(sin espoilers de la tercera y cuarta temporada de ‘House of cards’)
Después de varios días de falsas negociaciones, falsos acuerdos y falsa investidura asistimos en la semana que acaba de empezar a una segunda parte del proceso. Pasen y vean. No esperen mucha novedad, seremos testigos de espectáculos similares a los interpretados desde que el año comenzó y las elecciones generales dejaron en España unos resultados inciertos. Segunda partes nunca fueron buenas, veremos si de repente surge una excepción.
Mientras tanto la política continúa siendo un asco. Seguimos contemplando cómo los dirigentes políticos se ponen la zancadilla entre ellos (incluso los de un mismo partido), no dudan en chantajear y amenazar, usan cualquier maniobra con tal de salirse con la suya, se saltan sus promesas, atropellan las expectativas que antes crearon, amedrentan a quienes están dispuestos a denunciarlos… Son capaces incluso de manchar sus manos con sangre. La política es así. Ahora me refería, eso sí, a la televisiva, a la clase política que nos muestra la serie ‘House of cards’ –que acaba de estrenar su cuarta temporada-, aunque tal vez haya alguien que creyese que seguía describiendo la política real, la que nos está tocando lidiar desde hace unos meses. Cualquier parecido sería mera coincidencia. O no.
Si por algo se distingue la serie protagonizada por Kevin Spacey y Robin Wright es por cómo exagera y lleva hasta el extremo todos los actos, pero el fondo ¿qué pasa con el fondo? ¿está tan alejado de la realidad? ¿Se parecen en algo los políticos y métodos retratados en la ficción estadounidense con los reales? No es descabellado. Sin hacer espoiler (que sé que me la juego) permítanme describirles una secuencia que transcurre en la última temporada, sin revelar nada reseñable de la trama. Ahí va.
El presidente Frank Underwood en una situación de crisis para el país se reúne con su adversario político, el hombre que aspira a arrebatarle el mando en la Casa Blanca, y con el que ha intercambiado a través de los medios de comunicación descalificaciones y acusaciones. Pero ante la adversidad ambos se unen con el fin de ponerse al servicio de los ciudadanos, aunando sus fuerzas por el bien colectivo. Por ello improvisan una reunión y ambos permanecen en privado tomando decisiones importantes para el país, como dos buenos líderes. Bueno, al menos eso es lo que comunican a la prensa y hacer llegar a la sociedad.
La realidad es otra. Siempre es otra. Nada más entrar al espacio habilitado y quedarse solos ambos, entre risas, se lanzan reproches. “Para estar pavoneándote todo el rato necesitas tomar algo”, le espeta Underwood ofreciéndole comida; “resulta algo desesperado necesitar exhibir tanto a su familia”, continúa atacándole; “en todos los sondeos va quince puntos por detrás, así que el desesperado es usted”, se defiende el contrincante; “la clave para ser presidente no es ganar batallas, sino ganarlas con dignidad”, le suelta el ocupante de la Casa Blanca como si de verdad lo creyese. ¿Hablan en algún momento de la amenaza exterior que los ha reunido? No, claro que no. Ninguno tiene demasiado interés. “Podríamos hacerlo si lo desea, pero también podríamos tomarnos un respiro y relajarnos de todo”, le propone Underwood sin encontrar ninguna insistencia al otro lado. Toman algo del catering, bromean y terminan jugando a un videojuego en línea con el móvil mientras hacen tiempo. “¿Qué pensarían el resto de jugadores si supieran contra quién están jugando?”, se pregunta el candidato republicano. “Prefiero disfrutar del anonimato”, contesta el presidente demócrata.
La tentación invita a cuestionarse si no serán así muchas de las reuniones que nos cuentan que tienen los dirigentes políticos de este país (y de otros), si no habrá mucho paripé delante de las cámaras y sin embargo detrás de ellas, como si estuviesen entre bambalinas, no suceda nada. Simplemente aguardan los dos a que empiece el siguiente acto, reponen fuerzas, toman algo e intercambian chanzas. Nada de más enjundia.
Tal vez todo se reduzca a eso. Y el resto del tiempo lo dedican a la supervivencia, a maniobrar y a manipular para que nadie les mueva de la silla, porque son muchos los que aspiran a ocupar un lugar en el que hay que aguantar con sangre fría y estar dispuesto a cualquier cosa. Porque al mínimo despiste saltará alguien que esperaba para dar un empujón y reemplazarlo. “Ustedes representan lo que la gente quiere ser”, les dice un asesor al matrimonio Underwood.
Vemos a los Underwood -él tan sagaz y maquiavélico, ella tan altiva y cerebral- y luego miramos a lo que tenemos por estos lares y decimos no puede ser, no pueden tener nada que ver, no deben estar hechos de la misma pasta, no es posible que la ficción sea TAN así y la realidad tan poco. Pero tal vez no deberíamos dejarnos llevar por las apariencias, no tendríamos que caer embelesados por los encantos de los protagonistas de ‘House of cards’ para reconocer que muchas de las situaciones que se establecen en la serie se parecen bastante a la que ocurren en la realidad. Y, francamente, dan un poco de asco.
¿Cuántas personas callarán por temor a que se descubran sus propios males? ¿Cuántas apoyarán simplemente por su beneficio propio? ¿Cuántas colaborarán seducidos por unas promesas? “¿El poder no consiste en eso? ¿En las personas a las que captas?”, se pregunta el candidato republicano. Y Underwood no responde, pero hay que entender la callada por respuesta. Él es un experto en captar seguidores, de todas las maneras, incluso bajo amenaza. Esta última es su especialidad. No le tiembla el pulso ni le detiene la conciencia. “En algunos momentos me gustaría ser Nixon, lo tenía todo pinchado”, asegura en un capítulo.
En la cuarta temporada le va a tocar de nuevo captar fieles y mantener a los que ya tenía con estrategias variadas. Aunque su principal misión será lograr aplacar a todos aquellos que no sólo no quieren ya seguirle sino que están dispuestos a destruirle a todo costa. Y cada vez son más. En el cementerio de Arlington no cabrían ya todos sus cadáveres. ¿Cómo lo hará? Bien, si algún espectador creía que lo habíamos visto ya todo en esta serie, estaba equivocado. El protagonista va a demostrar que es capaz de ir más allá: de utilizar dramas personales en su propio beneficio, de alterar y pervertir los aparatos del estado para jugar con ventaja, de amenazar con sus propias manos… Y finalmente de llevar a un país tan lejos como nadie se atrevería. Y menos con la única finalidad de no ser desalojado de un sillón, de una mesa, de un despacho. Aunque ese despacho sea el Oval.
Los nuevos capítulos (se estrenaron todos, los 13, de golpe el pasado viernes y están ya disponibles) se sitúan en un escenario tan beligerante como es el previo a la convocatoria de unas elecciones (¿les suena?), en el que todos los agentes se mueven para asegurarse un sitio en la partida que va a jugarse. Underwood había sido capaz hasta ahora de derribar a cualquier oponente, de dar una patada a todas las piedras que se topaban en su camino. En el inicio de la cuarta temporada se va a encontrar con la piedra y el oponente más duro con el que ha lidiado hasta ahora: otra Underwood, Claire, su esposa, la única que conoce todas sus debilidades y puntos vulnerables. Pero eso sólo será el inicio de una carrera en la que el protagonista se enfrentará a numerosas amenazas, porque cuando parece que se calma una, surge otra, y otra, creando un desconcierto en el espectador que no conoce dónde va a acabar desembocando todo. Y la duda es constante: ¿pero será así en realidad?
Después de una tercera temporada algo descafeinada ‘House of cards’ recupera su pulso y vuelve a engrasar a unos fieros protagonistas que habían perdido fuerza. Ahora vuelven para echar el resto y darlo todo con el fin de lograr la traca final, a la que aún esperamos. Aparecen nuevos personajes fabulosos (como la madre de Claire, a la que da vida Ellen Burstyn) y otros que prometen más de lo que luego dan (como la nueva jefa de campaña, que interpreta Neve Campbell) y también regresan unos cuantos fantasmas del pasado, que siempre son bienvenidos.
Frank nunca será tan despiadado como lo fue en las dos primeras temporadas. Acceder al poder conlleva algunas renuncias, pero, eso sí, recupera el brío que perdió en anteriores capítulos. Y Claire no deja de crecer, como esa gran protagonista que es de la serie, aunque no termine de dar el salto definitivo. Aunque ahora sabemos que el salto está cerca. La cuarta temporada no deja de ser de transición hacia algo que va a suceder y que todos esperamos que sea explosivo y terrorífico, pero no por ello se trata de una temporada anodina o mediocre. Suceden tramas fundamentales para que conozcamos aún mejor a los protagonistas, para que los conozcamos tan bien como se conocen entre ellos. En lo próspero y en lo adverso, en la riqueza y en la pobreza, en la enfermedad y en la salud. Hasta que la muerte los separe.
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