“La vida es muy corta para bailar con gordas”
Hank Moody
No deberías leer este post si no has empezado la quinta temporada de ‘Mad Men’. Avisado quedas, luego no me vengas con lamentos.
¿Estás gorda? Si es así, seguro que padeces depresión, te vuelcas en la comida porque tu vida es un desastre, nadie se fija en ti, eres objeto de burlas, no te contratan por tu aspecto, no tienes amigos, resultas aburrida y envidias a cualquiera con menos tallas que tú. Entre otras cosas.
A mí me sobran kilos de arrogancia y de inconsciencia, pero lo que es de peso no me pidas, porque no tengo para dar. No sé qué es estar gordo, pero a juzgar por lo que describen algunas series de televisión debe de ser horrible.
Qué mal trago llegar un día al estudio de grabación para rodar las escenas que tocan y de repente descubrir que el guión te exige tomar volumen. ¿Y esta grasa de más a qué se debe? A nada bueno.
En la tele las lorzas no aparecen así sin más, por alegría, por el paso del tiempo o por la tranquilidad que reporta una vida placentera. No, en la pequeña pantalla, detrás de cada michelín se esconde un drama.
La sorpresa llegó en ‘Mad Men‘ en su quinta temporada cuando descubrimos que Betty ha engordado. Y nada de curvas voluptuosas como las de Joan. Lo de la ex de Draper es una buena papada y un trasero con proporciones considerables. ¿Qué ha pasado? ¿Es tan dichosa en su nuevo matrimonio que con tanta cena de amor y desayunos en la cama ha ganado unos kilitos? Pues no. Betty está amargada, angustiada, descontenta por los derroteros de su vida, resentida por la felicidad de Don. Y se lo come todo. La rabia, la insatisfacción y la falta de madurez le abren el apetito.
Betty no es feliz con su gordura. Y hasta que no se deshaga de las cartucheras que le han brotado no recuperará la confianza en sí misma (si es que alguna vez la tuvo).
Lo mismo le ocurrió a Mónica Geller cuando era gorda. Lo fue. Nos lo contaron en ‘Friends‘ en la segunda temporada. Nos enteramos de que en casa prácticamente le tenían que esconder la comida, que no le cabía ni un vestido, que si se sentaba en el sofá no podía ni levantarse, que Chandler se burlaba de ella. La grasa le llegaba hasta la cabeza y por eso se refería a su virginidad como una flor. Sobra decir que una vez adelgazó lo perdió todo, incluida la citada flor.
Kirstie Alley probó a dar la vuelta a la tortilla. Como después de hacer ‘Cheers‘ y ‘Mirá quién habla’ (1, 2, 3 y 17) fue mutando en otra persona y ganando peso hasta hacerla prácticamente irreconocible quiso protagonizar una serie en la que pudiera plantear muchos de los problemas a los que debe enfrentarse la gente gorda. A priori la historia de ‘Fat actress‘ prometía. Alley tenía el propósito de reflejar algunas de sus vivencias, como las miles de veces que la habían rechazado en castings por su volumen. Pero los complejos pudieron con ella y en lugar de mostrarse tal cual prefirió hacer la peor parodia de sí misma. Se disfrazó para aparentar ser más gorda, exageraba situaciones con el fin de dar lástima y envolvía de chistes malos lo que buscaba ser humor inteligente.
En conclusión, hizo el ridículo en la versión catódica de Eddie Murphy en ‘El profesor chiflado’. Porque esa es otra. Cuando una actriz crece a lo ancho por exigencias del guión, no echa un poco de tripa o algo así. No, aquí si se engorda, se hace a lo bestia. Sólo hay que ver al personaje de Virginia en ‘Raising Hope‘ en un episodio en el que Jimmy la imagina obesa. No engordan, las hinchan directamente. Para que se las vea bien. Abran paso, ahí va la gorda.
Los gordos siguen buscando su serie de televisión y esa será aquella en la que los argumentos no giren en torno a su talla. Está claro que si nos cuentan una historia cuyo protagonista no siga hábitos saludables de alimentación es inevitable que se haga alguna referencia a ello. Pero de ahí a que todo se relacione con la báscula o con qué horrible es la vida dentro de una XXXL hay un largo trecho. Alguien debería revisar ‘Roseanne‘…
‘Huge‘ nació para romper moldes, pero no consiguió demasiado recorrido. La audiencia no respaldó a estos jóvenes que acudían a un campamento a perder grasa. Y eso que contaba con varios aciertos. El principal era la aceptación de la gordura como algo natural, es decir, siendo conscientes de los problemas que implica pero sin hacer el peor de los dramas por ello. ‘Mike & Molly‘, sobre un policía y una maestra que se conocen en un grupo de Comedores Compulsivos Anónimos, sigue en antena, pero merece poca reflexión, ya que sólo se basa en chistes manidos y situaciones evidentes. Por cierto, a propósito de esta serie, la revista Marie Claire publicó un artículo de una columnista que explicaba que le producía un asco enorme ver a dos gordos enamorarse en televisión. Qué buen gusto. Fina ironía.
Las esperanzas están puestas ahora en Hannah, la protagonista de ‘Girls‘, una chica que es consciente de sus buenas carnes, pero ello no le impide llevar una vida normal. O todo lo normal que puede, que no siempre es fácil.
Si lo de Hanna no prospera o le da por estilizarse habrá que conformarse con seguir viendo los papeles secundarios de gordas traumatizadas o aquellos que rozan los mejores clichés. Citemos algunos, la gordita simpática y amigable (como Sookie en ‘Las chicas Gilmore’), la entrañable -aunque quizá algo gruñona- vecina o casera (como Berta en ‘Dos hombres y medio‘), o el patito feo que un día será cisne (Betty en ‘Ugly Betty‘).
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