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Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

Lo que esconden los políticos en la basura

“El camino hacia la política está cimentado sobre hipocresías y mentiras”

Frank Underwood

 

(SIN SPOILERS) 

Algún día tendremos que preguntarnos de dónde saca tiempo Obama para ver tanta serie. Porque el resto de los mortales, que no dirigimos potencia alguna, debemos robar horas al sueño para llevar al día cada título. Que se sepa no se pierde ‘Homeland‘, ‘Mad Men‘, ‘Modern Family‘, ‘True detective‘, ‘Boardwalk empire‘, ‘Downton Abbey‘, ‘Parks and recreation‘ y ‘House of cards‘. A propósito de esta última, que aborda los entresijos de la política americana, me gustaría saber qué opina de ella el presidente de Estados Unidos. ¿Se siente identificado? Es decir, cuando yo veo a los periodistas que trabajan en la serie ‘B&B‘ de Telecinco, donde lo mismo una es prostituta a media jornada como a otro lo persiguen los paparazzis cuando va a entrevistar a una modelo, se me suele quedar una cara de bobo importante. Me siento tan reflejado en esa trama como si inventasen una sobre un sexador de pollos. ¿Le sucede lo mismo a Obama? ¿O reconoce lo que narra ‘House of cards‘?

La respuesta previsible es que sí. Que cualquier parecido con la realidad de lo que ocurre en ‘House of cards’ no es pura coincidencia. Que la porquería se amontona en los despachos de los políticos, en los de Washington y en los de todo el mundo, en cada lugar adaptándose a sus sistemas. Para entender el descrédito que sufre la clase política en la actualidad hay que ver ‘House of cards’. Un paseo por lo que pasa de puertas para adentro destapa el cuestionable modus operandi de los políticos, el escaso peso de sus ideologías, sus desmedidas ambiciones.

House of cards’ permite dos visiones (como mínimo), desde el punto de vista del drama político y desde el del drama humano. No son polos opuestos, confluyen. Los políticos también son humanos. Aunque a veces no lo parezca.

 

La serie habla, principalmente, de secretos. De los que todos guardamos. De los que generamos y ocultamos. De los que escondemos en nuestras basuras con la esperanza de que desaparezcan. Y de cómo se gestionan esos secretos y las consecuencias que pueden acarrear a terceras personas.

 

 

Volvamos atrás y situemos al lector más desorientado. Previously on…House of cards’ se basa en una miniserie británica de principios de los años 90 que se emitía en la BBC y que refleja la lucha encarnizada por convertirse en el candidato del partido conservador para reemplazar a Margaret Thatcher. En su adaptación estadounidense se adentra en el Capitolio y en la Casa Blanca para retratar la ambición desmedida de Frank Underwood, un congresista ansioso de venganza después de que el presidente haya roto la promesa de nombrarle Secretario de Estado una vez ganase las elecciones. Acostumbrado a conseguir todo lo que pretende ideará un plan para lograr sus objetivos y arruinar los de quienes lo han traicionado. Para ello contará con la ayuda de su esposa, Claire, tan (o MÁS) calculadora que él, y no dudará en utilizar del modo en que sea necesario a cuantos se crucen por su camino.

Dos anotaciones antes de continuar: Underwood es demócrata. Como Obama, como Clinton, como Carter, como Kennedy. La ficción podría versar en torno a cualquier otro congresista, no se elige a Underwood porque sea un ser excepcional. Cualquiera de sus compañeros es igual de despiadado, aunque quizá menos inteligente.

 

 

Una vez expuestas las cartas (consumada la ‘traición’ y desatada la secreta ‘venganza’) se inicia la partida. Comienza el juego político, en el que participan el propio Frank, que baraja, reparte, hace trampas y lanza faroles; Claire, que le ayuda a esconder cartas y a sacarse otras de la manga; Zoe, una periodista arribista, que entra en el juego sin conocer muy bien sus reglas; Doug Stamper y Linda Vasquez, peones dispuestos a pelear por sus amos; y Peter Russo, otro congresista al que se le obliga a entrar en la partida contra su voluntad. Y como convidado de piedra está el presidente de los Estados Unidos, ajeno a lo que apuesta y sin poder participar activamente en la mano.

House of cards’ no resulta sencilla a priori. No aminora ni disimula su carga política, las formas en que se tratan asuntos de estado, en que se negocian los votos en el Congreso. Y esto puede alejar a algún espectador. Cuando el presidente firma el proyecto de Ley de Educación en la primera temporada, la escena recrea el momento en el que Kennedy rubricó la Ley de Igualdad Salarial. Ambas escenas cuentan con un vicepresidente obligado a permanecer en un segundo plano.

 

 

El juego político no es ajeno al humano. Los secretos que todos ellos guardan en sus vidas van a ser cruciales en la disposición en el tablero. Zoe, la periodista del ‘Washington Herald’, pretende ascender rápidamente y para ello no duda en trasladar el trabajo a la cama. No es una práctica extraña, su compañera Janine, a la que ahora amenaza con sus exclusivas, también lo hizo en el pasado. El congresista Peter Russo no puede evitar caer en todo tipo de tentaciones cada vez que se le cruzan. Y éstas pueden avergonzar a sus hijos y poner en peligro la relación que mantiene con su secretaria, Christina. En secreto, por supuesto. Doug fue alcohólico durante años y se enamora de la persona menos indicada sin que nadie lo sepa. Los secretos serán el punto débil de personalidades fuertes como la de Remy Danton, extrabajador de Underwood; Freddy, el dueño del local al que acude a tomar costillas el congresista; o de Raymond Tusk, el magnate que mueve en la sombra los hilos del presidente.

 

 

Para que sus secretos no les venzan, Frank y Claire se los cuentan todos. Ellos se revelan lo que otras parejas no soportarían y esa es la clave de su éxito, de su estabilidad. Pero ellos no son una pareja convencional, eso se nota desde el primer instante. Forman una buena alianza, se conocen, se apoyan, se protegen, se quieren. ¿Se quieren? Sí, se quieren. A su manera lo hacen, en ese ambiente de frialdad que rodea a todo lo que sucede en su casa. Por qué están juntos es un secreto para el espectador, pero no entre ellos. Otro secreto.

Dicen que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Y esta serie lo cumple a rajatabla. Claire Underwood es la gran revelación de esta ficción. No le tiembla el pulso, no se amilana, no se deja impresionar ni presionar. Ni siquiera por su temible marido. De hecho, ella es la única capaz de provocar que sus artimañas fracasen o de dictar el camino que el matrimonio ha de seguir. “Hagámosle sufrir”. Con Claire nunca nada es como parece: ni los motivos que le mueven a dirigir una organización ambiental sin ánimo de lucro, ni la razón por la que contrata a una nueva ayudante, ni las confesiones que revela en una entrevista de televisión, ni el interés por intimar con su guardaespaldas y chofer. Nada es lo que parece con ella ni con su matrimonio.

 

 

House of cards’, por extraño que parezca, guarda similitudes con dos series, ‘Juego de tronos’ y ‘Dexter. Con la primera comparte el afán de sus protagonistas por alcanzar el Trono de Hierro y algunas máximas como que Underwood, al igual que los Lannister, siempre paga sus deudas, o que en ‘House of cards’ también “o ganas o mueres”. “Hay una sola regla: o cazas o eres cazado”, dicen aquí. A Frank le podrían diagnosticar una psicopatía como al forense de Miami. Alguna patología les une, aunque el congresista no tenga ninguna necesidad injustificada de matar ni ningún código para llevarlo a cabo. Al igual que en ‘Dexter’ el protagonista debe enfrentarse a un ‘gran enemigo’ en cada temporada. El vicepresidente Jim Matthews o la propia Zoe en la primera temporada; Raymond Tusk, en la segunda. La diferencia entre ambos es que Frank vislumbra un objetivo final: un despacho mundialmente conocido.

 

 

Kevin Spacey protagoniza esta serie que dirigió David Fincher (‘Seven’), dos valores que atraen espectadores y que aseguran un nivel de calidad. Robin Wright, en el papel de Claire, se come la pantalla cada vez que aparece, pese a la gelidez de su interpretación. Netflix, la plataforma americana de emisión en streaming de películas y series, la estrenó el año pasado con gran éxito. ¿Su fórmula? Poner a disposición del espectador los 13 capítulos para que los disponga como considere. Tratándole como un adulto. Éste es tu juguete, úsalo como desees. Hace unos días hizo lo mismo con la segunda temporada. Canal + la emite en España.

La última tanda presentada es más efectista, se ciñe menos al espíritu sobrio por el que se caracterizó la ficción en sus albores y recurre en varias ocasiones a giros de guión inesperados para mantener la atención del espectador. Sí, es cierto. Peca en exceso del maniqueísmo en algunos personajes. El retrato del presidente de Estados Unidos como alguien tan vulnerable no deja de llamar la atención, por ejemplo.

 

Pese a esto ‘House of cards’ es una digna heredera de ‘El ala oeste de la Casa Blanca’, que, al lado de ésta, se queda como un manual de uso para catequistas. Había tardado en salir la comparación con la serie política por excelencia de Aaron Sorkin. Pero ya salió. Casi al final, ya ven, no pude resistirme. La ficción de Kevin Spacey se exhibe sin caretas, a cara descubierta. Sin medias tintas. El cabrón aquí lo es con todas las letras, con todas las consecuencias, con todos los beneficios.

 

Esto no es un secreto. Esto no. Y que hay que verla, tampoco lo es. 

 

 

P.D.: Si ha dejado de fumar hace relativamente poco, esta serie será una buena prueba de fuego para usted. 

 

Títulos de crédito: Para quejas, sugerencias y otras necesidades humanas mi correo es mlabastida@lasprovincias.es

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Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


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