Chalados, majaras o zumbados. O criminales y monstruos. Tradicionalmente los enfermos mentales han sido retratados en las series de estos dos modos. Sin términos medios, abusando de estereotipos y estigmas, que no faltasen. Afortunadamente esto ya no es (casi nunca) así. La tele ha hecho su terapia y ha conseguido desterrar tópicos para enfrentarse a un abanico más variado y complejo de las personalidades humanas. Ha descubierto que todos estamos locos. Y no sólo no se esfuerza en ocultarlo, sino que lo muestra y lo demuestra sin pudor.
Si hubiese que marcar un punto de arranque de la edad de oro de las series que vivimos habría consenso en escoger el estreno de ‘Los Soprano’, una de las mejores ficciones de todos los tiempos y de las primeras que se arriesgó a plantear temas y esquemas diferentes para la entonces pequeña pantalla (aún los móviles no se usaban como teles y las tablets estaban por inventarse). Es relevante que precisamente la primera secuencia de esta producción se desarrolle en la consulta de una psicóloga. Terapia de choque nada más empezar.
David Chase, creador del emblemático título de HBO, había seguido un proceso terapéutico durante un tiempo y tenía interés en reflejarlo audiovisualmente de una manera fidedigna y veraz. Y lo consiguió. Tuvo que ser un personaje tan extremo como el de Tony Soprano el que ofreciese una visión normalizada de la psicología en televisión. Una deuda que tienen los psicólogos con la mafia de New Jersey. Porque hasta entonces (salvo algunas excepciones) los divanes televisivos se habían llenado de seres excéntricos, caricaturizados, grotescos, ridículos. Tony Soprano era un delincuente frío y agresivo, sí, pero se debía enfrentar a sus propios traumas, como cualquier hijo de vecino. Los problemas con la salud mental son absolutamente comunes y frecuentes, por mucho que la televisión se los hubiese tomado a risa hasta entonces o los hubiera ninguneado. Esa página pasó.
Los problemas a los que se enfrentaba Tony Soprano podrían ser los propios de cualquiera, sin que tenga que ver su oficio o su posición social. El protagonista se enfrenta a crisis de ansiedad recurrentes derivadas de sus inseguridades, de sus sentimientos de culpa, de sus carencias infantiles. Y acude a una especialista con la que es capaz de generar un vínculo que le ayudará a manejar diversas situaciones.
La doctora Melfi fue la primera de otros tantos personajes que han dignificado esta profesión en los últimos años en televisión. Tras ella llegaron el doctor Paul Weston (‘In Treatment’), el doctor Jack Gallagher (‘Mental’) o el doctor Cal Lightman (‘Miénteme’), por citar algunos de los que han ofrecido puntos de vista inéditos sobre la psicoterapia en los lares televisivos.
Señala Oriol Estrada en la publicación ‘La medicina en las series de televisión’ (coordinado por Toni de la Torre y editado por la Fundación Dr. Antonio Esteve) que hasta la aparición del personaje de ‘Los Soprano’ la imagen del psicoanalista seguía siendo muy parecida a la que se podía tener a principios del siglo XX “con un Sigmund Freud fumando en pipa y una paciente (histérica) hablando sin parar tumbada en un diván”. Y es verdad. Efectivamente la doctora Melfi mostró las evoluciones que ha sufrido la terapia, adoptando nuevas técnicas y tratamientos y desterrando, por cierto, el diván en muchas ocasiones. Y unos cuantos mitos más.
Con la normalización de la figura del psicólogo la televisión ha normalizado también el trastorno mental y de la personalidad, incorporándolo a sus tramas en argumentos poco manidos y sobre todo asociándolo a personajes que eran mucho más que su enfermedad. Porque antes si alguien presentaba síntomas de un trastorno todos sus guiones giraban en torno a ello, como si no hubiese vida más allá. Las nuevas series cuentan con protagonistas con Asperger, autismo o bipolaridad de los que conocemos más que esa realidad. No están (casi nunca) encorsetados. Así nos encontramos con Bones (‘Bones’), Gil Grissom (‘CSI’), Virginia Dixon (‘Anatomía de Grey’), Max Braverman (‘Parenthood’), Sherlock Holmes (‘Sherlock’) o Saga Noren (‘Bron/broen’), cuyas historias no se centran exclusivamente en su salud mental. En ocasiones tiene relevancia y en otras resulta secundario. Como la vida misma. No se ocultan, pero tampoco se abusa de ello.
Posiblemente el afectado de Asperger más célebre es Sheldon Cooper de ‘The Big Bang Theory’, aunque lo cierto es que nunca se ha manifestado de forma explícita que lo padezca. ¿Es necesario? Sus pautas de comportamiento (sobre todo la forma en que se relaciona con otros sujetos) encajan perfectamente con este trastorno, aunque eso no le impide desarrollar su día a día. “Tiene una vida independiente y confortable y saca partido de sus aptitudes”, señala el doctor José Ramón Alonso en el libro ‘Neurozapping’, en el que se acerca al cerebro, a sus funciones y sus enfermedades.
Todos estamos locos. Lo que pasa es que algunos se lo tratan y otros no, algunos se exponen al diagnóstico y otros lo huyen. La tele ya no es ajena a todo esto. El festival 10 Sentidos, que tiene como lema de su quinta edición ‘A lo caos’, se acerca este año a las enfermedades mentales y ha organizado un ciclo de series, en las que sus personajes conviven con algún trastorno. Así por ejemplo incluyen dos ejemplos que merece la pena analizar, uno por lo bien resuelto que está este asunto y otro por todo lo contrario. Empecemos por este último. En ‘Girls’, su protagonista, Hannah, sufre un trastorno obsesivo compulsivo. Nos lo descubren al final de la segunda temporada. Hasta entonces nunca nos habían mostrado ningún síntoma y de repente aparecen todos. A la vez y de forma exagerada. Eso sí, después de terminar la temporada no volveremos a saber nunca jamás nada de aquel TOC. En ‘Homeland’ sin embargo la bipolaridad de Carrie es recurrente en cada tanda de capítulos, ya que condiciona su relación familiar, sus vínculos afectivos y su situación laboral. ¿Por qué es importante un personaje como Carrie en la tele actual? De nuevo recurrimos al término ‘normalización’, perdón por abusar. Lo explican Liana Vehil y Luis Lalucat en el trabajo de la Fundación Dr. Antonio Esteve. “Carrie es una persona competente, que posee múltiples capacidades personales, y tiene éxito y es respetada en el ámbito profesional. No despierta rechazo en el espectador; más bien resulta fácil identificarse con ella, envidiar sus éxitos y compartir sus sufrimientos”, indican.
La tele se ha vuelto loca. Y por una vez es una buena noticia. Porque la locura ha dejado de estar siempre vinculada a conceptos negativos y peligrosos. Su vecina está loca, la dependienta está loca, el conductor de autobuses está loco, usted está loco. Y ya era hora de que lo reconociésemos y lo mostrásemos sin dramas ni estigmas ni excesos. Bienvenidos sean personajes como Tara Gregson y su trastorno disociativo de personalidad, Walter Bishop y su trastorno adaptativo, o Will Graham y su hiperempatía, entre otros muchos casos.
El ciclo del festival 10 Sentidos, por cierto, se celebra en la Fnac, comienza hoy martes con la ‘tv movie’ ‘Temple Grandin’ sobre una científica autista y ha organizado un coloquio entre seriéfilos el sábado 11 a las 12 horas tras la proyección de ‘Pulseras rojas’, que también cuenta con un personaje con síntomas de autismo.
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