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Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

Lo que cuenta no siempre es el final

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Zanjar, romper, dejar de lado, cerrar, terminar. Son verbos fáciles de declinar pero que nos cuesta llevar a la práctica, al menos de una manera correcta, sensata, ecuánime. No es sencillo poner fin. Y mucho menos hacerlo acertando con las formas, con el tono, con el tiempo. Acabar bien es extremadamente complicado. Y solo algunas rarísimas excepciones dicen lo contrario.

Pasa lo mismo con las obras, de todo tipo, cuyos desenlaces es difícil que satisfagan a todo el mundo. Porque todo el mundo se muestra voluntario y facultado además para opinar: demasiado rebuscado, demasiado simple; muy previsible, muy complejo; súper alegre, súper triste. Pocas cosas se prestan más a ser criticadas que un final.
Y si no que se lo pregunten a ‘Juego de Tronos’, que con su séptima temporada ya ha iniciado su recta final a la espera de concluir definitivamente con una tanda más, formada por seis únicas entregas y que previsiblemente llegarán en 2018. Los creadores de la célebre producción se disponen a asumir la culminación de un fenómeno que no ha dejado de sumar adeptos y que genera miles de teorías cada día. Inspiradas, argumentadas, estúpidas… Pasen y vean, tenemos variedad.

De momento la culminación elegida por los guionistas (insisto en que queda recorrido todavía) provoca comentarios muy diversos. Quien más y quien menos la pone en cuestión por diferentes motivos. Cada cual tiene el suyo, por supuesto. Hay mucho tiempo libre, y más en verano. Pocas obras se han enfrentado a su cierre siendo tan observadas, analizadas y juzgadas. Es imposible salir ileso de esta Inquisición de la que forman parte los espectadores.
Resulta curioso cómo todos nos sentimos capacitados para opinar sobre finales ajenos, considerándonos absolutamente  legitimados en la materia. Y rara vez nos dejan satisfechos. ¿Por qué somos tan duros con los finales de los demás cuando habitualmente gestionamos tan mal los propios? Que levante la mano el que haya protagonizado una despedida, ruptura o clausura de manera racional, equilibrada y ejemplar. Venga va.
Deberíamos aprender a respetar los desenlaces, nos gusten más o menos. Y a aprender a apreciarlos como parte de una obra, concediendo a su autor la potestad y el respeto para que lo desarrolle tal y como quiera, fijándose en lo que considere oportuno y concluyendo las tramas como desee. Es como si por el simple hecho de haber aguantado leyendo un libro o viendo una película o una serie nos considerásemos con autoridad suficiente para decidir el modo en que ha de terminar y que mayor satisfacción nos proporcione. La idea y ejecución es tuya, pero el final, ¡ay, el final!, el final es de todos y ha de contentar a todos.
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Otro mantra recurrente es que los finales han de cumplir unas cuantas reglas no escritas. “No me ha sorprendido”. ¿Y dónde dice que obligatoriamente un final deba sorprender? “No han resuelto todas las tramas”. ¿Y qué te creías, que esto era un problema matemático en el que se resuelven todas las ecuaciones planteadas? “Esperaba más” ¿Más qué? Igual el problema es de tus expectativas y no de cómo ha ideado el autor el desenlace de su trabajo.
Otro aprendizaje pendiente es el del disfrute de la obra completa y no dejarlo todo que dependa del cierre como si fuera una apuesta al rojo o al negro. A veces lo interesante es que el camino nos entretenga, que nos aporte, que nos retenga y ninguno de esos placeres se ha de esfumar porque la pieza acabe bien o mal -siempre según nuestro criterio-. Una conclusión que no nos agrade no debería borrar de un plumazo todo lo anterior, todo lo vivido, todo lo disfrutado. Todo.
Y bien sabemos que hay ejemplos de piezas (ciñámonos a las series que es de lo que se habla aquí, aunque bien podría apuntar dos o tres novelas y películas) caídas en desgracia por culpa de una clausura poco complaciente o alejada de las necesidades de quienes las consumían. El caso más flagrante es la de ‘Perdidos’, que fue maldecida y vilipendiada por un remate tachado de previsible y de vacío. Muchos la enviaron al infierno por dos horas, sin tener en cuenta las tropecientas previas que les habían proporcionado entretenimiento y confort. Somos unos desagradecidos.
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‘Juego de Tronos’ lleva un camino idéntico. No pocos de los que la han alabado durante seis años llegan ahora y la menosprecian porque no ha tomado el rumbo que a ellos les gustaría o porque haya cambiado su ritmo narrativo y haya optado por dar importancia a aspectos que antes eran más ocasionales. Es su apuesta. Confiemos en ellos y luego ya valoraremos el conjunto. Las obras son subjetivas porque parten de uno y deberíamos respetar esa subjetividad haste el final. Va demasiado rápido, ha cambiado mucho, no se aparece al principio, es poco creíble. Son algunos de los comentarios que se vierten tras cada capítulo de estreno. Y lejos de quedarnos con lo bueno nos aferramos a lo malo (o a lo que vemos nosotros malo, porque en esto tampoco encontraremos unanimidad). Se puede disentir, te puede no gustar. Sí. Pero un final es una elección, te convenza o no. Y no menosprecia ni degrada el trabajo anterior.
También es verdad que la expectación y sobreatención que hoy tiene ‘Juego de Tronos’ y antaño logró ‘Perdidos’ no ayuda. Es el precio del éxito. No hay desenlace, mejor o peor, que contente a hordas de espectadores. De existir las redes sociales y otros mecanismos para aplicar el veredicto popular cuando se emitía ‘Los Soprano’ aquel fundido a negro, del que se han cumplido diez años, habría sido condenado y lamentado. Posiblemente toda la última temporada habría despertado suspicacias. Y el ruido por el final habría tirado por tierra muchas de las virtudes y aciertos que hoy en día relacionamos con David Chase. De eso se libró.

THE SOPRANOS, James Gandolfini, Edie Falco, Robert Iler, 'Made in America', (Season 6, episode 21, aired June 10, 2007), 1999-2007, photo: ©HBO / courtesy Everett Collection

Hay conclusiones a las que se les perdona todo. Como la de ‘The Leftovers’, por la que nadie salió a protestar teniendo en cuenta que no resolvía la mayoría de las tramas. Y otras, sin embargo, se cuestionan hagan lo que hagan. La primera temporada de ‘Westworld’ terminó y soliviantó por haberse detenido a explicar más de la cuenta. Bienvenidos al país en el que se perdieron los términos medios.
Otras deberían ser nuestras preocupaciones en lugar de protestar por aquello que nos gusta solo por el hecho de no ha seguido la ruta que se le presuponía. Con respecto a las series más valdría saber acabarlas a tiempo que mantenerlas sin sentido y que cuando llegue el cierre no haya nadie que acuda al velatorio.
Existen títulos que piden a gritos la eutanasia, que alguien acabe con ellas antes de que deambulen por ahí sin rumbo o descabezadas. Muerte digna, por ejemplo, para ‘House of cards’, que lleva dos temporadas desangrada y convertida en patochada. Qué pena. Otro ‘Dexter’ al que no se han sabido matar a tiempo. Yo cada vez que veo a los seguidores de series canceladas por Netflix, tipo ‘Sense 8’, indignarse por una eliminación me pregunto por qué no hacemos lo mismo los fans de los Underwood o de las chicas de ‘Orange is the new black’, reclamando un remate YA en condiciones.

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Pero no. De esto ni mu. Demasiado ocupados estamos alterados y rebelándonos, porque cuando queremos blanco y pedimos blanco, nos hacen caso y nos dan blanco y entonces queremos negro. No sé si con tanto color me explico. A ver si os aclaráis. Policromáticos, que sois unos policromáticos. Qué difícil es terminar bien. Bien, de verdad. Y qué poco solidarios somos con los que deben acabar algo, como si de ello dependiera únicamente un juicio global positivo. Pocos capítulos le quedan a ‘Juego de Tronos’ para acertar. La bola da vueltas por la ruleta. Pronto llegará el no va más. Algo me dice que hagan lo que hagan los de HBO con esta producción siempre será decepcionante o causará una crítica. Qué le vamos a hacer.

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Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


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