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Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

El PSOE protagoniza la mejor serie de la temporada


 

Quién nos iba a decir que la mejor serie del inicio de la temporada la íbamos a seguir en vivo. Producida en España y retransmitida desde Ferraz. Durante una semana hemos asistido a una trama a la que no le ha faltado de nada para mantenernos enganchados: tensión, giros inesperados, cliffhangers, villanos, mártires, secundarios arrebatando escenas y hasta algún salto de tiburón. Todos los elementos que sirven para alimentar nuestra adicción han sacudido en los últimos días nuestra realidad, como si formásemos parte de un experimento. Como si la burbuja seriéfila no tuviera límites y explorase nuevos terrenos, no contenta con haber invadido todas las pantallas, las redes sociales o la radio.

Lo triste y preocupante es que lo acontecido en el seno del PSOE no forma parte de ninguna ficción. Ha sido dolorosamente real (que algo así suceda en un partido democrático debería resultarle doloroso a cualquier persona, sea la que sea su ideología). Si hubiese que darle un título, el de la serie que ha filmado Woody Allen para Amazon le iría como anillo al dedo: ‘Crisis en seis escenas’. Aunque también le encajarían otros como ‘Yo, mi peor enemigo’, ‘Perdidos’, ‘La caza’ o ‘Stranger things’. Por supuesto tampoco estarían mal ‘The Walking Dead’ o ‘Juego de Tronos’, pero estos son más evidentes. El domingo, el propio Ximo Puig, con sus declaraciones sobre lo ocurrido, apuntaba otra posibilidad: ‘The Big Bang Theory’.

 

Si lo del PSOE hubiese sido una serie tendría que haber comenzado con uno de esos resúmenes previos que suelen anteceder a cualquier capítulo: “En episodios anteriores”/ “Previously on…” Y en él contarían al espectador brevemente lo que ha ocurrido anteriormente para que se sitúe y no se pierda con el argumento principal: en ese resumen recordaríamos la elección de Pedro Sánchez como secretario general del PSOE, la victoria de Susana Díaz en Andalucía, las derrotas de Sánchez y el bloqueo a la investidura de Rajoy. El episodio piloto, no obstante, no prometía demasiado: después de unas elecciones autonómicas con malos resultados para el PSOE los barones muestran su malestar y empiezan a pedir que se asuman responsabilidades. Nada que no hubiésemos visto ya en otras series. Lo ‘bueno’ estaba por llegar.

La sorpresa llegaría después, en el segundo capítulo, con un expresidente descendiendo de los altares para prender la mecha que llevaría, horas más tarde, a la dimisión de gran parte de la ejecutiva con el fin de poner en jaque al máximo dirigente. A partir de ahí fuimos de momentazo en momentazo: la rebelión de Sánchez, la aparición de Verónica Pérez autoproclamándose la autoridad, las declaraciones de Borrell (convertido en personaje revelación)… hasta llegar a un comité federal al borde de una Boda Roja.

 

 

Las semejanzas entre lo que estaba ocurriendo con las tramas habituales de algunas series era tan evidente que hasta el propio Frank Underwood, ese presidente de Estados Unidos sin ningún tipo de escrúpulo, se sintió identificado. Viendo cómo se estaban desarrollando los acontecimientos el protagonista de ‘House of Cards’ le ofreció sus servicios a Sánchez, a través de su cuenta en twitter. Fue un ‘crossover’ (cuando el personaje de una serie salta a otra) en toda regla. Ojalá hubiesen interactuado también otros personajes célebres: Melisandre postulándose para resucitar a Sánchez, Cersei Lannister sugiriendo a Susana Díaz que usase fuego valyrio para conseguir sus propósitos, Tony Soprano dando alternativas para callar a los críticos, o Selina Meyer aconsejando cómo encauzar el comité federal.

 

 

En este caso la realidad no pudo superar a la ficción (nacional) porque en España no existe ficción que aborde asuntos políticos. De haberla habido estoy seguro de que a los guionistas les hubiese costado escribir un argumento tan rocambolesco.

Algún día, sin embargo, alguien debería llevar a la pantalla lo que ha ocurrido en la última semana. Cuando pase el tiempo, una vez enfriado el ‘calentón’, con una amplia perspectiva y con todas las claves atadas, esta historia merece ser contada bien. Para que los que no la conocieron la descubran, para que los que la vivieron la recuerden, para que algunos la entiendan y para que otros no la olviden. El cine y la televisión también tienen esa misión. “Si no contamos lo que nos pasa, nos seguirá pasando”, aseguraba Gerardo Sánchez, director de ‘Días de cine’, en el debate de ‘Versión Española’, a propósito del acierto de que en España se produzcan títulos como ‘El hombre de las mil caras’, un thriller que sirve para entender la cultura del pelotazo en este país y la caída de Felipe González.

La política en España atesora tramas que podrían saltar sin problemas a la pantalla. La misma película de Alberto Rodríguez en torno a Paesa se podría haber convertido en una serie. No olvidemos que este formato se presta a una explicación más sosegada, con mayor número de matices. “Las series me permiten entender mejor lo que pasa y lo que no pasa”, aseguraba Iñaki Gabilondo a propósito del auge de la ficción catódica. Los convulsos años 90, el boyante inicio de siglo, la crisis que se nos estampó en la cara, la tensa situación actual… Hay material de sobra para que se aborde el género. El cine parece haber comenzado a saldar esa cuenta pendiente. Falta que la tele haga lo mismo.

 

 

¿Por qué se siguen resistiendo estos argumentos a la ficción nacional? ¿No hay interés? Todo lo contrario. Cada vez existen más programas de debate político y consiguen buenos datos de audiencia. El maratón informativo del pasado sábado en torno a lo que sucedía en Ferraz se saldó con cifras estupendas para La Sexta.

Los intentos anteriores han sido contados y siempre se ha tocado el tema de un modo secundario o anecdótico. El ejemplo más recurrente es ‘Crematorio’, que retrata una trama de corrupción con tintes políticos, como tantas se llevaron a cabo con la burbuja inmobiliaria. Ha sido una feliz excepción en nuestro audiovisual. La ficción de Canal + refleja cómo muchos políticos se comportaron durante una época y las licencias que algunos empresarios se tomaron a costa de quien sea. La corrupción ha vuelto a tocarse en otros títulos como ‘La embajada’ o ‘Sin identidad’, pero en ambas el argumento pasó más inadvertido. ‘Cuéntame’ también ha coqueteado con alguna historia política pero nunca ha entrado en ellas con bisturí. Falta que alguna productora y cadena se atreva a contar cómo se vive en Moncloa, que descubra o elucubre sobre el día a día en Génova o Ferraz, o que ficcione la irrupción de grupos como Podemos o Ciudadanos. Algunos entendidos aseguran que las presiones aquí sobre los distintos canales serían enormes si determinados políticos se viesen reflejados en pantalla. Hay miedo a molestar.

 

 

Esto no sucede en otros países. El caso de Estados Unidos es excepcional, por supuesto. Por su televisión han pasado presidentes impolutos (Josiah Bartlet) y otros perversos (Frank Underwood), dirigentes temerarias (Selina Meyer) y alcaldes violentos (Tom Kane). Hasta extraterrestres han habitado en la Casa Blanca (‘Braindead’) según la ficción catódica americana. Los políticos no sólo no se molestan por lo que aparece en pantalla, sino que se declaran incluso fans y alaban el atrevimiento.

Fuera de allí son encomiables títulos como ‘Borgen’ (en Dinamarca) o ‘1992’ (en Italia) y otros desconocidos como la francesa ‘Baron Noir’ (que Lorenzo Mejino descubre en su blog). España sigue siendo la excepción. Y no debería continuar siéndolo y más cuando ahora todo lo político está tan presente en cualquier ámbito de nuestras vidas. Movistar ha mostrado su intención de explorar ese terreno. Netflix no se ha pronunciado, aunque en Francia se atrevió con la fallida ‘Marseille’. Eso sí, esperemos que si acontecimientos como el de Ferraz, todo lo que pasó con Bárcenas o la formación de Podemos saltan a la pantalla se haga con más mimo y rigor de lo que se hizo con miniseries como la que Telecinco dedicó a Mario Conde. Ya que hemos tenido que esperar, que la espera haya merecido la pena. 

 

 

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Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


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