloteos varios con el único fin de colocarse en un futuro de nómina pública.
Coches oficiales como medio de transporte y dietas pagadas aunque alguno haga la patochada de acudir el primer día de clase en bicicleta como un ermitaño de pega. Buches alimentados con menús subvencionados, estacionamientos sufragados y peajes regalados.
Gente del sistema y antisistema con llamadas ilimitadas, que intentaron arreglarse la jubilación con nocturnidad y alevosía, y sin la obligación de fichar en su puesto de trabajo. Señorías que echan canas recostados en escaños y que sobreviven a las crisis económicas y de partido como las cucarachas a una explosión nuclear.
Prebendas, regalos, lujos y favores que no forman parte de ningún decálogo electoral y que, por la derecha y por la izquierda, enquistan un tumor maligno en lo que hoy se llama política.
La cura está en la calle. En el día a día. En cada una de las personas que gobernarían lo público como llevan su casa. Sólo la dignidad y la decencia nos hará creer en el sistema.