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Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

Faltó Frank Underwood y su carnicería en el debate a cuatro


 

Estuvo gracioso que en el debate a cuatro que promovió Atresmedia Pablo Iglesias se inventase una auditoría llamada ‘HousewaterwatchCooper’ o que varias veces pidiese a los otros participantes que no se pusieran nerviosos. También fue curioso comprobar que el líder de Podemos suda y el de Ciudadanos no puede estar un segundo quieto. Fue reseñable que Soraya sacase las garras cuando surgió el tema de la corrupción o que diese una respuesta nada convincente sobre la ausencia de Rajoy. Rivera tuvo un par de intentos de llamar la atención con cartulinas y portadas de periódicos. Y Pedro Sánchez se dedicó a sonreír, en plan ‘dientes, dientes, que es lo que les jode’. El debate estuvo bien, pero reconozcamos que decisivo, decisivo tampoco fue.

Leeremos en los próximos días análisis en los que se decidirá quién ganó el debate, se destacarán frases y se organizarán tertulias en torno al lenguaje no verbal de los candidatos. Incluso puede que alguna encuesta muestre mejoras en la intención de voto de un partido después del acontecimiento televisivo. Tendremos que reconocer que el encuentro de cuatro líderes, incluso la puesta en escena (en una especie de nave espacial) fueron novedosos y marcan un cambio histórico en cuanto a la relación de política y televisión. Pero de la trascendencia de este formato ya se había hablado (y mucho) en los días anteriores. De lo que hoy tocaría hablar es de algún momento que ocurriese impactante, o de una revelación expuesta por un candidato, o de un rifirrafe que anulase a algún oponente. Pero no se dio el caso de nada de eso.

Muchos espectadores estábamos esperando a que un agresivo Frank Underwood se asomase por el estudio y la liase ante una audiencia necesitada de emociones. Pero no sucedió. El presidente Underwood estuvo presente sólo en las redes sociales, gracias al perfil en twitter de la serie ‘House of cards’, que citó a los cuatro participantes del debate para añadir después “que empiece la carnicería”. Y más tarde interpeló a los candidatos.

Pero no hubo maldades ni sangre. Estamos demasiado mal acostumbrados por series americanas como la protagonizada por Kevin Spacey.

 

 

En la última temporada, por ejemplo, él participa en un debate que deja noqueadas a las dos candidatas que rivalizan con él para ser representantes demócratas en los próximos comicios. Los cuchillos vuelan en una secuencia en la que la candidata Jackie Sharp acusa a su oponente, Heather Dunbar, de ser sexista por censurar que el presidente nombrase a su mujer responsable de la ONU. Y más tarde esta misma recrimina a la otra que envíe a sus hijos a un colegio privado “con dinero que no ha ganado, sino que lo ha heredado”. “Debe desear ser presidenta, yo ni en un millón de años habría mencionado a sus hijos”, espeta Dunbar bastante trastocada. Lo que no imagina es que todo está orquestado por el propio Underwood para deshacerse de ambas. Y que será él mismo el que dé la puntilla a Sharp recordándole que tampoco sus descendientes acuden a una escuela pública. Estas cosas sólo las sabe organizar Underwood. Ni Sánchez, ni Iglesias, ni Rivera, ni Sáez de Santamaría poseen las características del ficticio presidente estadounidense ni quisieron entrar en el juego sucio o en planos personales.

Tampoco se parecen a Arnold Vinick, senador y candidato republicano en ‘El ala oeste de la Casa Blanca’, que antes de comenzar a debatir en televisión junto al congresista Santos propone eliminar las reglas del formato. Un asesor le había explicado minutos antes las condiciones que habían pactado. “Las respuestas deben ser de dos minutos seguidas por una réplica de un minuto y el moderador le debe permitir una contrarréplica de 30 segundos”, relataba el ayudante. “Una luz amarilla indica que quedan 15 segundos, la roja cuando se acabe y si es necesario contamos con una bocina. Los candidatos no pueden dirigirse la palabra el uno al otro y harán un discurso final de dos minutos. El público tendrá que permanecer en silencio hasta que se acabe el debate, cuando daremos a la democracia un enorme aplauso a la democracia”, añadía más tarde el presentador.

 

 

“Qué reglas tan estúpidas”, comentaba Vinick, que ya en directo reta a su adversario político para que se quiten el corsé. “He visto todos los debates que ha habido en este país y cada vez que he oído las reglas he pensado no va a haber un debate de verdad. El mayor héroe de mi partido, Lincoln, en sus debates no necesitaba reglas, no tenía miedo a un auténtico debate. Podemos continuar con ese ritual o hacer un debate del que Lincoln estaría orgulloso, olvidándonos de las reglas”, defendía. Y así se hace. El séptimo episodio de la temporada siete de la serie plantea un debate entre ambos políticos, sin tiempos, sin normas, en el que el público, el presentador y los participantes actúan con absoluta normalidad. Ningún asesor hubiese permitido esto, ya que se supone que las condiciones a las que llegan son para proteger a su candidato. “De eso nada, me siento aprisionado”, confiesa Vinick.

Cualquiera sabe que un debate bien llevado puede propiciar un triunfo o condenar la carrera de un político. Y, por eso, estos van con pies de plomo, sin saltarse el guión y ajustándose a las indicaciones previas y a los consejos que su equipo les han ofrecido previamente. Birgitte Nyborg sabe lo que es salir vencedora de un formato de estas características y cómo te puede destrozar también.

 

 

En el primer episodio de ‘Borgen’ hasta seis candidatos a la presidencia debaten en televisión. Eso podría haber sucedido también en el de Atresmedia, pero ni Garzón ni Herzog fueron invitados. En ese coloquio la naturalidad de Nyborg le hace merecedora de un montón de votos y su discurso final consigue conmover al electorado, algo que posiblemente Iglesias intentó cuando apelaba al final a la ilusión. Pero la de ‘Borgen’ lo hizo bastante mejor. Su vestido se lo ponía fácil. “Mi director de campaña está maldiciéndome porque no me he ceñido al discurso preparado. También está enfadado porque no llevo el vestido que quería, pero por desgracia no me queda bien porque he engordado demasiado. Les digo esto porque a veces es importante ser como somos y reconocer cuando hacemos las cosas mal. Me metí en política porque creía que tenía ideas para organizar el mundo y aún las tengo. Creo que estamos perdiendo el pegamento que mantiene unido a Dinamarca”, señalaba la candidata a los moderados, en un debate en el que otros participantes optaban por destapar escándalos de modo sorpresivo. Así Michael Laugesen, líder de los laboristas, sacaba en directo una factura que demostraba que el actual presidente había pagado con una tarjeta del gobierno compras de su mujer.

Nyborg conoce la otra cara de la moneda en la temporada tercera en un debate que, debido a su situación personal, no prepara lo suficientemente bien. El presentador del programa, Ulrich Morch, se ceba con ella cuando esta propone subir los impuestos verdes para conseguir mayor competitividad entre las empresas danesas. Él le pide que explique cómo lo haría. Ella es incapaz de dar una explicación coherente y protagoniza un momento ridículo ante la millonaria audiencia del programa. Ningún participante del debate de Atresmedia se tuvo que enfrentar anoche a una situación tan bochornosa. Tampoco Ana Pastor o Vicente Vallés se pusieron duros con ninguno de ellos.

Faltó sorpresa, que alguno se saltase la pauta, que uno de ellos fuese capaz de dar la campanada y capitanear el debate llevando la iniciativa con los temas y desconcertando al adversario. Cuánto daño nos ha hecho la ficción americana. Seguimos manteniendo la esperanza de tener entre nuestras filas políticas a una Birgitte Nyborg o a un Arnold Vinick. Y en un momento dado un Frank Underwood animaría mucho nuestro cotarro político, admitámoslo.

 

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Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


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